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Memoria histórica, que a muchos no les gustará

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Memoria histórica, que a muchos no les gustará

 

Antonio García

Pero no la de Zapatero, sino la otra, la de verdad. Porque la Historia, tomada en serio, siempre nos puede enseñar algo. De lo contrario se convertiría en una simple novela de entretenimiento o en un ingrediente más del acervo enciclopédico de los cursis. Además nos permite el “milagro” de viajar por el tiempo y volver al pasado, sin necesidad de utilizar la nave especial como la empleada por J. J. Benítez en su Caballo de Troya, para viajar a la época de Jesucristo.

En esta ocasión, nos vamos a Roma.

La República, que puso fin a la Monarquía, fue la forma de gobierno vigente en Roma desde el año 509 a. C. hasta el 27 a. C., en que dio comienzo el llamado Imperio Romano. Y de ahí tomaremos un pequeño cachito de historia, referente a uno de los militares y políticos más destacados de la época: Lucio Cornelio Sila Félix. Pasó por el mundo desde el 138 a. C. hasta el 78 a. C., en que murió atormentado de una grave enfermedad. Pero su vida fue intensísima durante su actividad militar y política.

Durante todo el siglo I antes de Cristo y finales del anterior, Roma experimentó las convulsiones y cambios políticos de un sistema que no respondía a las necesidades de controlar y dirigir un gran imperio. Las competencias por los puestos de poder enfrentaron a la aristocracia romana, provocando fracturas irreconciliables, enfrentamientos, crisis y tres guerras civiles que liquidaron la República.

Lucio Cornelio Sila, en los comienzos de su carrera estaba bajo el mando del general Cayo Mario, político y militar que había cosechado grandes éxitos en sus campañas. Hasta tal punto llegaba su prestigio que fue elegido cónsul siete veces, hecho sin precedentes en la historia de Roma.

La cuestión es que, el en principio “inexperto” Sila, pronto dio muestras de su sagacidad y valías, distinguiéndose en varias guerras como general y negociador inteligente. La primera, la Guerra de Jugurta, en Numidia, un antiguo Reino berebere africano, que ocupaba la actual Argelia y parte de Túnez. Dicen que sus éxitos y rápida ascensión provocaron la envidia de Cayo Mario, que intentó arrebatarle a nuestro personaje el control de las tropas que tenían que combatir a Mitrídates VI, rey de Ponto –al noreste de la actual Turquía-, que fue algo así como un molestísimo grano en el culo para Roma. Un formidable enemigo de la gran potencia. Pero a Sila no le gustó que intentaran tocarle sus partes pudendas y marchó con su ejército sobre Roma, para poner las cosas en su sitio, enviando de paso a Mario a unas largas vacaciones. Tomó la ciudad, restituyó el orden anterior y, dejándola en manos de un cónsul de su cuerda, Lucio Cornelio Cina, se largó a combatir a Oriente. Pero mientras, Mario volvió, se alió con Cina y dio un golpe de estado (cosas de las amistades en política). Mario murió al poco tiempo, lo que tal vez fue una suerte para él. Cina se dedicó a perseguir a los seguidores de Sila, incluso a su familia, a la que expulsó de Roma y dejó sin bienes.

Sila derrotó al rey Mitrídates, volvió a Roma y, estalló la guerra civil en la que derrotó a sus contrincantes, haciéndose de nuevo con el poder y estableciendo una dictadura. Hizo dos cosas, perseguir a sus enemigos y llevar a cabo una enorme obra legislativa para restaurar el funcionamiento de las instituciones republicanas. Las opiniones sobre él están ahora divididas: unos le admiran, por defender la legalidad constitucional romana –aunque también fue uno de los responsables de la caída de la República-, y otros lo tachan de monstruo sanguinario.

Pero he aquí el gesto: cuando él consideró que todo estaba en su sitio, donde debía de estar, se retiró voluntaria y tranquilamente de la política y se marchó a su finca a cuidar de sus olivos y vivir en paz jugando al golf, si es que el golf ya se había inventado. Jamás quiso saber nada de sus actividades anteriores, a pesar de que era querido, admirado y respetado por todo su nutrido y bien preparado ejército. Es decir, se convirtió, por propia iniciativa en un simple ciudadano.

Dicho todo esto, y como aquí cada uno lleva su liebre, les diré ahora por qué he contado esta historia. Todos conocemos ya sobradamente el guirigay actual español,

la vergonzosa y aberrante situación en la que estamos metidos, gracias a los intereses, las intrigas, las marranerías, los latrocinios y el egoísmo de nuestra bien nutrida clase política. Afanes, envidias, engaños, traiciones, ambiciones personales… y al pueblo que le den. Como ocurrió con los dos fracasados proyectos de República en España, una en el XIX y otra en el XX. Así que no les extrañe que muchos, adeptos o hastiados de esta situación, añoren al general Franco y deseen su vuelta, si ello fuera posible, claro. Yo ni quito ni pongo rey, y a mí no me miren. Pero sí les diré que les comprendo. Porque a veces da la sensación de que este jodido pueblo español es incapaz de mantenerse en paz, unidad, concordia y buen gobierno, sin una mano rígida que nos ponga a todos en nuestro sitio, aún a costa de ciertas libertades –muy pocas-. Y no se escandalice nadie, porque mayor escándalo y vergüenza que hoy se están dando en todas las esferas, instituciones y partidos políticos del país, ya es difícil que se de. ¡Y no passa ná!

Me dolería mucho, y no quisiera que fuese verdad aquello de <<no tenemos remedio>>.

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