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Y seguimos sin aclararnos

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Y seguimos sin aclararnos

 

Por Antonio García

En el artículo anterior les comentaba de “confesos creyentes” que no saben ni en lo que creen ni de qué casta le viene al galgo. Y, ya que me he calentado, permitan que elucubre un poco más sobre estas posturas, que yo considero como socorridos agujeros donde el avestruz mete la cabeza.

Veamos. Abunda un curioso ejemplar que, cuando le hablas de religión y para justificar su no creencia, te dice: <<Pues yo conozco gente de Misa diaria que son unos perfectos hijos de puta>>. Y los oyentes se frotarán las manos, se les hará la boca agua esperando que el fulano revele el nombre del horrible pecador. Cosa que no suele hacerse, claro. Morbo puro. Y oigan, hasta puede que lleven razón, o al menos tengan “sus” razones para largar semejante opinión contra un prójimo. Pero, ¿es ese un elemento de juicio para justificarse personalmente? ¿Es esa una premisa para elaborar la tesis de su propia identidad religiosa, o del tipo que sea?

El Evangelista Mateo nos cuenta un episodio que me parece que viene como anillo al dedo: <<Pasando Jesús por allí, vio a un hombre sentado al telonio, de nombre Mateo, y le dijo: Sígueme. Y él, levantándose, le siguió. Y sucedió que, estando Jesús sentado a la mesa en casa de aquél, vinieron muchos publicanos y pecadores a sentarse con Jesús y sus discípulos. Viendo esto, los fariseos decían a los discípulos: ¿Por qué vuestro maestro come con publicanos y pecadores? Él, que los oyó, dijo: No tienen los sanos necesidad de médico, sino los enfermos. Id y aprended lo que significa “Misericordia quiero y no sacrificio”. Porque no he venido yo a llamar a los justos, sino a los pecadores>>.

Para que todo el mundo entienda haré algunas aclaraciones. El telonio era una oficina pública donde se pagaban los impuestos. Que iban a parar a las manos de los invasores dominantes: los romanos. Publicano, el que se dedicaba al oficio de cobrador de impuestos, sumamente odiados por los judíos y consideradas personas impuras. Y fariseo, el perteneciente a una antigua secta judía que se caracterizaba por observar con rigor y austeridad la Ley de Moisés. Los “perfectos” cumplidores de la Ley… a los que Jesús criticó duramente por su hipocresía.

Amigo “contracatólico”, ¿ha entendido usted el episodio que cuenta el Evangelista? ¿Ha comprendido en toda su tremenda hondura lo que quiso decir Jesús? El Hijo de Dios, nada más y nada menos, que alternando con lo peorcito de la sociedad de su tiempo. ¿Escandaloso, verdad? Pues efectivamente, lo fue.

Pero verá, Él lo dice muy claro, he venido a rescatar a todos los hombres, pero especialmente a éstos, porque ellos son los que más lo necesitan. Y oiga, yo me incluyo. Porque he de confesar que no termino de acoplar coherentemente lo que creo según mi fe con mi comportamiento real. Mis demás faltas, que son bastantes, no querrá usted que se las cuente ¿verdad? Y menos en público.

Así que, en gran medida le doy la razón. La Iglesia de Cristo es un cúmulo de pecadores. Seguramente tantos como en cualquier otra institución. ¿Se queda usted a gusto con lo que acabo de decir? Pues me alegro.

Mire usted, jamás he considerado que un creyente sea mejor que un no creyente. Ni al revés. Pero, ¿sabe cual es la diferencia entre unos y otros? Yo se la diré: el creyente, la persona de fe, cree que Dios es su Padre, un Padre infinitamente amante y misericordioso que nos creó con el fin de compartir con Él la eternidad y nos envió a su hijo Jesucristo para enseñarnos el camino. Un Padre que desea la paz y la justicia entre los hombres. Un padre que sufre con la pobreza, la indigencia, la marginación, las desgracias y las traiciones de sus hijos. En definitiva, un Padre.

Verá, considérelo de la siguiente manera: habitualmente todos solemos tener un modelo, sea en la política, en el arte, en el deporte, en la moda… Incluso es frecuente tener un modelo de conducta y pensamiento. Pues lo que nos pasa a los cristianos es que tenemos a Jesús de Nazaret por modelo. Tenemos derecho, ¿verdad? Ahora bien, permítame que me valga de un ejemplo. Usted tendrá una familia a la que seguramente amará y defenderá. ¿Son perfectos sus miembros? ¿Se portan todos

intachablemente? ¿Lo hace usted? Y no le pregunto a qué partido o ideología pertenece, y si cumple perfectamente con la filosofía y principios que lo inspiraron, porque nos vamos a liar malamente.

Pues la Iglesia de Jesús es nuestra familia ¿sabe? Y le aseguro que somos muchísimos más los que metemos la pata a diario, que de los otros. Inconstantes, incoherentes, perezosos, embusteros, hipócritas, cobardes, materialistas… y muchas cosas más. Fíjese si el muestrario que le he puesto es alentador. ¿Pero sabe? El Modelo que tenemos es Alguien que respeta profundamente nuestra libertad: <<El que quiera que me siga…>>. Creo que es el único que lo hace a lo largo y ancho de la Tierra y de los siglos.

De manera que le doy un consejo y a la vez un ruego: no vivamos justificándonos con los errores de los demás. Porque, se lo aseguro, además de ser injusto, es algo inútil, no nos sirve para nada.

Así que, busque cada cual su propio camino y constrúyase a sí mismo con total seriedad. Y si quiere que en su proyecto personal intervenga Dios, la religión, pues le doy mi enhorabuena, pero si no, igualmente le deseo que el trayecto le sea leve.

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