Han sido muchos los artículos que, desde que estalló la ahora llamada DANA –antes riada– con una furia inusitada que nadie logró predecir ni avisar con el tiempo necesario, he leído, y todos, de una forma u otra, me han dejado la impresión de que iba, a los valencianos más que a nadie, a enseñar que cuando las cosas se hacen mal, antes o después la naturaleza muestra nuestros errores y nos hace pagar las consecuencias, en esta ocasión de las más negativas que se recuerdan.
Pero, sin duda, de todos los leídos, que ya he dicho que han sido muchos, el que más me ha impresionado es el que contiene la columna semanal que publica Manuel Vicent en el ejemplar correspondiente al diario EL PAÍS, fechado el pasado sábado, día 3 de noviembre y titulado “Valencia en el corazón”, donde, de forma clara y concisa, sabe recordar el pasado, retratar el presente y augurar, con claridad, ese futuro que nos espera, donde, antes o después, la naturaleza volverá a azotar de forma inmisericorde a esta humanidad insolente y, a la vez, ignorante que se atreve a desafiarla.
Vicent, en su columna sobre este desafío, escribe que “La furia de la riada buscará el mismo camino hacia el mar que había seguido durante miles de años sin hallar otros obstáculos que los de la propia naturaleza. Pero, a lo largo del tiempo, los cauces que eran de su absoluta propiedad se fueron negando debido a que el desarrollo económico le dispuso su territorio hasta el punto que, en la servidumbre de paso del agua, se han levantado pueblos, fábricas, autopistas e interpuesto millones de automóviles”.
Más adelante, el escritor valenciano asegura que “Se trata de un desafío entre los hombres y la naturaleza. Está claro que contra la naturaleza no se puede” y pone el dedo en la llaga cuando añade “que los científicos habían advertido con suficiente antelación de la tragedia que se avecinaba alrededor de Valencia y no se equivocaron; sin duda, algunos políticos no han estado a la altura de este cataclismo, pero si algún miserable trata de sacar partido de esta desgracia echando la culpa al adversario será como uno más que se aprovecha del caos para realizar un pillaje en el supermercado”.
Sus últimas palabras suenan a advertencia, pero escritas con un pesimismo que, a mi pesar, comparto en su totalidad: “Con muchas lágrimas los muertos serán enterrados; con el tiempo, esta tragedia de Valencia será olvidada, y, por nuestra parte, seguiremos jugando a desafiar a la naturaleza, como siempre, sin haber aprendido nada”.
Valencia en nuestros corazones
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