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Tratado de filantropía

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Tratado de filantropía

Antonio García

Conocen ustedes mi debilidad por hablar de los avances de la Humanidad, de los logros conseguidos por la cosa esta que llamamos civilización civilizada en pro del bienestar, la justicia, la equidad y la paz en la tierra para todos los hombres y mujeres del mundo mundial, independientemente de su raza, origen, sexo, religión, condición social y toda esa chorrilera de cosas que dicen las grandes y ampulosas declaraciones universales de los derechos humanos, a las que últimamente se han añadido los derechos del gorila. Da gusto mirar desde una ventanita el paso de la Historia y ver lo brutos e insensibles que eran antes los hombres, y lo civilizados que estamos ahora. Cómo antes el poderoso abusaba del débil y cómo ahora triunfa el equilibrio universal de la legítima igualdad en derechos, de la razón, de la justicia y de la hermandad planetaria. Y conocen también mi afición por poner ejemplos ejemplares para ilustrar lo que digo.

Esta vez va del ejemplo humanitario que están desplegando a lo largo y ancho del mundo unas cuantas empresas multinacionales. A las que, dicho sea de paso, la Tierra se le queda pequeña. De ahí la ansiedad por descubrir vida inteligente en otros planetas. Tardarían un verbo en enviar cohetes atiborrados de productos de primera calidad, a precios irrisorios. Bueno, la verdad es que si lo que se encuentra es vida realmente inteligente, iban a hacer poco negocio.

Se oye, se dice, se comenta que una región del sur de la India llamada Tamil Nadu, es el chollo padre de algunas conocidas multinacionales. Del sector textil en concreto. Un sector que emplea a más de 400.000 trabajadores de la zona. Pero la cosa está en que, según las malas lenguas y ciertos informes internacionales quisquillosos, el sesenta por ciento son empleados en condiciones que rozan la esclavitud, por decirlo de forma suave, en manos de megafactorías textiles que suministran sus productos a las grandes firmas de moda internacionales, entre otras: Zara y Bershka, de Inditex, El Corte Inglés, Cortefiel y Carrefour España.

Aunque ya digo, los informes son quisquillosos a más no poder. Y es que hay gente que se queja por cualquier cosa y pone el grito en el cielo a la que te descuidas. Y si no, ustedes mismos lo van a juzgar:

Niñas y adolescentes trabajando sin contrato (¿pa qué?), privados de libertad y en condiciones inusuales más de 72 horas a la semana (que tampoco es tanto), por un salario de 0,88 euros al día (que está muy bien), del que solo podrán disponer cuando hayan transcurrido de tres a cinco años, que será entregado a sus padres y servirá para “pagar su dote matrimonial”. Lo cual es sumamente adecuado, porque si les pagan por meses se lo gastan, y luego qué. El ahorro se fomenta desde el principio y sin mariconadas. Y más siendo conscientes de que la horquilla de reclutamiento de chicas va de los 14 a los 20 años, pertenecientes a la casta más baja de la India, considerada “impura”, que habitualmente se dedica a tareas marginales. Es decir, que aparte de darles trabajo, las promocionan y de paso, hacen una obra de caridad. Son atraídas con falsas promesas de una vida mejor (mentirijillas piadosas y necesarias), que incluye comida y alojamiento en la misma factoría, y empujadas por sus padres por el reclamo de un salario que ellos cobrarán al acabar el contrato. Naturalmente no pueden salir del recinto fabril, salvo una vez al mes y vigilados, y tienen prohibido afiliarse a sindicato alguno.

Como verán ustedes, estos humanitarios empresarios indios (y los papas de las nenas), mas los clientes que les compran, se han dado cuenta de que a los jóvenes hay que atarlos cortos, que es la única forma de madurar y hacerles responsables. Y es que además, la disciplina y el control es la única manera de sacar adelante una producción medio decente. Del complejo industrial salen al día seis millones de prendas de ropa interior, y al mes, otros seis millones de pantalones, faldas y vestidos. Producción que solo alcanza a cubrir los gastos de las empresas y poco más. Y si no hagan cuentas de lo que supone, primero, una suite para dormir cada uno dentro de la fábrica, y tres comidas al día a base de pato trufado, besugo al horno ó pierna de cordero lechal como platos fuertes, más los entrantes, bebidas, postres y cafés. Y eso para cada obrero y durante todo el año.

¡Ah! Y no se crean que los clientes son solo las empresas mencionadas. Lo que pasa es que las demás tienen nombres muy raros, pero allá van algunas: Tommy Hilfiger, Timberland, H&M, Marks&Spencer, Diesel, Gap, C&A… ¿Se han enterado? Filántropos todos a más no poder, que fabrican o compran fuera de sus países o de la órbita occidental, con el fin de llevar el “Estado de Bienestar” al Tercer Mundo. Que no es otra cosa lo que les guía.

Así que, como queda demostrado, estos ya no son aquellos tiempos arcaicos en que los poderosos esclavizaban a los humildes. No. El progreso de la humanidad ha llegado por fin a encumbrar, como dogma de fe, el respeto y la consideración a todo ser humano. De ahí que las grandes corporaciones económicas multinacionales se deshagan en altruismo y generosidad, que es la única forma en que entienden la justicia social. No podría ser de otra manera. El mundo occidental se ha convertido en faro y guía de las naciones pobres.

Así que compremos cuanto podamos y más, aunque no nos haga falta. Es por una buena causa. Aún queda mucho mundo por esclavizar.

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