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Qué triste

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Qué triste

Sol Sánchez

Tras tres meses y medio confinada en España, he tenido que regresar a Suiza.

El aeropuerto era casi fantasmal; tiendas y restaurantes cerrados.

Pero a la hora de subir al avión, fue cuando comencé a darme cuenta de que la gente no está mentalizada con el virus que nos acecha y tanto daño ha hecho ya.

En el interior, ciento sesenta personas subiéndose y bajándose la mascarilla, y a la hora de salir, parecía que no había un mañana, todos apelotonados en el mínimo pasillo del avión, tal y como se hacía antes de la llegada del Covi19.

La entrada a Suiza fue sin ningún tipo de control y una vez dentro del país, es como si el coronavirus no hubiese existido; sin mascarillas, la mayoría sin guardar el distanciamiento…, socializando con toda normalidad.

No sé cuál será el porcentaje de ciudadanos que a nivel global es consecuente con la pandemia, pero lo que si sé es, que por aquellos que no lo son, vamos a retroceder todos, y ya no solamente será el grave problema sanitario, es que, como España vuelva a tener que confinarse y tengan que cerrar las empresas, va a ser catastrófico.

Y creo, que en ese barco sí que vamos todos.

No tengo nada que ver con Nostradamus, pero por la información que tengo; esto es muy grave. Lo que estamos viviendo es un espejismo, la crisis económica tan grande como un tsunami nos azotará en el otoño y nadie nos está previniendo.

Y no se trata de pertenecer a ningún partido, más bien al del sentido común.

A nivel mundial nos empujan a consumir, pero lo que nos deberían decir es que controlemos nuestra economía, que ahorremos todo lo que podamos, que tengamos liquidez, que no se nos ocurra endeudarnos.

Porque cuando nos llegue la gran ola, será a nosotros, a la gente trabajadora de vida normal a los que arrastre, nunca a los políticos que ya tienen su colchón.

Ojalá y dentro de un año, alguien me diga: ¿Recuerdas tu pesimismo aquel día de junio en el que te sentaste a escribir un artículo para el Faro?

Y yo contestaré: Es que lo escuchaba cada día. A personas que conocen a la perfección el mundo de la economía. A personas dignas que nos cuentan y tienen la honradez de informar y asesorar a los ciudadanos que se dedican a sus quehaceres sin leer las páginas de los periódicos libres que tanto cuesta encontrar.

En estos días todo es una incertidumbre, pero creo, que ya es hora de que cada uno de nosotros miremos y luchemos por el bien común. Que nos dejemos de partidismos, de defender lo indefendible… Que rememos en una misma dirección.

Lo único que he visto en este tiempo de pandemia es una política deshonesta, de intereses, de “y tú más”, de ahora sí, ahora no, dependiendo de para dónde sople el viento de la mañana. Y todo eso sucedía mientras la gente se moría. Esa gente que pone el voto en la urna. Esos ciudadanos que eligen, que depositan su confianza… ¿en quién?

No he visto ni a un solo político de ningún partido en un hospital, junto a los familiares. No he visto a nadie que defendiera poder acompañar a tu ser querido el día de su muerte.

Y de la noche a la mañana pueden reunirse cincuenta personas. ¿No es de locos? ¿No es una tomadura de pelo?

O será eso de que; cada uno se rasca cuando le pica.

Pues cuando he dado mi opinión, que no pertenece a ninguna ideología, me han tachado de extrema derecha, o de extrema izquierda. ¿No se puede opinar sin ser etiquetado? ¿No es eso la libertad?

Porque sucede que, hoy en día lo más fácil es etiquetar, enfrentarte, discutir…, defender a los corruptos (gobiernen o no), a los que se aprovechan del pasotismo del pueblo, a los que les importa dos pitos lo que le suceda a los que trabajan diez horas diarias para sacar adelante su pequeña empresa, a su familia, al país…

Es genial; nosotros trabajando diez horas, con el dinero justo para pasar el mes, nos sacamos los ojos por políticos de cualquier partido que duermen en mansiones y llenan sus cuentas. Que jamás tendrán que enfrentarse a nuestros problemas cotidianos…

Así somos: TODO menos sentido común.

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