Periódico con noticias de última hora, multimedia, álbumes, ocio, sociedad, servicios, opinión, actualidad local, economía, política, deportes…

Luna de verano, un relato de Antonio Muñoz Molina

Article   0 Comments
Line Spacing+- AFont Size+- Print This Article
Luna de verano, un relato de Antonio Muñoz Molina

 

El Espectador

A veces, cuando lees un artículo, te sientes tan de acuerdo con su contenido que te gustaría poder tener la potestad de enseñarlo, por lo menos, a todas las personas de tu entorno para que lo puedan compartir y así sentir las mismas sensaciones que me confortaron a mí.

Como reproducirlo en su totalidad aquí no resulta viable, he seleccionado algunos de sus párrafos, los que me han parecido más ocurrentes reflejar por estar totalmente de acuerdo con su contenido.

Se trata del escrito del novelista, Antonio Muñoz Molina, titulado “Luna de verano” que se publicó en la página 11 de la sección de opinión de El PAÍS del pasado sábado, día 27 del pasado mes de julio:
“Llevamos aquí solo unas horas y ya parece que vinimos hace días: que hemos tenido tiempo de limpiarnos del ruido violento de Madrid y del otro ruido, más venenoso que el dióxido de carbono, el de la furia política de una derecha que se ha lanzado con desvergüenza y cinismo a agitar los fantasmas letales de la xenofobia, copiados ahora del lenguaje de Trump y sus discípulos extremistas europeos: el emigrante como amenaza, el extranjero de piel más oscura sobre el que se proyecta el miedo al atraco, al asalto nocturno de la vivienda, a la ocupación y al saqueo de lo que nos pertenece a los nativos. El color de la piel y la masculinidad joven del invasor aluden a otro miedo más sórdido, aunque muy extendido en las peores épocas de la segregación en el Sur de los Estados Unidos, el abuso sexual contra las mujeres blancas, , según dice con inquietante posesivo el aspirante a presidir el Gobierno de España, quizás preocupado, como alguno de sus socios por la pureza de la raza”.

Más adelante, Muñoz Molina, tras reflejar las primeras horas de este nuevo domicilio de carácter rural, donde define el nuevo silencio “que tiene una pureza cóncava como de interior de aljibe” y recuerda a Antonio Machado con estos versos: “Y el camino que serpea/ y débilmente blanquea/ se enturbia y desaparece”, reconoce que para estos días ha traído más libros de poesía que ensayos o novelas: “Uno elige los libros que lee casi tampoco como elige los que escribe. Unos y otros, los mejores, o los más verdaderos, llegan de golpe, como por milagro, abriendo caminos inesperados para la imaginación, ofreciendo alimentos afectivos o espirituales que uno no creía que necesitaba”.

El escritor muestra su adición hacia la poetisa Emily Dickinson, de la que asegura que desde hace meses no se separa de sus poemas: “Hay épocas sombrías en las que uno comprende que por sí solo no es nadie: sin amor, sin amistad, sin naturaleza, sin silencio, sin voces de la poesía que parecen hablarle al oído, y confortarle en la oscuridad, y abrirle los ojos al mundo, y sacudirlo y desafiarlo para que no se rinda”.

El escritor, tras describir sus sensaciones durante la tarde y el anochecer, sigue así su relato:
“De regreso al pueblo, en la carretera casi desierta, hay un corro de mujeres musulmanas que charla en árabe mientras vigilan a sus hijos, que juegan en árabe y en español. Un poco más allá vuelve el silencio. César, nuestro guía, nos indica la cima de un cerro, una gran silueta oscura y masiva, sobre la que hay como un rastro difuso de claridad. “Está a punto de salir”, dice César. La claridad crece muy poco a poco y se convierte en un gajo blanco contra el que se recortan los pinos de la cima. Nos quedamos quietos, mudos, sumergidos en un tiempo que es más lento a causa del silencio, mientras que la Luna va asomándose como con cautela…”

Ya en la última parte de este largo relato, Muñoz Molina se despeja de su halo poético y vuelve a la cruda realidad con la que había comenzado:
“Las familias musulmanas también han esperado a que ascendiera la luna para retirarse. En este pueblo del interior, que perdió la mayor parte de sus habitantes con la emigración de los años sesenta y setenta – a Barcelona, a Francia, a Alemania, a cualquier sitio donde hubiera trabajo– la escuela sigue abierta porque los niños de origen marroquí o rumano mantienen llenas las aulas, y sus padres y madres, sus parientes adultos, trabajan en el campo, en la construcción, en los servicios, aunque ya algunos empiezan sus propios negocios. Una panadería que habría cerrado al jubilarse el dueño, ahora la regenta con éxito una familia rumana. El pueblo, a través de Cáritas, también acogió a refugiados de Ucrania.

Dicen los profesionales de atizar el odio que nuestras calles son cada vez más inseguras por culpa de los emigrantes. Una evidente estadística universal confirma que el porcentaje de delincuentes en las comunidades de emigrantes es inferior al de los nativos. Lo último que quiere un recién llegado es llamar la atención de la policía”.
“Sin los emigrantes no se sostendría la vida de este pueblo. Nos dice el primo Javi, que no se fue nunca de él”.

El autor termina su relato con estas palabras esperanzadoras:
“En este silencio que nos acoge a medianoche duermen muchos centenares de personas que han encontrado aquí una vida laboriosa y decente, y un porvenir para sus hijos. Quien se empeña en destruir esta convivencia con embustes y calumnias está dañando la patria que dice defender, una patria cruel que para existir necesita extranjeros indeseables y enemigos”.

Biografía
Antonio Muñoz Molina (Jaén, 10 de enero de 1956) es un destacado escritor y periodista español. Estudió Historia del Arte en la Universidad de Granada y periodismo en Madrid. Comenzó su carrera como funcionario municipal y colaborador del diario Ideal, publicando su primer libro, El Robinsón urbano, en 1984. Su primera novela, Beatus ille (1986), introduce la ciudad imaginaria de Mágina. Con El invierno en Lisboa (1987), ganó el

Premio de la Crítica y el Premio Nacional de Narrativa. En 1991, recibió el Premio Planeta por El jinete polaco y, en 1992, nuevamente el Premio Nacional de Literatura.

Otras obras destacadas incluyen Beltenebros (1989), Plenilunio (1997), En ausencia de Blanca (1999) y Ventanas de Manhattan (2004). Fue director del Instituto Cervantes de Nueva York (2004-2006) y es miembro de la Real Academia Española desde 1995. Ha recibido múltiples premios, entre ellos el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2013.

Article   0 Comments
Banner
Banner
Banner
Banner
Banner
Banner
Banner
Banner
Banner
Banner
Banner

Hemeroteca

Banner

AUDITADOS POR

error: Content is protected !!