Por Antonio García
Como ustedes recordarán, el pasado 6 de Junio el Faro de Hellín publicó mi artículo de opinión titulado “España ya no es cañí, es gay”. Lo escribí, como ahora éste, consciente de las críticas y desacuerdos que iba a despertar entre algunos lectores. Como lo hará el que ahora me llevo entre manos. Es lógico, porque hablo de un colectivo determinado y por tanto, es más fácil sentirse aludido.
El problema de un breve artículo es que, una vez escrito y publicado, ya no tiene remedio. Es decir, que uno no sabe si ha conseguido expresar bien su opinión, si ha dejado clara su línea de pensamiento o si, tire por donde tire, siempre habrá quien lo coja por donde más escueza, entresacando frases y expresiones y soslayando el resto. Lo que, evidentemente, le quita unidad y coherencia al relato. Y sí, he recibido críticas en la página de Facebook de El Faro de Hellín. Las más de ellas en un tono, digamos “normal” y algunas conteniendo insultos. Pero las cosas son así y no hay más vueltas que darle.
Hago esta introducción porque hoy también voy a comentar sobre los gays. No es que yo, ni muchísimo de menos tenga fijación alguna sobre el asunto, es sencillamente que el próximo domingo día 28 se celebra un evento de relieve sobre el que no me apetece callar: el Día Internacional del Orgullo Gay.
Para un servidor, las cosas han llegado a unos términos inaceptables, si es que anteriormente lo eran, que va a ser que no. La alarma me salta cuando leo en algunos medios informativos que varios ayuntamientos de capitales de provincias, van a izar la bandera multicolor en lugar destacado y visible. La del Estado español, comunidad autónoma, localidad y gay. Juntas o separadas, eso ya no lo sé. Pero no solo eso. En Sevilla, por ejemplo, la bandera se colocará también en cruces de avenidas importantes y en todos los centros cívicos de la ciudad. Es decir, que una bandera diseñada o elegida para representar a un colectivo privado (sea el que fuere) va a ondear en edificios oficiales, y por todo lo alto. Demencial, patético y hasta creo que ilegal. Anticonstitucional.
Pero hay más. El gobierno del Partido Popular de Galicia pretende que los centros públicos de enseñanza puedan celebrar el Día del Orgullo Gay. << De conformidad con lo establecido en el artículo 26.2 de la Ley 2/2014, de 14 de abril, por la igualdad de trato y la no discriminación de lesbianas, gays, transexuales, bisexuales e intersexuales en Galicia, para favorecer la “visibilidad” e “integrar de forma transversal la diversidad afectivo-sexual”, los centros docentes sostenidos con fondos públicos podrán realizar actividades específicas próximas a las fechas de celebraciones internacionales relacionadas con el reconocimiento efectivo del derecho de estas personas>>. Ya estamos con lo de “visibilidad”. O sea, que por cojones se tienen que ver, que notar. Ya de paso me gustaría que alguien me explicase qué quiere decir eso de: “integrar de forma transversal la diversidad afectivo-sexual”. Pero es que además, claro está, dichas actividades reivindicativas de las tesis del lobby gay se celebrarán en días lectivos, con lo cual todos los alumnos asistirían a las mismas, sí o sí.
Patético, grotesco, ridículo, dramático. Vergonzoso.
Y ahora es cuando me toca ponerme la coraza porque, a estas alturas del artículo, más de dos y más de tres me habrán llamado de todo, menos bonico, sin tener la paciencia necesaria para terminar de leer.
Verán ustedes –y cójanlo por donde quieran-, a mí, personalmente en persona, me importa un pijo la tendencia sexual de cada quién. Con quién se acuesta o con quién se levanta. Al mismo nivel que se me importa otro pijo que unos sean del Barcelona y otros del Real Madrid. O de Las Palmas, que por cierto acaba de subir a primera. Pero lo que me parece de mal gusto, cochambroso, ridículo, y bochornoso es el espectáculo callejero que se monta el día de marras en algunas o muchas ciudades españolas. Esa exhibición de casi desnudos, de desvergonzados actos provocativos, de disfraces esperpénticos y demás llamativa y escandalosa y ridícula parafernalia, me resulta vomitiva. Porque si son esos los derechos que demandan, o un reclamo reivindicativo para que se reconozca su “égalité, fraternité, solidarité », estamos apañaos. Y si son esos los programas educativos que se van a imponer para que el niño aprenda a respetar, la llevamos clara. Y si las administraciones, porque les sale de sus santos cojones van a emplear los edificios públicos -de todo el pueblo- para hacer propaganda del lobby gay (LGTB), apaga y vámonos.
Hasta la nueva y flamante alcaldesa de Madrid, Manola Carmena quiere que las fiestas del Orgullo Gay, como S. Isidro, sean parte de la historia de Madrid. Sin quedarle otra, con todos sus santos y secos ovarios.
Todo, menos perseguir una educación de verdadera calidad, en la escuela y en las familias. Donde los niños aprendan que la dignidad de las personas reside en su propia naturaleza humana, independientemente de su origen, cultura, religión o tendencia sexual. En la que se enseñe a respetar (y en esto sigue fallando estrepitosamente el sistema) a niños, ancianos, hombres o mujeres, heterosexuales ú homosexuales, pobres y ricos, altos y bajos, gordos y flacos. Donde se inculquen normas de comportamiento, de saber estar, de recato y pudor necesarios. En la que se cultive el amor por la cultura. En definitiva, enseñanza de valores. Verdaderos valores humanos.
Si esto fuera posible, si todos gozáramos de tan maravillosas herramientas, estaríamos libres de tanta lamentable y esperpéntica payasada.
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