
Conchi Catalán
“A los chiquillos, pan y tierra”. Estas palabras, las decía un conocido y prestigioso médico de nuestro pueblo, por cuya consulta de pediatría, pasamos varias generaciones de hellineros. Todo un referente en el mundo de la medicina infantil, que además de curar a los niños, orientaba a las madres con sabios consejos. Persona emblemática y muy querida por todos. Me estoy refiriendo, como muchos habréis adivinado ya, a D. Eulogio Silvestre.
La verdad es que, aunque han pasado muchos años de aquel sabio consejo, hoy se hace más necesario que nunca el hacerlo realidad.
Si echamos la vista años atrás (generación de los 60/70) los niños y las niñas jugábamos en la calle. Todos podemos recordar aquel momento al volver de la escuela, con 7,8,9…años, en el que inmediatamente, nos íbamos de nuevo para jugar con los chicos del barrio. Al grito de “mamá, me voy a jugar” y con la merienda en las manos, salíamos por la puerta, sin más. Nuestras madres, estaban tranquilas, sabían dónde y con quién estábamos, con solo asomarse a la ventana, nos tenían localizados…
Jugábamos a la pelota, a saltar la cuerda, a las “tres en raya”, “al escondite”, “al pañuelo” …otras veces, sentados frente a las casas, a juegos más tranquilos como “los disparates”, “piedra, papel, tijera” o sacábamos los yoyós, los “zompos”, las canicas o probábamos la velocidad y el equilibrio con los patinetes, las bicis o los patines sobre ruedas.
Jugar en la calle, nos hacía sentirnos parte de donde vivíamos, fomentaba en nosotros el sentido de pertenencia, interiorizábamos el barrio como algo nuestro.
Las calles estaban llenas de vida con las voces de los niños, sus risas y sus juegos…
Hoy, ya no se oyen las voces de los niños jugando, porque ya no juegan en la calle. Ahora escuchamos el ruido de los coches y las motos, que se han multiplicado por 20, convirtiendo la calle en un espacio inseguro y peligroso. Las ciudades hace tiempo que ya no son espacios pensados para los más pequeños.
“Jugar ya no es una parte normal de la vida cotidiana de la mayoría de los niños”.
Hoy, los niños ya no van solos al colegio caminando, a la mayoría los llevan en coche o van acompañados (incluso con 10 y 12 años) y es que los padres no están tranquilos, hay una gran inseguridad a la hora de “ir soltando la cuerda”. Algo comprensible, si tenemos en cuenta que “el 80 % del espacio público de la ciudad está destinado a los coches (aparcados o en movimiento) y que nuestras ciudades están diseñadas para facilitar el tráfico a motor”, en definitiva, no son, ni mucho menos, espacios para la infancia…
Pero no solo este es el motivo por el que los chiquillos ya no juegan en la calle. No hay tiempo para el juego en general. Las tareas escolares después de la jornada lectiva que, aunque son buenas en diversos aspectos, porque sirven para solidificar los contenidos estudiados en clase, se pueden convertir en una fuente de estrés para los pequeños de Primaria cuando son demasiado intensas y se incrementan, además, con otras actividades extraescolares que, aunque pueden ser divertidas y positivas para el desarrollo del niño, en ningún caso pueden ser un sustituto del juego.
El tiempo del recreo, en la escuela, es el único rato al día que muchos menores pasan al aire libre.
Entonces, el poco tiempo que los niños tienen para jugar ¿Cómo y dónde lo hacen?, pues en la casa a través de pantallas donde la actividad física es nula, al igual que la relación directa con los demás y otras veces en el parque, que suele ser un espacio “cercado y restringido” y casi siempre organizado y dirigido por los adultos.
La frase “A los chiquillos pan y tierra” encierra toda la fuerza y el poder que el juego al aire libre tiene para la salud mental y física de los chicos.
Allí juegan con otros niños: sociabilizan, aprenden normas, practican ejercicio físico, se divierten, liberan las tensiones del día, ganan autoconfianza y seguridad en sí mismos…
Salir al campo, disfrutar de la naturaleza, jugar en entornos naturales, debería ser un derecho de la infancia.
Hoy en día, el contacto con el medio natural es, a menudo escaso, especialmente en las grandes ciudades. Trepar a los árboles, tumbarse en la hierba, recoger piedras, bañarse en el río, comer moras, refuerzan el vínculo que nos une a la naturaleza, nos hacen amarla, respetarla y protegerla desde pequeños a la vez que son experiencias que refuerzan el crecimiento social, emocional y psicológico de los niños.
Cada vez está más claro, que es vital reivindicar la filosofía de nuestro querido pediatra, pues las redes sociales virtuales han ido cogiendo fuerza a medida que las redes sociales reales, las que nos vinculaban con el barrio y la ciudad, han ido perdiéndola. La tecnología, se ha convertido en el sustituto perfecto de unas calles cada vez más vacías de niños…
Sustituir el juego físico por un juego virtual o chatear con los amigos por las redes sociales en vez de quedar con ellos en la calle no es, desde luego, la mejor de las opciones. Pero es exactamente lo que está sucediendo y este es el verdadero problema y que, está teniendo sus consecuencias…
En definitiva, no son las redes sociales o las pantallas o los videojuegos los culpables definitivos de todos los males, el problema viene cuando hemos dejado que éstos hayan desterrado de la vida de nuestros niños y adolescentes el juego y las actividades al aire libre.
Hemos retirado a los niños de la ciudad para meterlos en las casas.” Les hemos sobreprotegido en el mundo real, donde necesitan vivir experiencias directas y les dejamos solos ante el mundo online donde son más vulnerables, sobre todo durante la adolescencia”. (Jonathan Heidt “La generación ansiosa”)
Importantes estudios están demostrando que, a partir de 2010, cuando los adolescentes de los países desarrollados cambiaron sus teléfonos por smartphones y trasladaron gran parte de su vida social a internet, “empezaron a padecer ansiedad, depresión y otros trastornos mentales, alcanzando niveles más altos que cualquier otra generación en la historia.”
Ante este panorama, ¿Hay algo que podamos hacer?…
Sí, por supuesto:
Volver al sabio consejo: “A los chiquillos, pan y tierra”, pues, será la mejor forma de equilibrar sus emociones, de mejorar sus habilidades sociales interactuando con otros niños de forma espontánea.
Valorar el tiempo para el juego al aire libre como algo vital.
Ausencia total de smartphones en los colegios e institutos.
Nada de redes sociales antes de los 16 años.
Cuatro acciones básicas, pero sin duda difíciles y que implican a padres y a la sociedad entera.
No se trata, por tanto, de prohibir, sino de planificar, priorizar y controlar.
En ello nos va la vida.
“Los niños necesitan la libertad y el tiempo para jugar. No es un lujo, es una NECESIDAD”.
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