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Una historia sencilla

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Una historia sencilla

Antonio García

Me la contó hace poco un amigo. Y es tan sencilla y humana que ambos nos emocionamos, él contándola y yo escuchándole. Y es que, amigos, en las cosas pequeñas se encuentra muchas veces la grandeza del ser humano. Sin estridencias, sin hacer ruido, casi anónimamente. Es cuando dan ganas de sonreír, mirar al cielo y decir: la vida vale la pena. Porque <<el que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho>>.

A buen seguro que muchos de ustedes también han sido protagonistas de gestos parecidos, en los que brilla la chispa del corazón generoso. Seguro. Gestos humildes, “casi” sin importancia, hechos sin bombo y platillo, con la espontaneidad y naturalidad del que saluda a un vecino o tira una bolsa de plástico en una papelera de la calle.

Le dije a mi amigo que la contaría. Y en ello estoy. No se esperen hazañas del Capitán Trueno, ni vibrantes y trascendentes gestas de héroes de película.

Dos voluntarios de Caritas, un hombre y una mujer joven, se encontraban en un supermercado de la ciudad para recoger los alimentos donados en una de las campañas que, a tal efecto, se llevan a cabo cada año. Ustedes ya las conocen. Esperaban al encargado del establecimiento cuando un hombre desconocido se acerca a la chica y le pide un euro, que al parecer necesitaba. La mujer se sorprende un poco pero, sonriente, le entrega el euro. Y el señor desconocido se pierde entre las estanterías.

Entonces ellos comenzaron a ejecutar su labor, o sea, a sacar y cargan en el furgón de la entidad los alimentos donados para llevarlos al lugar correspondiente, destinados a paliar el hambre de muchos desheredados.

Estaban a punto de marcharse, cuando ven aparecer al desconocido con un carro lleno a rebosar de productos alimenticios. Se acerca a la caja, paga la cuenta y se dirige a los voluntarios, que estaban expectantes y algo intrigados observando la maniobra:

<<Tomen, estos productos son para Caritas, ustedes sabrán gestionarlos. Y cuando coloquen el carro en su sitio, usted señorita recuperará la moneda que me prestó>>.

Y desapareció.

Por más que lo intentaron no consiguieron saber quién era aquel benefactor. Ningún empleado lo conocía. Todo lo más que consiguieron (la curiosidad humana) a base de insistir, fue que la cajera les dijese el importe de la compra. Mi amigo me lo dijo, pero naturalmente yo no lo voy a revelar.

El viaje de aquella moneda de euro terminó donde había empezado, pero en ese mientras tanto dio su fruto, porque algo hermoso ocurrió aquella mañana en aquel supermercado. Con sencillez, con humildad, sin estridencias y con las estrictas y necesarias palabras. La caridad, es decir, el amor no necesita discursos, ni poses, ni fotógrafos.

Les diré que mi fuente de información fue testigo presencial, el hombre voluntario de Caritas. Y por descontado que esta historia u otras parecidas se repetirán con frecuencia en muchos lugares de España. Pero es la que yo cuento, porque hay que contarlo. Porque ningún medio de comunicación relatará jamás estas cosas, esa infinidad de pequeños milagros que a diario se producen, y que hacen la vida más llevadera, más humana, más solidaria. Esa verdadera solidaridad que no precisa figurar en un programa electoral ni ser pregonada en los mítines de precampaña. Infinidad de gestos que, de mil maneras diferentes, revelan lo que hay de auténtico y valioso en el Hombre. Que alimentan la existencia y avivan la esperanza en la humanidad… si nos dejaran. Si librándonos de tanta porquería, tanta propaganda alienante, tantos intereses y manipulaciones del corazón y la mente, tanta basura hábilmente repartida, tuviésemos la verdadera libertad espiritual de caer en la cuenta de lo que verdaderamente somos y de lo que realmente valemos. Si supiéramos valorar, en toda su grandeza, la inmensa dignidad de los seres humanos, por el solo hecho de ser hijos de Dios.

Por supuesto que no se, ni me interesa ahora, si el desconocido de esta historia es hombre religioso o no. Da lo mismo. Pero sí puedo asegurar que, a sabiendas o no, hizo algo que Jesús proclamó: “Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme.” Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?” Y el rey les dirá: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis>>.

Tal vez sea éste el único camino que tenemos, si queremos salvar a la Humanidad en tiempos tan revueltos. El amor.

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