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Saludos a través del tiempo

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Saludos a través del tiempo

Por Sol Sánchez

Hacía meses que deseaba recordar a través de estas letras a nuestro querido “Paquico”. Afortunadamente esta semana y gracias a la generosidad de Juan Carlos Picornell que me ha cedido su foto, podemos rescatar algunos recuerdos de ese baúl hellinero en el que todo perdura y nada muere.

Además como por arte de magia Antonio García Felipe, buen amigo y gran hellinero, amante de su pueblo y tradiciones, ha puesto ante mis ojos un escrito de su propio puño y letra que ha conseguido emocionarme:

“No me pude resistir.

Fue superior a mis fuerzas pasar después de tantos años por nuestro Rabal y no entrar en la “botica de Paquico”.

Entré con la torpe excusa de comprar unas pastillas “Juanola”, y una vez dentro me vi transportado al pasado, que me llevó a los rincones más hondos de mi alma.

A esa zona de nuestros pensamientos en la que, desde la distancia del tiempo, se mezclan nuestras risas y nuestros llantos, al volver atrás la mirada hacia un tiempo que por imposible ya no está, pero que se niega a abandonarnos, abrazado a la esencia de nuestros recuerdos.

Al pasar frente a ella, vi su escaparate con sus laterales de cristal abombado, y sucumbí. Tuve que entrar.

Todo estaba igual en el interior. Los techos, las lámparas, la decoración de las paredes… todo parecía atrapado en una espiral que me devolvió a los brazos de mi madre cuando, cargando conmigo, que aún no había roto a andar, entraba allí a comprar su “Coramina”.

Unas gotas infamantes de sabor amargo, en un frasco de cristal con forma octagonal, de color ámbar oscuro con forma octogonal y un cuentagotas con capuchón negro, que eran su seguro de vida contra la dolencia que sufría su corazón. Aunque todo el mundo opinaba que de lo que sufría su corazón era de exceso de cariño hacia todos sus semejantes.

Al mismo tiempo compraba un bote de “Pelargón” para alimentarme. Era la primera leche de alimentación infantil que apareció para casos en los que, como éste, el amargor que dejaban en su sangre las dichosas gotitas, le obligaban a utilizar éste sustitutivo de la leche materna.

“Paquico” me miraba serio. Siempre peinados hacia atrás sus cabellos negros pegados a su cabeza, relucientes de brillantina. Con su bigote severo y un gesto que a mí me parecía tan duro, que a veces me hacía llorar.

Entonces desenroscaba la tapa plateada de uno de aquellos frascos de cristal que tenía en uno de los extremos del mostrador, y me ofrecía unas gominolas diciéndome:

-¡Toma, hombre no llores! ¡Te crías con Pelargón y tienes que tener más mala leche!

Al cabo de tantos años, volví a entrar en su farmacia.

“Paquico” ya no estaba y me atendió una persona que dijo ser familiar suyo.

Pero mientras buscaba en las estanterías del interior mis pastillas “Juanola”, hubiera jurado que lo vi, ofreciéndome sus gominolas y saludándome a través del tiempo:

-¡Hola mala leche! ¡Que te criaste con Pelargón!

Y como entonces, mi madre me sonreía para que no me asustara”.

Antonio García Felipe

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