Antonio García
Rosalía de Castro, la gran poetisa y novelista gallega del siglo XIX, nos dejó escrito un bello poema -puro deleite para las almas sensibles- que yo me permito traer a la memoria: <<Yo las amo, yo las oigo, / cual oigo el rumor del viento, / el murmurar de la fuente / o el balido del cordero. / Como los pájaros, ellas, / tan pronto asoma en los cielos / el primer rayo del alba, / le saludan con sus ecos. / Y en sus notas, que van prolongándose /por los llanos y los cerros, / hay algo de candoroso, / de apacible y de halagüeño. / Si por siempre enmudecieran, / ¡qué tristeza en el aire y en el cielo! / ¡Qué silencio en las iglesias! / ¡Qué extrañeza entre los muertos!
Pero está claro que no todo el mundo tiene este sentimiento, esta emotividad, esa delicadeza espiritual hacia el sonido de las campanas que, aunque alguien esté desprovisto de piedad religiosa, le cuentan un “no se qué” al alma de cualquiera cuando sus tañidos se enseñorean del viento.
El campanario de la iglesia de San Nicolás de Bari en el barrio del Carmen de Valencia ha enmudecido desde el viernes 27 de Enero, porque así lo ha decretado el alcalde, señor Ribó. Silencio. Parece ser que a un vecino le molestan. Por lo que don Ribó, atento siempre a los derechos de las minorías, envió a su equipo técnico municipal a medir el nivel sonoro de tan extraños y ruidosos artilugios, a tenor de la ley de Protección contra la Contaminación Acústica. Y parece ser que sí, que superan los decibelios establecidos en la norma. Siglos expandiendo su broncínea canción, y ahora resulta que fastidian, que están fuera de la normativa vigente. Y esto no puede ser. Menos mal que un vecino del barrio –eso sí, algo quisquilloso- se ha dado cuenta y gracias a él se ha podido interrumpir éste dañino martirio al tímpano de los ciudadanos, cuya urbana vida capitalina se desarrolla en el más absoluto silencio.
Esta iglesia es una de las primeras de Valencia, construida en el siglo XIII, que además alberga la conocida como <<Capilla Sixtina valenciana>>. Hace un año que fueron restauradas casi dos mil metros cuadrados de pinturas murales y diversas esculturas. Fue declarada Monumento Histórico Artístico Nacional en 1981. Los habitantes del barrio se sienten orgullosos de su iglesia y sus campanas, pero les ha salido un vecino “campanófobo” y porsaquero, y un alcalde al que le chorrea el colmillo cada vez que ve la posibilidad de joder todo lo que huela a religión católica, aunque se trate de un verdadero tesoro histórico, como es el patrimonio cultural sonoro. Un símbolo y un tesoro de la cultura y la historia valencianas.
Pero menos mal –no siempre y en todas partes ocurre- que el vecindario al completo, menos uno, esa inmensa mayoría de ciudadanos antidemocráticos e irrespetuosos con la ley acústica, ha reaccionado y ha dicho que naranjas, que ellos quieren seguir oyendo el sonido de sus campanas, como de toda la vida, y que más que molestarles les gusta y les alegra: <<Nos están robando el patrimonio cultural sonoro de la ciudad. Con esta prohibición solo consiguen degradar todavía más el barrio, lleno de turismo barato y de borrachos que dejan las calles sucias por la noche>>, exclama una turismobaratofóbica que, a pesar de esta inadmisible y antiprogresista condición, ha puesto en marcha desde su tienda una recogida de firmas para que el Excelentísimo rectifique y se restituya el límpido sonido campanil. En solo los dos primeros días ha recogido más de doscientas firmas de gentes que iban pasando por su comercio, unos a comprar y otros a firmar a cosica hecha, enterados de la campanofobia municipal, todavía no perseguida por las leyes de igualdad. Y no solo eso: tres barrios más se han sumado a la campaña para que se mantenga la tradición de los toques.
El señor alcalde, cuyo coeficiente intelectual supera al de una vaca, en un gesto que le honra pidió que las iglesias reduzcan el sonido de sus campanas para que puedan seguir tocando, como <<solución de consenso>> tras la polémica. O sea, que toquen, pero flojico. ¡Si, señor! Eso sí que es capacidad negociadora: que haya consenso entre las tres partes: los vecinos, el pejiguero denunciador y la personal y demostrada iglesiofobia del alcalde.
Vamos, que se tomen “medidas correctoras”. En vista de lo cual yo sugiero –dado mi natural conciliador- que las campanas se forren por dentro con guata, o que se cierren herméticamente las torres campanario con paneles de porexpán. Dependiendo del presupuesto, cabe también colocar badajos de goma-espuma.
El pobre párroco está que no le cabe un cañamón por donde ya saben. Dice que no se explica cómo es posible que el gobierno municipal «ataque» a la parroquia después de que la Generalitat aprobara su restauración hace año y medio. «No es una cuestión acústica, sino ideológica». Y yo para mí que lleva razón.
Termino con estas palabras de Pablo VI sobre las campanas: <<Hacen sentir su voz, que resuena entre tierra y cielo; es el diálogo de la fe y la oración, suspendido en lo alto, sobre nuestra vida terrena, horizontal y profana; un canto metálico, intérprete de aquel otro vocal que sube a las alturas para invocar aquí abajo la efusión de las bendiciones de Dios>>.
Pero esto último que no lo lea Ribó, que si no es cuando se quedan sin campanas, como yo me quedé sin abuela.
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