Mi amor es condicionado
¡Por todos los dioses, ya era hora! Ya estamos todos de acuerdo. Las derechas, las izquierdas, el centro, los de arriba y los de abajo, incluidas todas sus variedades y tonalidades. Porque saben ustedes que el azul llega desde el pálido al marino, y el rojo puede estar desteñido o llegar hasta el granate. Que es lo que hay. Bueno, sin contar los que ni fu ni fa, y los que no quieren saber absolutamente nada del muestrario al completo. Cada cual con sus razones.
Pero hay un gran acuerdo, que ha despertado la misma unanimidad entre los políticos que la subida de sus sueldos. Y dietas. Y lo que es más asombroso, hasta el pueblo es unánime. A saber: <<¡España necesita un cambio!>>.
Les aseguro que he buscado en la historia parlamentaria de nuestro país, y no he hallado semejante consenso en ninguna época de nuestro caminar autodestructivo. Sin contar las monarquías absolutas, claro. Me refiero solo a las numerosas ocasiones en que ciudadanos sin sangre azul han tenido la oportunidad de pinchar y cortar amparados por una u otra constitución, que no han sido pocas. Pues de todos es sabida nuestra ibérica y peculiar manera de zanjar diferencias, en cuanto hemos tenido ocasión de sacudirnos de encima al dictador de turno: a tortazo limpio. Ya nos ocurrió cuando nos deshicimos de Fernando VII –bueno, este se deshizo solo porque se murió en plena gobernanza-. Tras lo que hubo en España una revuelta, una monarquía parlamentaria y tropecientos mil gobiernos y constituciones, acompañados de rebeliones, pronunciamientos militares y unas cuantas zarandajas más. Entre ellas la I y II República. De manera que, mientras se daban caña en las Cortes, diciéndose “y tú más” (nada ha cambiado) el pueblo como siempre, pasando hambre. Porque en España siempre se ha pasado hambre.
Pues bien, ya hemos dado el primer paso, España necesita un cambio. Vale. Pero ahora viene la segunda parte, no menos importante que la primera: ¿Qué cambio? Es decir, ¿Hacia dónde y cómo? Y aquí es donde la volvemos a engorrinar, O sea, que lo que habíamos avanzado, como el que tiene un tío en Graná, que ni era tío ni era ná.
A mí, léanme pero no me miren, que yo no traigo la solución. Porque es que resulta que dentro de las opciones que se nos presentan, ninguna me enamora. ¿Y saben qué pasa? Pues que, o bien trae uno el “carnet de enamorao” desde tiempo atrás, o a mi edad es difícil colarse por algún partido político si antes no me han echado el guante. O sea, que a estas alturas ni los unos ni los otros son capaces de seducirme ni derretirme el seso, ni aún con luna llena ni en la apartada orilla de un torrente cantarín de agua discurriendo entre arrayanes y madreselvas. Y menos aún con sus discursos románticos y declaraciones de amor verdadero. No es que yo sea virgen, como doña Inés, sino que ya no me la pegan. De unos, porque no me creo lo que dicen, de otros, porque no me fío de sus intenciones. Porque intuyo que todos vienen con afán de sodomizarme. Y por “ahí” no entra nadie sin mi debido permiso, que por supuesto yo no voy a dar, salvo al urólogo. Así que solo le queda al que sea, la opción de violarme. Como viene sucediendo legislatura tras legislatura. Y entremedias.
Sin embargo, verán ustedes qué cosa más curiosa. He llegado a pensar que si yo tuviese la seguridad de la limpieza de corazón y altura moral de cualquiera de ellos, me daría igual el color con que se adornan. Tanto del líder como de su equipo. Y es que, aceptando de antemano que hay varias formas de administrar lo público, varios modelos de gestión, unos mejores y otros menos mejores –digo yo-, daría cualquier cosa por mirar a los ojos a los pretendientes y leerles en el alma aquello que dijo mi Maestro:<< Yo no he venido a ser servido, sino a servir>>. Para mí esa es la clave, queridos sufridores. Y si no, a los noticiarios me remito que, como tienen a veces el vicio de informar –cuando les pillan con resaca-, nos están revelando que hasta el nuevo don Juan Tenorio tiene sus más y sus menos, o sea, sus chanchullos, sus corruptelas. Y sus amistades peligrosas.
Después, cualquier gobernante, dado que el mundo es redondo y global, interconectado, intergobernado e intercorrompido política, social y financieramente, pues llegará hasta donde pueda llegar. Pero si las cosas se explican bien, si se hacen a pecho descubierto, si de verdad están dispuestos hasta el sacrificio personal, sin más prerrogativas que la satisfacción del servicio a los demás, con la conciencia tranquila, y carentes de ventosas que se adhieran al sillón, pues tal vez acceda a una cita y baile un tango con el que reúna las condiciones descritas, o así me lo parezca. Pero sin cama, premio que le reservaré para el final del mandato, cuando yo esté seguro de que su amor es verdadero. Cuando se retire de político y sin pensión vitalicia.
<<Yo no he venido a ser servido>>, sino a servir. Convénzase ustedes de que no hay otra opción para acabar con este infumable vodevil pornográfico, que solo produce ganas de vomitar.
Les abriré mi corazón cuando el elenco de cualquier compañía al completo, de esta obra magna que cada cual quiere representar me miren a los ojos, y me juren a coro que están dispuestos a morir por mí, si es necesario.
Mientras tanto, que les vayan dando por donde ellos pretenden darme a mí.
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