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La estrella de Belén

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La estrella de Belén

<<Nacido, pues, Jesús en Belén de Judá, en los días del rey Herodes, llegaron de Oriente a Jerusalén unos magos diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque hemos visto una estrella al oriente y venimos a adorarle>>

Creo que habrá pocos entre nosotros, si es que hay alguno, que ignore el origen de la hermosa tradición de los Reyes Magos. Al menos entre los que ya superaron la niñez, claro. Recuerdo perfectamente, como si un flash lo hubiese grabado en mi mente, cuándo y donde me enteré de que los Reyes Magos eran los… Un muchacho mayor que yo, de mi barrio, me hizo la revelación. Y la verdad, no guardo constancia de ningún trauma o decepción, aunque sí de sorpresa. Pero naturalmente, con toda mi picardía infantil me guardé el secreto ante mi familia durante algunos años…, hasta que en un renuncio me pillaron. Me delaté yo solo por querer explicar en casa dónde se vendía un juguete que yo quería. Sin embargo “los reyes” fueron tan bondadosos que siguieron manteniendo la tradicional costumbre, para regocijo y felicidad de un servidor.

Hoy, algo mayorcito y talludico, me siguen entusiasmando los Reyes Magos que, aunque lo tengo prohibido, se siguen descolgando con algún obsequio, pues tengo miembros en mi clan a los que les encanta no hacerme ni puñetero caso. ¡Qué le vamos a hacer!

Sin embargo, mi interés actual por esos personajes y la historia que nos narra el Evangelista San Mateo es de otra índole, tiene otra sustancia. Y creo, sinceramente, que el secreto tan celosamente guardado a la infancia, debe estallar en todo su esplendor cuando llegamos a la edad adulta. Porque algo muy grande y hermoso se oculta en esa historia. No se trata de “descubrir” quién nos trae los regalos, cosa que antes o después ocurrirá. Bien es cierto que esto nos puede llevar, a poca sensibilidad que tengamos, a reconocer gozosamente el amor de los padres y la ilusión que ponen al pensar y elegir los presentes –seguramente mayor que la de los niños-, o incluso entre familiares cercanos y queridos. Por eso se mantiene y perpetúa la tradición aún entre los no creyentes. Pero hay algo más encerrado en esta historia, que muchos lectores seguramente conocerán y que me voy a permitir compartir con ustedes.

Nos cuenta la historia evangélica que estos tres personajes que acudieron con sus presentes a Belén a visitar al Niño, eran magos. Nada se dice de reyes, ni de cuántos eran y ni siquiera su nombre, cuya tradición fue incorporada después. En realidad este “magos” significa que eran personas pertenecientes a una clase de intelectuales que se distinguían por su afición al estudio de la astronomía, o mejor, astrología, que era una ciencia adivinatoria basada en la creencia de que la vida de los hombres se desarrolla bajo la influencia de los astros. Hay que tener, pues, en cuenta, el momento histórico en que se centra este relato. Indudablemente eran gente culta y sabia y conocían la tradición judía, que esperaba a un Mesías, un Rey que, como todos los grandes personajes, debería tener una estrella que vaticinase su destino.

Eran gente sabia, es decir, <<buscadores de la verdad>>. Pues solo es realmente sabio el que a tal empeño entrega su esfuerzo, su vida. Luego están los empollones, los supiores, los científicos de la materia, los vanidosos empedernidos… y los tontos ilustrados. Pero la gran pregunta de fondo en esta bonita historia es: ¿Se les apareció la estrella para revelarles el camino a la verdad, de sopetón, sin más, o fueron capaces de ver la estrella porque buscaban insistentemente la Verdad? ¿Qué fue primero?

Estoy seguro, queridos amigos, que lo segundo fue lo primero. Que su búsqueda, su amor por la verdad por fin les iluminó. Que su constancia y su honradez tuvieron premio. Y vieron la estrella, su espíritu se iluminó y no dudaron en ponerse en camino al encuentro de la Verdad hecha hombre. Para adorarle y ofrecerle presentes de un tremendo valor simbólico: oro, incienso y mirra. El oro representando su naturaleza real, como presente ofrecido a los reyes. El incienso en alusión a su naturaleza divina, empleado en el culto en los altares de Dios. Y mirra, un compuesto perfumado con que se untaba a los hombres escogidos, ya que adoraron a Jesús como Hombre entre los hombres.

Pero, curiosamente, lo que llamamos el día de Reyes, en realidad es la fiesta de la Epifanía. Es decir, “manifestación”. Ese día, jueves 6 de Enero, lo que en realidad celebraremos es la manifestación de Jesús como hijo de Dios a los sabios que vinieron de Oriente a adorarlo. O si se quiere, la manifestación de Dios a todos los hombres del mundo, para revelar su amor a los pueblos y naciones.

Así que, amigos míos, sean creyentes o no, los magos representan a todos aquellos que buscan, sin cansarse, la luz de Dios, siguen sus señales y, cuando encuentran a Jesucristo, luz de los hombres, le ofrecen con alegría todo lo que tienen. Los Reyes Magos dejaron su patria, casa, comodidades, familia, para adorar al Niño Dios. Perseveraron a pesar de las dificultades que se les presentaron. Era un camino largo, difícil, incómodo, cansado. El seguir a Dios implica sacrificio, pero cuando se trata de Dios cualquier esfuerzo vale la pena.

Que es lo que hacen los verdaderamente sabios.

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