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La dignidad y la carne

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La dignidad y la carne

 

Antonio García

La Biblia nos cuenta que una vez creado el Universo entero, con la Tierra y todo lo que contiene, Dios creó al Hombre. Y lo hizo tomando un poco de tierra, haciendo barro y formado con él la figura de Adán. Tras ello, “sopló” sobre esa figura y le infundió vida. Es decir, le dio su “aliento”. De modo que lo formó con materia existente, ya creada –que es lo que significa el barro- construyendo así el físico del ser humano. Pero en ese instante solo era una estatua inanimada, por lo que a continuación le insufló el “soplo vital”, le dotó de alma racional. De espíritu, a imagen y semejanza de Dios. De ahí que reconozcamos que el Hombre está formado de cuerpo y alma, inseparables.

Los ateos, que no quieren profundizar en este berenjenal, se limitan a decir que somos solo materia, en todo caso animada por un “principio vital”, por un “algo” que nos distingue de los seres inanimados. Pero que en realidad, solo somos física y química. Un complejo conjunto de materiales que, reaccionando entre sí por las leyes de la física y la química, dieron como producto lo que somos. Nada más. Eso sí, nada más… pero con un “algo”, un no se qué o un vaya usted a saber.

Asombroso. Un montón de materia que es capaz de pintar de manera sublime, hacer poesía, emocionarse, expresar la belleza, anhelar la eternidad, rezar, amar… La materia que ama. Asombroso, ¿verdad? O sea, que somos solo eso, como a veces se dice para insultar: un cacho de carne con ojos.

Y es que claro, eso de creer explícitamente en el alma parece llevar aparejado entrar en una dinámica mental que les puede complicar la vida y hacer tambalear sus “seguridades”. <<Polvo eres y en polvo te convertirás>>, y se acabó.

Seguramente no han caído en la cuenta de que si Dios creó al hombre, pudo crearlo a su antojo. Y si tuvo poder para hacer una estatua del barro, ¿por qué no iba a tenerlo para hacer el alma? Y además, inmortal.

Pero ellos tienen la respuesta fácil: Dios no existe. El mundo ha sido creado de la nada. Resuelto. ¿Entonces…? Pues sí, el azar, la casualidad… Es decir, que conceptos humanos que aplicamos a los casos o cúmulos de circunstancias que no podemos prever ni evitar, han sido los autores de la Creación. Excelente teoría… Pero si antes de la Creación no había nada, no existía nada, ¿resulta que el creador es el azar? El primer y más elemental principio filosófico nos dice, desde antiguo, que <<lo que no existe no se puede dar la existencia a sí mismo>>. De cajón, ¿verdad?

Pues esto tiene que ver con lo que llamamos “la dignidad humana”.

La pregunta es: ¿Cómo se puede defender la dignidad humana –que está por encima de la materia- si solo somos materia? ¿La dignidad es un concepto material, tangible? ¿Tiene peso, media, densidad, color…? Pues si no es así, entonces, ¿qué es?

Mas aquí no terminan las preguntas. ¿Es innata en el ser humano, por el solo hecho de “ser”, de “existir”, o depende de que algo o alguien nos la otorgue? ¿Viene con el pedido o después de nacer nos la añade alguien?

La dignidad es la cualidad de ser dignos, merecedores del algo: respeto, consideración, reconocimiento. La Declaración Universal de los derechos Humanos, aprobada en 1948 tras la Segunda Guerra Mundial, en su Preámbulo invoca la <<dignidad “intrínseca” de todos los miembros de la familia humana>>. <<Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos>>. Y repito, intrínseco, o sea, esencial. Lo que constituye la naturaleza de las cosas, lo permanente, lo invariable de ellas. Lo que nos indica que la vida humana es respetable siempre.

Por tanto, esto no es una concesión de nadie. No es el resultado de una asamblea de señores que, reunidos en un gran salón decidieron un día “conceder” dignidad al resto de los humanos.

La dignidad, pues, es un valor intrínseco instituido en cada uno de nosotros desde el momento de la concepción. Por lo que ahora cabría volver a preguntar: ¿la sola materia, la sola carne posee dignidad? Nuestro cuerpo está hecho, incluido el cerebro, de hidrógeno, oxígeno, carbono, nitrógeno, calcio, fósforo, potasio, etc., etc. Un conjunto de elementos químicos que reaccionan entre ellos, de manera muy compleja, para que tenga lugar la vida. Y eso es el solo cuerpo, nada más.

Déjenme contarles una cosa. La idea de dignidad personal nace con el origen del cristianismo. El hombre, al considerarse «creado a imagen y semejanza de Dios», se considera un sujeto libre y por lo tanto responsable de sus actos. Los conceptos de libertad y responsabilidad aparecen indisolublemente unidos al de dignidad, pues al no poder existir culpa sin libertad de elección, la libertad y la dignidad son también ideas centrales del cristianismo. Antes del cristianismo existía la idea de “libertad” y de conceptos similares, como el “honor”, pero se ligaban a condiciones sociales particulares, no al ser humano en sí mismo, en su totalidad.

Resumiendo, poseemos dignidad porque somos hijos de Dios, en cuerpo y alma. Por lo tanto no es otorgada por nadie, su existencia no depende del reconocimiento humano y ha de ser respetada por todos. Como toda obra de Dios. Solo se concibe, pues, la dignidad, sin nos entendemos y reconocemos como creación del Todopoderoso.

De donde se desprende que, sin Dios y sin alma inmortal, no tiene sentido. ¿Puede por tanto la sola carne poseer dignidad?

Expulsando a Dios de nuestras vidas, solo somos eso: cachos de carne con ojos, llenos de avaricia, soberbia, incertidumbres, vanidad y ceguera.

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