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La bastardía real

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La bastardía real

Por Antonio García

Noticia bomba: << El Supremo admite una demanda de paternidad contraDon Juan Carlos>>. Lo mismo a muchos les escandaliza, o les despierta el gusanillo del morbo, con esa especie de insana malicia con que los españoles nos regocijamos ante todo lo que supone transgresión. Que se sospechara, que algo se dijera, pues vale. Pero que un catalán y una belga salgan ahora diciendo que ellos son los lodos de aquellos “polvos”, que quieren ser reconocidos como hijos del ex monarca, que se haga la prueba del ADN y todo esto ante un juzgado, ya son palabras mayores.

Ellos no necesitan ir a Tele 5 a “Hay una cosa que te quiero decir” para que el programa busque a su papá. Saben muy bien quién les hizo las panzas a sus mamás. ¿Cómo lo saben? Lo desconozco, pero, ¡por Tutatis!, que afirman que lo saben. Los españoles están divididos: o nuestro ex es un degenerado fornicador, o es un tío macho, que ya saben ustedes cómo nos las gastamos los íberos. Pero yo les confieso que no me pilla de nuevas, porque este es el pasaje más común de la larga lista de nuestra realeza hispana. Si se estudia detenidamente la historia, veremos que raro es el monarca que no ha echado una canica al aire, o sea, que no se ha ido de picos pardos, aún teniendo parienta legítima. Ninguna dinastía reinante se queda atrás: ni Trastámaras, ni Austrias, ni Borbones. Incluidas algunas consortes de reyes -muy casquivanas ellas- y algunas mismísimas reinas.

Es curiosa la historia de aquel casi legendario rey, Fernando que, junto a Isabel I de Castilla, formaron la famosa pareja de los Reyes Católicos. Según las revistas del corazón, Isabel era una mujer prudente, virtuosa y paciente, sumamente paciente pues se dice que tuvo que aguantar carros y carretas por las infidelidades de su marido. La dinastía Trastámara la fundo un señor llamado Enrique II de Trastámara, que nació en 1333 en Sevilla. Pues nieto de éste es Fernando, el rey Católico. Ya el abuelo, don Enrique, fue fruto del amancebamiento de su padre, Alfonso XI de Castilla con la joven y fermosa viuda Leonor de Guzmán, con la que tuvo nada más y nada menos que diez hijos extramatrimoniales, entre ellos Enrique. Pues como ya saben, ésta dinastía terminó cuando la espichó Fernando el Católico, al que hago protagonista de este artículo.

Don Fernando era un mozo guapetón, ni alto ni bajo, simpático, de ojos cautivadores y, por lo que dicen, sobrado de testosterona que al parecer derrochó en numerosas camas femeninas. De ahí que su católica esposa tuviera que aguantar estoicamente una pesada cornamenta. Doña Aldonza Reig de Ibarra, Joana Nicolau, Toda de Larrea, la portuguesa Juana Pereira…, que se sepa. La reina, cada vez que a su marido le aparecía un hijo de extranjis, solo podía castigarle donde más le dolía: dejándolo a dos velas durante una temporada. Resumiendo, que el jambo era lo que se llama un puterete, una joya. Lo que no quita mérito a su valía como hombre de Estado y sentado gobernante, si bien más adúltero que buen católico. Tuvo cuatro hijos fuera del matrimonio, lo que no da una idea exacta de las faenas de muleta y estoque que lidió en diferentes corridas y capeas.

Después de morir la reina Isabel, el viudo apañó un matrimonio de conveniencia con la francesa Germana de Foix. Cosas de la política. Tuvo un hijo con ella, que murió a las pocas horas de nacer. Pero razones de Estado seguían insistiendo en la necesidad imperiosa de un sucesor que se hiciera cargo de las fincas y sus proyectos imperiales. Y así, a pesar de las pocas gracias de su mujer francesa, que era ostentosa, frívola, coja, con pocos atractivos, glotona y con tendencia a la obesidad, -aunque fogosa y amiga del placer-, el Rey puso todos sus empeños en la tarea procreadora, que ya se veía dificultada y agravada por el peso de los años y las fatigas. Con cincuenta y cuatro años de aquellos lejanos tiempos, la turgencia de la corona ya no era lo que fue. Ya no le resultaba fácil entrar a matar. ¡Ay de aquellos tiempos en que tan bien se le daba cortar oreja y rabo, y dar la vuelta al ruedo! De manera que, doblegado por la realidad, pero acuciado por la necesidad de un heredero, tuvo la infeliz idea de buscar auxilio farmacológico para reavivar sus facultades eróticas. Así pues, a instancias de la Germana acudió a un remedio que, según decían hacía milagros. Aún no existía la viagra, pero se conocían otros elixires afrodisíacos. Se zampó un cocimiento de testículos de toro (también llamado cojones de morlaco), mezclado con un preparado de cantárida, en el que su esposa y él depositaron todas sus esperanzas. La cantárida es un escarabajo verde brillante que una vez muerto, seco y reducido a polvo, se usaba desde la antigüedad como sustancia que potenciaba la erección, pero era tan potente como peligrosa. Y le costó la muerte. A partir de entonces y durante dos años, tuvo que sufrir diarreas, desajustes en la tensión arterial, problemas de corazón, retención de líquidos y desajustes renales hasta que un día, el 23 de Enero de 1516, en una aldea extremeña llamada Madrigalejo, se despidió de este mundo. Como escribió un historiador, «el señor de tantos reinos, el adornado de tantas palmas, el propagador de la religión católica y el vencedor de tantos enemigos, murió en una miserable casa rústica y, contra la opinión de las gentes, pobre>>. Tan carente de líquido estaba, que ya dejó dicho a los nobles de su corte, antes de morir, que costearan ellos los gastos y faustos del entierro. Todavía no se habían inventado los paraísos fiscales.

No me queda espacio para hablarles de los demás hijos “ilegítimos” de la realeza española, a partir de este gran rey Fernando hasta el presente día. Les aseguro que se quedarían alucinando. Verían como a los Borbones nadie les moja la oreja. Y ya son once desde el año 1700. Sugiero pues, indulgencia para don Juan Carlos.

Ustedes perdonarán, pero no me resisto a decirlo: reyes o vasallos, la jodienda no tiene enmienda.

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