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España mía, ¿hacia dónde vas?

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España mía, ¿hacia dónde vas?

Napoleón Bonaparte, Emperador de los franceses y uno de los mayores genios militares de la Historia, acabó sus días desterrado en la isla británica de Santa Elena. Depuesto de todo poder y olvidado de todos.

El historiador e hispanista Ronald Fraser, en su libro “La maldita guerra de España. Historia de la guerra de la Independencia”, nos deja estas significativas palabras del Emperador: <<Esta maldita Guerra de España fue la causa primera de todas las desgracias de Francia. Todas las circunstancias de mis desastres se relacionan con este nudo fatal: destruyó mi autoridad moral en Europa, complicó mis dificultades… esta maldita guerra me ha perdido>>.

Durante su cautiverio final, solo y enfermo, escribió al historiador Conde de Les Cases una última carta, uno de cuyos párrafos rememora el escritor en su libro “Memorial de Santa Elena”: <<Los españoles, todos se comportan como un solo hombre de honor. Enfoqué mal el asunto ese (invasión de España); la inmoralidad (del invasor) debió resultar demasiado patente, la injusticia demasiado cínica y todo ello harto malo, puesto que he sucumbido…>>.

“Los españoles, todos se comportan como un solo hombre de honor”.

Hace dos siglos que fueron pronunciadas y escritas estas palabras, por un ambicioso gobernante que tuvo bajo su férula la mayor parte de Europa, y que quiso conquistar nuestra patria para incorporarla a su imperio. Pero fracasó. Un preciso poema de Bernardo López García, titulado “Oda al 2 de Mayo”, refiriéndose a la valentía y unión patriótica de los españoles y tras relatar la grandiosa gesta, termina así: <<Mártires de la lealtad / que del honor al arrullo / fuisteis de la patria orgullo / y honra de la humanidad. / En la tumba descansad, / que el valiente pueblo ibero / jura con rostro altanero / que hasta que España sucumba, / no pisará vuestra tumba / la planta del extranjero>>.

“Todos se comportan como un solo hombre de honor”.

Recuerdo estas cosas porque hoy España, mi querida España, me duele en el corazón. No hay ejércitos visibles que amenacen nuestras fronteras, ni ningún ambicioso emperador parece querer conquistarnos y someternos…, aparentemente.

Cierto es que en aquella contienda también se hizo notar, al mismo tiempo una guerra civil interna entre “afrancesados” y patriotas. Pero al fin y a la postre, la valentía, entrega, sacrificio y unidad de la inmensa mayoría del pueblo español, logró expulsar al soberbio invasor. Y los franceses se fueron, pero la masonería se quedó entre nosotros disfrazada de Ilustración y Revolución Francesa, provocada por ella. El cáncer del “liberalismo” ya estaba dentro, y su metástasis se hizo patente durante el siglo XIX y siguientes.

“Liberté, égalité, fraternité… muy deslumbrante y prometedor. Pero ni hubo ni las hay. Analicemos la actualidad: ¿Libertad? Cada día menos y, la que queda, continuamente amenazada. ¿Igualdad? Ni se la conoce ni se la espera. ¿Fraternidad entre nosotros? Mejor hablamos de otra cosa…

Nosotros también fuimos un imperio “donde no se ponía el sol”, que poco a poco se diluyó en la nada. Pero eso no es lo peor. Lo inquietante, lo verdaderamente preocupante y patético es que España se desmorona. Hoy, ahora. Nuestra propia y amada España se rompe en mil pedazos donde solo gobierna la corrupción, el egoísmo, el individualismo fanático. El hambre enfermiza de poder de una casta endogámica, avariciosa y paleta hasta el tuétano, y la indiferencia cómplice de un pueblo desnortado, desunido, egoísta, apático, ignorante de su historia y complacido de su incultura.

Pero sabiendo que los pueblos siempre han tenido conductores, ¿quién nos conduce hoy y hacia dónde nos lleva? Gobernantes a los que solo les interesa desunirnos, enfrentarnos los unos con los otros, hacernos borregos impasibles de maquiavélicos lobos disfrazados con piel de cordero. “Troceadores” de un gran reino -que unido puede ser algo grande y respetable-, más ocupados por el desguace de la nación para conseguir mandar cada cual en su pequeño Lilliput. Convirtiendo la hermosa patria en un desordenado puzzle de minúsculos liliputienses. De ciudadanos esclavizados y desplumados que deberán soportar las cargas que conlleva el lujo de la corte de cada reyezuelo. Y la ambición desmedida de los poderosos del mundo. Debilitándonos cada vez más económica, social y espiritualmente. “La economía lo es todo”: No. Lo primero es la ética. El rearme en valores. La recuperación de la dignidad perdida o en serio trance de desaparecer por completo. El respeto profunda al ser humano desde su concepción hasta su muerte. Y el sentido patrio. El saber navegar juntos en un gran barco que hinche orgulloso sus velas ante el mínimo soplo de aliento, con una conciencia común de responsabilidad, solidaridad y amor al trabajo. Con un sentido profundo de lo común, de lo propio, de lo nuestro.

Ebrios de malsano orgullo y ansias de poder, embarrados en sus peleas y mutuas descalificaciones, nos enfrentan ideológica y territorialmente, nos arruinan económicamente y nos infectan intelectual, moral y legalmente con espurias corrientes de “modernidad” y bastardo adoctrinamiento.

Señor, Señor, ¿qué nos pasa?, ¿o es que acaso no merecemos otra cosa?

Tal vez un día despertemos y, quién sabe, caigamos en la cuenta…

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