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Don Santiago…

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Don Santiago…

Sol Sánchez

Hay personas que formaron parte de nuestra vida y desgraciadamente, ya no están, para escuchar nuestro agradecimiento. De todos modos… ¿Quién sabe?

Pero, afortunadamente, hay otras que permanecen a nuestro lado en cuerpo y alma.

A las que les debemos su entrega y compañía en unos años en los que para la gente de mi generación, fueron importantes.

Hablo de Don Santiago.

A lo largo de mi vida, por Hellín han pasado varios Curas.

Recuerdo a Don Enrique y su fatal marcha, un suceso que me impresionó bastante.

A Don Francisco.

De muy niña, tuve cierta cercanía con Don Cayetano, muy amigo de mi padre. Nos visitaba con asiduidad en la imprenta.

También, tengo en mi memoria, el recuerdo de un fraile, muy anciano, con una barba blanca, estaba en los Capuchinos, se sentaba en la muralla del parque y a cada pequeño niño que pasábamos, nos regalaba caramelos.

Pero ninguno de ellos, al menos que yo sepa, tuvo tanto que ver con los jóvenes como él.

Qué niño o niña de los años setenta, ochenta…. ¿No conocía a Don Santiago?

Llegué a la Parroquia siendo una niña, para tomar la Comunión. Participé en la Catequesis. Y fue allí, el momento en el que la figura de Don Santiago se presentó en mi vida. Un hombre campechano, dicharachero, vital, con unas ganas de vivir que se plasmaba en sus gestos y palabras, siempre contento.

La Misa de las doce de la mañana de cada domingo, era especial.

¡No habrá otras como esas! Y ese era el motivo que conseguía, que jamás nos la perdiéramos.

Él, aparecía con el hábito, aunque creo que nosotros, siempre lo vimos con su vaquero y camisa, transmitiéndonos la palabra de Jesús a su manera, sin imposiciones, sin obligaciones, sin miedos.

Su forma particular y jovial de hacer la Misa, nos hacía reflexionar y participar, incluso nos creaba una necesidad… Para mí que nos hablaba y llegaba directo al corazón de cada uno.

Y así fue como años más tarde, decidí volver a ese ambiente. A impartir Catequesis a los niños y a formar parte de los Clubes Cuya y Escolanía.

Todavía me emociona recordar aquel lugar.

Entre los recios muros de la Parroquia.

Escaleras de caracol que nos llevaba a ese sitio en el que nos reuníamos los jóvenes. Era nuestro mundo particular. ¡Nuestra Patria!

Don Santiago, era uno más de nosotros. Subía, bajaba, entraba salía…Incluso lo vi saltar a la comba, con los papeles bajo el brazo.

Hacíamos excursiones. Participé en una a Caravaca.

Recuerdo que ese día, me senté varias veces cerca de Don Santiago, en mi afán de adentrarme en una conversación llena de preguntas en la que hallaría las respuestas.

Intuí que él no me vio. Demasiada juventud a su alrededor, intentando acaparar su atención.

Para mí, siguió siendo un referente.

El tiempo iba pasando y crecimos. Cambié algunos hábitos y dejé de participar en la Iglesia.

Años más tarde, un día, escuché su voz en la Imprenta de mi padre.

Salí corriendo y lo vi: Con su mismo estilo, su carpeta o papeles bajo el brazo, su vitalidad…

Su voz, me transportó a la niñez, a la Iglesia, sus mensajes, su forma… Y supe que hay personas que pasan por nuestra vida y nos marcan para siempre.

Ahora, ya no han pasado años, sino décadas.

A veces, he coincidido con él en el Barrio en el que nací y del que él forma parte.

Nos saludamos y sin que me escuche, le digo muy bajito: “Soy la niña que varias veces se sentó a tu lado, pero no viste”

Buscaba una conversación de la que aprender, un guía espiritual y sin darme cuenta… ¡Ya estaba ilustrándome con tu ejemplo!

Porque a veces, creemos que se aprende de las palabras y también lo hacemos de los silencios.

¡Gracias…Don Santiago!

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