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¡Ay, que me muero de risa!

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¡Ay, que me muero de risa!

Lo siento, perdonen ustedes, pero es que no lo puedo evitar. La cuestión es que me pasa a menudo: me entra, me entra y cuando me quiero dar cuenta tengo un dolor de barriga que parece como si hubiera hecho cien abdominales. Es grave, ¿verdad? Y lo peor es que no sabía cómo ni porqué. Hasta tal punto que pensé en ir al hospital pero, antes de gastar recursos públicos escasos, decidí mejor dedicarme a meditar, por si yo mismo podía averiguar las causas y el remedio. Las causas las he averiguado, pero el remedio se escapa a mis meninges. Por eso me permito contarles lo que viene a continuación, por si alguno de ustedes me puede orientar.

La cosa es que hace poco leí una noticia que me pilló de sopetón, que es cuando más fuertes me dan los accesos. El titular decía así: <<El Ayuntamiento de Valencia retira a Franco la Medalla de Oro>>. Antes de nada les diré que, a mí, en realidad este asunto ni fú ni fá, pero no sé por qué fue como un resorte. Ya empezó la cosa mal, porque estaba tomando café en mi casa frente al ordenador, me pilló con un trago en camino y no quiero contarles cómo puse la pantalla. Ya saben, esos actos reflejos que no hay guapo que los pueda evitar. Recobrada la compostura y limpia la pantalla, me introduje en el asunto para ver qué se cocía allí: << El Ayuntamiento de Valencia ha acordado, en la Comisión de Cultura y en cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica, retirar a Francisco Franco la Medalla de Oro de la ciudad que le concedió en 1942. Esta decisión se ha adoptado a partir de la moción conjunta presentada por los grupos de la oposición en el consistorio –PSPV, Compromís y Esquerra Unida, para solicitar que la distinción entregada al dictador quedara sin efecto>>. La mismísima alcaldesa dijo que sin problemas, que a ella se la traía al fresco. Sí hombre, la Rita Barberá, a la que no hay que confundir con la Barbi. No se parecen en nada.

Han tardado siete años, desde que se aprobó esa infumable Ley de la Memoria Histérica –leen bien-, en tomar la medida. O es que las “esquerras” no habían caído en la cuenta, o es que les daba cierto acojono, por si las moscas… Pero hecho está. Y la cosa es que ya iba siendo hora porque, teniendo una sola medalla de oro como tienen en la ciudad, era un abuso que Franco la haya estado gozando setenta y tres años él solico, treinta y seis vivo y uno más hecho calavera. No seré yo el que ponga peros, aunque la verdad, hacer así las cosas, de sopetón, sin aviso previo, me produce malestar. ¿Habían puesto al Generalísimo en antecedentes para que se fuera haciendo a la idea? Porque claro, ahora él podría decirle a la alcaldesa: <<Santa Rita, Rita, lo que se da no se quita>>. Y como yo estaba intranquilo, el otro día me acerqué al Valle de los Caídos a preguntarle su opinión, y ver cómo le afectaba. Por supuesto, bien dotado de un nuevo equipo –que se acaba de lanzar al mercado-, con el que puedes oír voces de ultratumba. En estéreo. Llegado al sitio, pegué el estetoscopio a la lápida y le hice las preguntas pertinentes, diciendo a continuación las palabras claves del manual de uso, que hube de traducir del japonés: <<Francisco, si estás ahí, contéstame>>. Y cual fue mi sorpresa cuando oí su voz. Pero no articuló palabra. Solo oí un largo, larguísimo ja, ja, ja…, lejano, profundo, cavernario, como con eco. Como venido de…, bueno, ya saben de dónde. Seguí un buen rato esperando paciente a que se descojonara del todo y entonces poder hablar, pero al cabo de una hora apagué el cacharro y salí de allí satisfecho, pues creo que entendí lo que me quiso decir. Cuando llegué a la puerta de la basílica, todavía se oían sus carcajadas, y sin necesidad de aparato.

Se me olvidó preguntarle que qué tal le había sentado que también le quitaran el “Bunyol de Brillants”, la máxima distinción fallera que le fue concedida en 1947. O sea, que ya no es ni fallero. Y mejor que no le interrogara, porque igual le daba otro ataque de hilaridad, meándose hasta en la tumba, y a mí me hubieran dado las uvas aguantando su risa. A todo esto, no se donde guardará don Paco la medalla, porque como se la echaran en un bolsillo cuando… eso, apañaos van los del ayuntamiento levantino. Mucho bla, bla, bla, pero ya veríamos quién es el guapo que levanta la tapa y lo registra.

Pero en fin, la valenciana Comisión de Cultura (a cualquier cosa se le llama así) cumplió su misión y cumplió con la Ley. Sin embargo…, yo creo que las cosas no están resueltas del todo. Siempre queda en el aire un duendecillo atormenta cabezas, una como indefinible preocupación, un cierto desasosiego. El inquietante fantasma de la duda. La pregunta que todos se hacen sin pronunciarla: ¿Tendrá esto repercusiones? ¿Se tomará venganza? ¿Se nos aparecerá en las noches de luna nueva? Y creo que es por eso que, según informes fidedignos que me han llegado de fuentes de toda confianza, han tramado lo siguiente, por si las moscas: solicitar del Consejo de Ministros que, ya que se está construyendo el almacén temporal de residuos nucleares en Villar de Cañas, que se le saque del Valle de los Caídos (quien se preste voluntario) y se le entierre en el fondo del enorme depósito en construcción. Malo sería que, cubierto con toneladas y toneladas de uranio, plutonio, polonio, radio y una gruesa capa de cal viva, fuera a hacer alguna tontería.

Que nunca está uno seguro de ná.

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