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Allí están

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Allí están

Por Sol Sánchez

Sentadas en sillas de anea que cada una se ha sacado de su vivienda.

Media tarde, en un verano cualquiera, caluroso eso sí, en el que la fachada de las casas, ya regalan una ansiada sombra.

Hora, a la que poco a poco, las vecinas salen a ese encuentro tan particular de cada día.

Cada una de ellas lleva una bolsa. Dentro la merienda de los niños, mezclada con una gasa de color blanco, que envuelve una labor.

Jamás sus manos estaban ociosas. Unas zurcían. Otras cosían, tejían, bordaban, pelaban almendra, hacían conservas. Su destreza y rapidez, eran únicas.

Allí, en un rincón muy alejado ya de nuestro tiempo, entre censuras y autoritarismos, al recodo de las tardes, de los barrios, de la vida que pasaba.

A la sombra de los sueños, ellas eran madres, amigas, vecinas, hermanas, confidentes, esposas.

Esta vez, alguna cogía su pelo con rulos y una redecilla que los sujetaba.

El sol iba cayendo.

Los hombres volvían de sus trabajos. Las madres nos gritaban una y otra vez con voces protectoras:

-¡Venga a casa! Vamos a cenar-

Una cena que ya habían preparado con anterioridad: Zarangollo de calabaza. Pisto. Tortilla de patatas. Torreznos fritos.

Dejan las sillas solitarias, a la espera. Lo mismo que las bicicletas y algún cesto. No hay problema. Nadie se lleva lo que no le pertenece.

Más tarde volverían a tomar el fresco y retomar los fragmentos de conversaciones, casi secreteos, que hilaban a la perfección. Y no venían solas. En sus manos sujetaban el botijo y algún presente para compartir, como buñuelos, torta de chocolate. Manjares hechos en casa. Las acompañaban los padres, abuelos, jóvenes, cuyos rostros mostraba el color sonrosado del sol que durante el día, los tocó.

Los gatos, descansaban bajo las sillas. Los gorriones intentaban dormir en sus nidos, a pesar del bullicio. Los canarios y periquitos, se despistaban revoloteando en la jaula que reposaba sujeta en una alcayata a las puertas de cada hogar.

Algún palomo rechistaba desde los huecos del palomar en las azoteas.

Y así llegarían a la época de “la rosa” las matazones…

Las estrellas brillaban y a veces la luna iluminaba los espacios, bostezando, convirtiendo el futuro en un país extraño, en el que la vida de ese momento, se iría transformando en relatos de un pasado.

Porque si algo hay seguro en esta existencia, es que todo momento vivido, se convierte en recuerdos. Todo acaba siendo, memoria.

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