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Al amigo ausente (in memoriam)

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Al amigo ausente (in memoriam)

Juan Bravo Castillo

He pasado toda la tarde recorriendo tu ingente obra y evocando nuestras largas pláticas, querido Antonio, y ahora, de madrugada, empapado de ese hellinerismo contagioso que siempre emitías por los cuatro costados, con la emoción y el dolor de tu pérdida, me apresto a la despedida, que, como tantas veces me viene ocurriendo, me veo obligado a improvisar porque hay tragedias que piensas que no van a acaecer nunca.

¡Quién iba a decir, querido amigo, que las tres entrañables personas que tan gentilmente os ofrecisteis a presentar en Hellín mi autobiografía Frente al espejo, aquella inolvidable tarde de 2014, ibais a desaparecer tan raudo dejándome huérfano! Primero, Victoriano Navarro, aquel sacerdote ejemplar que nos enseñó a amar al prójimo; después, Juan Antonio Muñoz Moreno, que me enseñó a vivir, y ahora tú, Antonio, que, con tu inquietud, tu honestidad y tu hellinerismo a prueba de bomba, me dabas lecciones de esa honda sabiduría del autodidacta. La alegría con la que nos intercambiábamos nuestros libros “recién salidos del horno”, sólo se podía comparar con la tristeza que nos embargaba al pensar que Dios nos había puesto en parecida situación a la que puso a Moisés, condenados a ver de lejos la Tierra Prometida, porque eso fue Hellín para nosotros y para tantos otros amigos y compañeros obligados a dejar la patria chica; los hellineros de la diáspora.

Fuiste objeto de admiración por el cúmulo de virtudes que te adornaban, aunque también víctima de celos, incomprensiones y envidias de los que ni hacen ni dejan hacer. Pero, desde aquí lo reitero, tu incesante labor en pro de la memoria cotidiana de Hellín, fruto de una pasión que más de una vez califiqué de balzaciana, es algo que todo hellinero que se precie ha de conocer y justipreciar. Lo sabías todo de tu pueblo, incluidos multitud de nombres con los dos apellidos, familias y hasta árboles genealógicos; recorrías sistemáticamente las librerías de lance, siempre a la búsqueda del documento inédito, que religiosamente pagabas de tu propio bolsillo. Aquellos libros y opúsculos de Artemio Precioso (padre), de Mariano Tomás, de Antonio y Juan Andújar Balsalobre, de Tomás Preciado, de Vicente Garaulet y de tantos y tantos; materiales valiosísimos que generosamente ponías a disposición de curiosos e investigadores, y de los que posteriormente te serviste para componer un listado único de obras centradas en Hellín, entrañables unas, apasionantes otras, curiosas las más, pero todas rebosantes de erudición, sapiencia e ilustraciones, que son como pequeños talismanes y reliquias que tú pacientemente buscaste.

Conservo toda tu obra, querido Antonio, como libros de cabecera, todos dedicados con una ternura y un cariño muy propio de ti. No cuento con ninguna “galatea” predilecta; todos me parecen igual de hermosos, pero si alguno convendría reeditar como conmemoración de tu óbito, yo me inclinaría por ese bellísimo volumen titulado Hellín inédito, que disteis a la estampa, en 2000, tú y ese fotógrafo excepcional, Emilio Cerdá; un libro que te hace soñar y hasta llorar. Un libro en claroscuro en que la imagen plástica se torna poesía; aquellos valles de nuestra infancia que, con el estallido de la primavera se asemejaban a la mítica procesión de las Panateas, desbordantes de luz y color en dirección al Calvario por el camino de las columnas donde quedará la eterna huella de un tamborilero impecable, muy serio, absorto en la pureza de tu redoble y en la magia de su armónico movimiento. “Recuerda, Juan –solía decir–, que el tamborilero no ve, es visto”.

Dabas tu postrer suspiro el día de tu santo, dejándonos un vacío muy difícil de colmar. Hace unos meses se nos iba el maestro Julián Jaén; ahora tú, Antonio Moreno, hellinero hasta las cachas. Y seguimos experimentando con el gran Jorge Manrique aquello de “Nuestras vidas son los ríos, que van a dar a la mar, que es el morir…

Descansa en paz, hermano, y ábrenos camino

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