Por Sol Sánchez
Hace unos dÃas tuve que ir a la estación de autobuses de nuestro pueblo.
Bajar las escaleras por la rampa hasta el lugar en el que se encuentran los autobuses es decepcionante: suelo lleno de colillas, papeles, trozos de bocadillos, incluso la zona exterior con restos de alguna meada.
Muchas veces no sabes si estás en una ciudad del primer mundo o del tercero. Es más, me atrevo a decir con conocimiento de causa, que hay lugares públicos en el tercer mundo que están más cuidados que los nuestros.
No es una cuestión de criticar a los servicios de limpieza, todos lo sabemos.
El mayor problema que tiene HellÃn son los ciudadanos, y aunque me resulte muy triste decirlo, es una realidad.
Ciudadanos que queremos, o al menos eso decimos, una ciudad que crezca, a la que llegue el turismo. Una ciudad que se convierta en nuestro regazo para poder vivir, que tenga trabajo, que nuestros hijos no tengan que emigrar… ¿y queremos que eso suceda, cuando todavÃa nos tienen que enseñar que las cacas de los perros se recogen? Que las colillas y papeles se tiran a las papeleras. Cuando nos deberÃan multar por destrozar el mobiliario público porque quizá sea la forma más efectiva de que respetemos lo que es de todos.
HellÃn no crece, eso es cierto, y no siempre es por culpa de los polÃticos. No neguemos que nosotros, los ciudadanos, somos una parte grande de esta sociedad hellinera que se ha vuelto pasota, que le da lo mismo ocho que ochenta. Que no somos exigentes, y que con decir que la culpa de que algo no funcione es de los demás, nunca de nosotros, nos limpia la conciencia.
Es un hecho que HellÃn en estos dÃas es el reflejo de los ciudadanos que tiene.
Vivo en Suiza, y al no ver servicios de limpieza un dÃa pregunté, y me enteré de que no hacen falta porque la gente ama el lugar en el que vive, y lo respeta, y lo limpia como si se tratase de su propia casa. La gente mea en el wáter. Y tira las colillas en las papeleras, y si no encuentra ninguna se llevan a casa el papel de la merienda, todo, menos tirarlo.
La gente llama la atención a aquellos que no son de allà y no piensan como ellos. Al final el que visita y quiere vivir en cualquier rincón suizo, debe aceptar las normas, y las aceptas claro, o no ganas para pagar multas, ni te enfrentas a la mirada de los nativos.
Me encantarÃa que hubiese un despertar ante nuestro patrimonio. Ante la herencia que nos dejaron nuestros abuelos y padres, y que recapacitáramos de lo que hemos hecho: estamos cargándonos lo que nuestros antepasados construyeron. Y es asà de claro nos guste o no.
¡Me parece tan triste!
Y creo que es ahora o nunca.
Nosotros, aquellos que tenemos ahora cuarenta, cincuenta, sesenta años…
Los que crecimos en un casco antiguo lleno de magia.
¿Lo recuerdas? No habÃa ni una sola casa deshabitada, ni una sola calle en el olvido.
Aquellos que vimos el Rabal lleno de luces y gloria.
Nosotros tenemos la obligación de redimirlo. Y todos tenemos ese deber con nuestro pueblo. Y todos tenemos algo que aportar.
Soy hellinera. Nacà y crecà en HellÃn, en sus callejuelas se me cayeron los primeros dientes. En sus rincones me enamoré. En sus esquinas descubrà la vida y miré por primera vez a las estrellas. En su cielo vi salir la luna y en su horizonte, observé ponerse el sol.
¿Acaso eso no es suficiente?
Quiero aportar mi grano de arena para salvar esta tierra, para levantarla, para dejar un legado digno a las próximas generaciones, para volver a ver a HellÃn brillar y lo hago a través de mis letras, mi apoyo…
¿Puedes plantearte qué puedes hacer tú?
Hagamos un examen de conciencia.
Comencemos por cuidar lo que tenemos. Por mantener lo que vamos construyendo. Por denunciar a quiénes no lo hagan. Por recoger el papel que vemos en el suelo. Por educar a nuestros hijos con el ejemplo. No permitamos a nadie, ni a los de dentro ni a los de fuera… , que se meen en lo que nos pertenece.
Porque si lo permitimos es otra forma de mearnos.
¡Ahora o nunca!
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