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La sal de la tierra

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La sal de la tierra

 

Por Antonio García

<<Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Para nada aprovecha ya, sino para tirarla y que la pisen los hombres.

Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse ciudad asentada sobre un monte, ni se enciende una lámpara y se le pone bajo el celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a cuantos hay en la casa. Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que, viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos>>. (Mat. 5, 13.16)

Lo reconozco, soy un pésimo “afiliado”, pero esto es lo que dice el “Líder” al que intento seguir. Soy un mal alumno, pero este párrafo viene en el programa de mi Maestro. Y creo, sinceramente, que sería cobarde e incoherente tratar de ignorarlo.

Pero es preciso centrarse en lo concreto como mejor forma de explicar un pensamiento. Y un sentimiento.

El mundo occidental, al que tan complacientemente llamamos el mundo civilizado, mi mundo, está sufriendo una clamorosa falta de sal y de luz. La sal está degradada y la oscuridad se cierne sobre él a pasos agigantados. Y esto lo digo con dolor y desasosiego. Está necesitando, imperiosamente, la presencia manifiesta y resonante de aquellos que se llaman, nos llamamos, seguidores de Aquel que pronunció las palabras que encabezan este artículo. Del Cristo al que decimos seguir.

Asistimos hoy al pavoroso espectáculo del derrumbe de nuestra fe, de la persecución, nada encubierta a nuestra Iglesia Católica. Al reino de la confusión, en que muchos, demasiados cristianos, están empezando a no saber distinguir entre lo bueno y lo malo, entre lo justo e injusto, adormecidos por la incesante propaganda mundana de relativismo, la ocultación mediática de cotidianos dramas humanos y la promoción y exaltación de contravalores ya estampados a fuego en las leyes de nuestros países. Contravalores humanos y cristianos con rango de ley.

Se que podrán argüirme que no es tan fiero el león como lo pintan, que exagero, que soy un pesimista redomado. Tal vez lleven razón. Pero hay una verdad manifiesta: estamos aceptando como corderos la ley del silencio, de la “prudencia”, de lo políticamente correcto, de “no te metas en problemas y tú a lo tuyo”. Es patético el pasotismo que, salvo honrosas excepciones, se ha apoderado de nosotros, los destinados a salar y alumbrar la tierra por voluntad y mandato del Aquél que dio su vida por nosotros. Hipócritas, cobardes y medrosos, vivimos nuestra fe y nuestros valores en medio de este mundo como de puntillas, como no queriendo hacer mucho ruido. Escandalosamente tibios, temerosos, contemporizadores. Con miedo a que nos señalen, con temor a las mofas de los desaprensivos… cuando éstos nos atacan sin disimulo a pecho descubierto, intentando por todos los medios y a plena luz del día destruir todo lo que representa nuestras raíces cristianas.

Y hacemos como que no nos enteramos, tímidos y avergonzados. Como si fuésemos “fuera de la ley” acomplejados ante el ruido del mundo. Y digo todo esto siendo consciente de que “el enemigo” de sobra lo sabe. Y que de eso se aprovecha. Esa es su ventaja. Da pena, casi espanto, que una ideología política o mundana tenga mucha mayor fuerza de arrastre que el Evangelio de Cristo. Que las propias leyes de Dios impresas en el corazón humano.

Lo tengo que contar o reviento. Y lo siento si escuece. Lo que digo ocurre en muchos aspectos de la vida, pero ya sabrán mis lectores cual es mi posición respecto al tema del aborto y la defensa a ultranza del derecho a la vida del no nacido y la defensa de la dignidad de la mujer. Sirvan estos ejemplos para ilustrar todo lo dicho.

En 2013 se realizó la campaña europea denominada “Uno de Nosotros” (One of Us), para recoger firmas por todo el continente en favor del derecho a la vida. En Hellín nos ocupamos un gran amigo (luchador inagotable) y yo, durante varios fines de semana. Una tarde de sábado, acudimos a colocar las mesas con los impresos para firmar en la puerta de una iglesia, esperando la salida de Misa. Ese día hubo Confirmaciones. Ofició el Sr. Obispo y el templo estaba a rebosar. Al terminar la ceremonia, los fieles se abarrotaban en la puerta. Tal vez firmaron un diez por ciento. De los jóvenes que acababan de recibir el sacramente, ninguno. El párroco firmó. El Obispo pasó por delante, nos miró y despareció.

En otras ocasiones, con motivo de la celebración de concentraciones testimoniales a favor de la vida y contra el aborto, en las celebraciones litúrgicas previas del sábado por la tarde lo hemos anunciado en algunas iglesias a todos los fieles presentes, con permiso del párroco. Resultado: ninguno de los asistentes a esas misas acudió a las concentraciones

El grupo de curas de mi ciudad, el año pasado rechazó la oferta de un cursillo formativo a las catequistas de todas las parroquias, sobre el tema del aborto. Mostraron su total falta de interés y su negativa, casi despectivamente.

Otra y acabo. Ofrezco a todos los asistentes a un curso anual de termas católicos la posibilidad de montar unas charlas formativas sobre el tema. De las veintitantas personas que acudían regularmente, solo una mostró interés. El resto ignoró mi oferta. ¿Ni siquiera oímos ya los ecos de aquel mandamiento inapelable: NO MATARÁS? Aparte de las repetidas y claras alusiones del Papa, solo se de unos pocos (poquísimos) obispos españoles, y de muchos prelados de Hispanoamérica –semillero de nuevos cristianos- que se manifiesten clara y públicamente contra el aborto.

<<Conozco tus palabras y que no eres frío ni caliente. Ojalá fueras frío o caliente; mas porque eres tibio y no eres caliente ni frío, te vomitaré de mi boca>>. (Apocalipsis, 3, 15-16)

Desde mi torpeza, humildad y nula relevancia pública, hago un llamamiento al despertar de todos los católicos. Deseándoles de corazón las bendiciones de Dios.

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