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Elogio de la estupidez

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Elogio de la estupidez

El título elegido es un remedo abreviado de una obrita de mi amigo Erasmo de Rotterdam. En ella expone que la estulticia, la estupidez, la sandez, reclaman sus méritos con desfachatez en el discurso de nuestro tiempo. Como sintiéndose orgullosas de sí mismas y queriendo ocupar el puesto preeminente que, por fin, han conseguido ocupar. Y de qué manera.

Como ustedes ya se barruntan, unos de los ámbitos más propicios para el debido ejercicio de estas “cualidades” es la política. El gremio de “estúpidos anónimos” no publica anuarios, estadísticas ni relación de miembros, pero la política tiene la virtud de ponerlos al descubierto. Hace que afloren, que emerjan. Que se den a conocer, al menos, una buena parte de ellos. Erasmo (entre siglos XV y XVI) decía: <<Si, como antaño Menipo (filósofo anterior a Cristo), pudieseis contemplar desde la luna el tumulto inmenso del género humano, creería estar viendo un enjambre de moscas y mosquitos peleando entre sí, luchando, tendiéndose asechanzas, robándose, burlándose unos de otros, y naciendo, enfermando y muriendo sin cesar>>. Como en alguna ocasión he dicho, en este mundo nada ha cambiado, ni tiene visos de cambiar. La necedad humana, que por primera vez apareció en el Paraíso Terrenal, está de rabiosa actualidad.

Pero centrémonos. Los papás de la Constitución española dejaron dicho y por escrito que todo español tiene derecho a una vivienda digna. Etc. Y así, tras ponerse la cabeza como un brasero de cisco y picón, dijeron “el qué”, pero se les olvidó el “cómo”. Se ve que ya no disponían de más carbón vegetal, que el tiempo apremiaba o que se les quemaron las sayas de la mesa camilla donde debatieron y acordaron las reglas de juego de nuestra convivencia. Y claro, proclamaron el partido pero se les olvidó el balón.

Sin embargo –Dios aprieta, pero no ahoga-, a los treinta y siete años de aquel parto alguien ha dado con la fórmula. Y es que siempre, en la historia, cuando todo está casi perdido, surge un salvador. Un iluminado capaz de dar con la clave que en siglos de alquimia democrática nadie supo ver.

He aquí el personaje al que me refiero, de todos sobradamente conocido y que, por fin, llena el espacio vacío de las soluciones y la sensatez: don Pablo Manuel Iglesias Turrión, más conocido como “el nene de la coleta”.

Don Pablito ha dado con la fórmula para que todo hijo de vecino tenga vivienda. Y de la forma más sencilla y práctica que nadie podría imaginarse. Ni el Centro de Investigaciones Científicas, reputado organismo español con su nutrido equipo de becarios excelsamente pagados, ha podido dar, tras casi cuarenta años con la solución al problema. Pero Pablo sí. Le bastó una noche bien “colocao” para que su genio pariera una genialidad. Tres eran tres las hijas de Elena, tres eran tres pero ninguna era buena. El coletas, en su programa electoral para las generales propone tres vías democráticas y de lo más razonables para resolver, de una vez, el engorroso problema habitacional. Eso sí, no hay victoria sin guerra, y el de Podemos se la ha declarado a los legítimos propietarios privados. Sus armas bélicas serán: prohibir “todo tipo de desahucios”, imponer y extender el alquiler social y despenalizar la “okupación” de pisos vacíos.

Veamos: todo tipo de desahucios quedarán prohibidos. Pongamos, por ejemplo que usted tiene un piso de su propiedad alquilado a quien sea. Pues espabílese porque, desde el momento en que el zagalico “venezolano” entre en la Moncloa, no podrá desalojar al vecino moroso ni con la ayuda de una pala excavadora, ¡salvo!, si usted le gobierna otra vivienda, ó, como ellos lo llaman, una “alternativa habitacional”. Es decir, que será usted el encargado de encontrarle dónde residir dignamente. Lo que podría suponer meterle el pufo a otro arrendador, si lo consigue.

Para imponer el alquiler social, cuentan con una herramienta de lo más sutil e ingenioso: expropiar viviendas. ¡No me digan que no hace falta inteligencia y perspicacia para encontrar semejante remedio!

Yo, si me lo permiten, les voy a dar un consejo: Ni se les ocurra tener en propiedad una vivienda o varias sin ocupar, porque si este jambo se entera, se acabó. Da lo mismo que las construyera para vender y que, dada la situación actual no encuentre compradores. O incluso alquilar a un precio razonable de mercado, según la zona. O se ocupan o expropiación al canto. De manera que, con ese monto de viviendas expropiadas, se creará una bolsa de alquileres sociales. Y usted a callar, si no quiere que lo destierren a Venezuela.

Pero con todo, lo más genial es lo de los “okupas”. Como puedan descerrajarle la puerta y tomar posesión por las bravas, adiós vivienda. Porque la “okupación” quedará sencillamente despenalizada.

O sea, y entrando por lo derecho, el viejo y consagrado principio de la propiedad privada, a tomar por saco.

Queridos lectores, no he pretendido entrar en juicios sobre casos de necesidad, justicia social ni situaciones privadas de ningún tipo, muchas de ellas (demasiadas) lamentables y dolorosas. Pero sí afirmo que, lo que no ha sabido ni sabe resolver el Estado desde su responsabilidad, alguien quiere, cómodamente, que caiga sobre las espaldas, el patrimonio y el ahorro de los ciudadanos. Aunque sea conculcando sus más elementales derechos, consagrados también por la Constitución.

Crear, promover, impulsar las condiciones socio-económicas para que no se den situaciones de extrema necesidad, parece ser una ciencia y un trabajo que no está al alcance de las mediocres mentes políticas que nos gobiernan o pretenden gobernarnos.

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