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El Parque

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El Parque

Por Sol Sánchez

Hay sitios, que conservan un hechizo especial en todas las épocas del año.

Que sólo con poner un pie, nos hace sentir diferentes, escuchando una música, que llega de lo inesperado. Son las notas de nuestro pentagrama.

Es como adentrarnos en el corazón de nuestra propia esencia. Sentir una brisa que nos envuelve en certezas de vida.

El Parque de Hellín es un pequeño bosque en el que se concentran los misterios, evocando los latidos del Universo, con el que todos mantenemos una relación única y personal.

Dicen las voces del ayer, que sus árboles son los hogares de los duendes. Almas de nuestros antepasados.

Que nadie en la mágica Villa de Hellín, se va para siempre.

El parque es el verde corazón de nuestra naturaleza íntima.

Lugar en el que quisimos volar por encima de las nubes, para fraguar nuestro destino, cada vez que nos impulsábamos en los columpios y en el que dejamos latente, que los Hellineros podemos conseguir lo que nos propongamos.

Dicen, que cuando llega la noche y el cielo se cubre de estrellas, a la vez que se encienden las luces amarillentas de las farolas, late en las raíces de los pinos un sueño para cada uno de nosotros.

Fruto de las lágrimas de emoción, que en solitario y en tiempos distintos, hemos derramado mirando sus troncos.

Lágrimas que se han ido convirtiendo en cadenas sagradas de magnetismo.

Eslabones de sentimientos.

Renglones de páginas de leyendas escritas en el transcurso de los días, que como lluvia inesperada nos cala de deslumbramientos.

Recompensa por los amores frustrados bajo las ramas.

Por las promesas de adolescentes que siguen flotando sin dueño, a la espera de tener propietarios en los que vivir.

De las lamentaciones por pérdidas humanas que no podemos controlar.

De las caricias compartidas, bajo las copas de los árboles sin descifrar las sombras de aquellos que clamaban a gritos al amor.

Caricias, que los enamorados entregaron, como la mano del nazareno regala un caramelo.

Mimos con los que juegan las ardillas subiendo y bajando por los troncos.

Arrullos que como diminutos veleros, navegan en el estanque y que presienten los forasteros, que por primera vez pisan nuestro Pueblo y se introducen en el parque, cambiando la cuadratura de su mundo.

¿Quién ha cruzado el parque en algún momento y no ha desnudado su alma de emociones?

¿Quién no ha atrapado en sus entrañas, los aleteos fugaces de las mariposas embriagadas por el perfume de las rosas que crecen en La Rosaleda?

Es entonces cuando las leyes de lo auténtico nos tocan en el lenguaje simple que nos hace Hijos de Hellín.

Parque Hellinero: Refugio de los anhelos de nuestra niñez. Tierra que nos llevamos a la boca. Bostezos de sueños engendrados, cada vez que nuestras madres nos pasearon a la sombra de los pinos.

Suspiros de niños que presagian los hechizos.

Hay quien dice, que cada vez que un Hellinero sale a la calle y siente un deseo inexplicable de pasear por el parque, se trata de la sabia voz de la intuición.

Que bajo su eclipse nos libera de conceptos aprendidos y nos convierte en lo que realmente somos, manifestándose en nuestro interior lo más favorable para nosotros.

Parque de Hellín, bosquecillo de vida. De miradas lejanas de ancianos, que por siempre, permanecen sentados durante horas en los bancos, viendo pasar la vida por delante y por detrás.

Nosotros somos los niños, los adolescentes, los ancianos. El ayer, el hoy, el mañana.

En un parque que jamás será olvidado.

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