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La luna de Jueves Santo

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La luna de Jueves Santo

Por Sol Sánchez

Ayer por la tarde, las nubes se dispersaron dejándome ver una prometedora luna que en unos días estará llena. La verdad es que hace tiempo que no coincido con ella. Soy como una enamorada que evita encontrarse con la otra parte, porque duele. Quizá porque la luna siempre fue mi confidente de secretos, y este no es mi mejor momento para contar.

Siempre he creído que la luna ha tenido cierta influencia sobre mí. Esos días en los que te sientes más vital y siempre coincide con una espectacular luna llena.

La primera vez que recuerdo sentirme cautivada por su presencia, fue con once, o doce años. Una noche en la que cenaba con mi familia en la pequeña salita y mi madre me mandó ir a la cocina a traer más pan. Al adentrarme al pasillo, la luz de la luna se colaba por todas las ventanas, creando un escenario idílico que me provocó cierto estremecimiento interior. Fue su sutil tarjeta de presentación en mi vida. En los veranos, no había momento que más me gustara, que esa hora de la noche en la que todos se iban a dormir. Yo agarraba mi pequeño cassette y me escondía en un rincón junto a la piscina, la música y aquella luna llena era la perfecta combinación para sacar todo mi contenido melodramático. Por eso, siempre que hay luna llena, la musa de la inspiración viene con ella. Todo, absolutamente todo lo hago con más intensidad si veo la luna.

Recuerdo los domingos de julio y agosto, siendo más pequeña, cuando mi padre se marchaba un rato a la imprenta y le decía a mi madre: “Cuando caiga la sombra prepara a los chiquillos y os recojo en la puerta”. Entonces íbamos por la Gran Vía del Oeste y nos adentrábamos en el Camino de las Columnas, hacia el merendero del Ribazo. Me gustaba pararme en cada pequeña “ermita”. De puntillas me asomaba por la rejilla de la puerta para mirar algunas velas encendidas, flores de tela y la imagen de los Santos, escenario que me hacía sentir cierta turbación, al dar algunos pasos atrás para coger aire, me encontraba con la luna llena.

Pero seguro que estáis conmigo, que la madre por excelencia de todas las lunas, es la de Jueves Santo. Cada Semana Santa ha traído su luna, testigo de profunda pasión.

Me recuerdo sentada en la muralla del jardín, frente a Sindicatos, mirando al cielo para buscarla entre las palmeras. La luna desprendía acordes…, concierto de tamborileros que la convertían en una figura sagrada. Y yo, tenía la certeza de que en esas horas algo hermoso iba a pasar.

La luna ha sido, es, y será, testigo silencioso de conjuros sobre las callejuelas hellineras, acompañante de cada tamborilero solitario, en ese instante de soledad incierta en el que se vuelve a casa y levantamos la vista al cielo en agradecimiento por ser hellineros.

Nunca en Hellin nos hemos sentido más enamorados que bajo esa luna de Jueves Santo. Recorridos bajo los pinos del parque, en un despertar inquieto a la vida. En la primera noche de Semana Santa, en la que nuestros padres nos dejaban no volver a casa temprano, y nos ponían como nodriza a la luna.

Luna sobre el Calvario, cuando, antes o después, cada hellinero nos sentamos sobre el muro desde el que vemos el cementerio, lugar mágico, confluencia de los tiempos, conexión con nuestros antepasados en un idioma único. Lenguaje de un cielo cubierto de estrellas que parecen luciérnagas brillando, exclusivamente para nosotros, mientras que los grillos hablan entre sí. Aire que se mezcla con las lágrimas que nos caen, fruto de la añoranza y la ilusión, que se nos escapan ante plegarias de vida, que riegan los campos de sueños, mientras esa brisa nos trae los aromas a tradición.

Luna remolona que espera al amanecer, que le pide al Universo un tiempo para quedarse y observar al reguero de nazarenos entre las oliveras. Los bostezos de los tamborileros, que a pesar del cansancio siguen ahí, entre misterios y entusiasmos. Sangre que brota de los dedos, que mancha la piel del tambor, que acaricia a la luna blanca y brillante…, entre el recital de tambores, música celestial de una luna que consigue mirar a los ojos de la Dolorosa creándose en el alma de un pueblo un único e imperecedero corazón.

Es mi luna. Nuestra luna llena.

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