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“La democracia interna de los partidos”

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“La democracia interna de los partidos”

Por María José Vicente

La historia de nuestro sistema de partidos ha evolucionado desde estructuras muy elementales y hasta precarias hasta grandes organizaciones de masas que con el devenir de los tiempos, han podido ser leales a su estructura original o han derivado en sistemas más funcionariales y sin apenas movilidad interna, lo que peyorativamente ha quedado en la expresión de ser “oficinas de colocación, sin ideas”.

Antes del desarrollo de los grandes partidos socialdemócratas europeos, lo habitual era que los partidos tuvieran organizaciones mínimas; es lo que en un momento histórico, antes de la misma irrupción de los movimientos obreros, se conocía como “partidos de cuadros”, que no iban más allá de unas pequeñas estructuras territoriales, con un culto al líder excesivo, que minaba cualquier disensión y polarizaba toda la vida política y organizativa en torno suyo, en base a un sistema de lealtades clientelares y de intereses creados (y calculadamente alimentados). Por eso, la aparición en escena de los partidos de la Segunda Internacional fue una innovación bastante rupturista a todo ese proceso clientelar y de entendimiento oportunista de los partidos, no como organizaciones de representación y de canalización de demandas ciudadanos y que, frente al poder del dinero, de los poderosos, de las élites y de las tramas clientelares territoriales, pretendía hacer valer la fuerza del número y el valor de los trabajadores y de los sectores populares y progresistas organizados a gran escala.

Aunque el PSOE fue un partido que surgió de la tradición marxista, en el propio proceso de desarrollo de la Segunda Internacional bien pronto se diferenciaron los enfoques comunistas de los socialdemócratas (y se derivaría en la ruptura de la III Internacional, con fuerte presencia de los anarquistas).

En estos tiempos de escaso rigor en la política, es conveniente hablar del contexto en el que todos estos procesos ocurren y es que la nueva internacional posterior se materializaba tras el triunfo de la revolución soviética, desembocando en la escisión interna del PSOE que dio lugar al nacimiento del PCE.

Investigando sobre Ciencia Política y Sociología con José Félix Tezanos, se ve cómo durante la etapa de la Segunda República –e incluso antes- los candidatos a las elecciones solían elegirse por sufragio universal de todos los afiliados socialistas, con voto secreto y en urnas, que se instalaban en las Casas del Pueblo durante un tiempo razonable para que todos los afiliados pudieran votar. Es en la Segunda República cuando tienen lugar grandes votaciones internas incluso para decidir la estrategia que debía adoptar el partido, con intelectuales y académicos de alto nivel como Fernando de los Ríos trazando el ideario y la ruta a seguir y con Largo Caballero y Prieto teniendo acalorados y cainitas debates que hacían que hubiera una tensión continua entre lo que parecía ser el buen camino a seguir para conciliar las sensibilidades socialistas en ese proyecto republicano y los que no lo entendían igual. Así, el caso más paradigmático es la negativa socialista a apoyar la famosa revolución de octubre española y el rechazo de Largo Caballero a esta premisa, participando él en lo que tuvo un triunfo parcial y fue tan criticado desde amplios sectores internos del propio PSOE.
También, una vez iniciada la Guerra Civil, el PSOE organizaría una votación para elegir a los miembros de la Comisión Ejecutiva en aquellos territorios en los que se habían producido bajas en fusilados o encarcelados en la zona rebelde, con información detallada de su biografía y sus trayectorias (académica, profesional…) y sin que existiera internet en la época. Era la manera en la que el PSOE entendía la transparencia, la participación y la ejemplaridad. Existen fotos de este período en las que se ve cómo las urnas se llevaron incluso a las trincheras para que pudieran votar los afiliados socialistas y en grupos de más 3 de personas, donde nadie pudiera interpretar que se le estaba conduciendo el voto en una única dirección.
Por eso, en la consagración de nuestra democracia 40 años después, hemos podido ver posteriormente intensas asambleas en un partido que ahora se defiende de ellas diciendo que “no es asambleario”, importantes primarias como en la que me ilusioné en 1.998 con la victoria de Borrell y el rosario que experimentó por no ser del “aparato” y ser un hombre inteligente que venía a alinearse con la “Tercera Vía” en la que ya estaban participando otros partidos socialdemócratas europeos. La apertura más reciente, la de Pedro Sánchez como candidato a las elecciones y como Secretario General del PSOE, no constituye ninguna anomalía, ni supone una práctica que contradiga la trayectoria, ni la cultura democrática de partidos como el PSOE, sino que es una práctica que entronca con una tradición arraigada y que pone al día procesos ya muy habituales en los partidos políticos más punteros de los países avanzados, que entienden el devenir de los tiempos y las nuevas realidades y transformaciones a las que adaptarse. Al igual que la votación entre todos los afiliados que organizó la Comisión Ejecutiva del PSOE, encabezada por Pedro Sánchez, para saber si el conjunto de afiliados apoyaba o no apoyaba la negociación establecida con Ciudadanos para intentar formar gobierno, con mejor o peor estrategia por su parte, que daría para que publicara otro escrito y contar mejor mi visión.

En este devenir de los tiempos, los que se quedan en el clientelismo sienten incomodidad, son insensibles a la degradación de la política y a la desafección ciudadana, cuando también sólo por historia, a muchos socialistas les ha parecido correcto y hasta se han sentido gratificados personalmente al saber que se cuenta con ellos y se les pide su opinión de manera fehaciente y seria, con las mayores garantías procedimentales.

¿Riesgos de involuciones democráticas? Hay consenso en el campo moralizante de la política y en los viejos asesores que hicieron de la democracia una realidad, que tras lo ocurrido en el Comité Federal del 1 de octubre, existe una seria preocupación por la posibilidad de involución del PSOE hacia un modelo de partido que no responde ni a la más genuina tradición del PSOE, ni a las necesidades y condiciones de las sociedades actuales, en las que es muy difícil entender y asumir que las prácticas de la vida cotidiana no se basen en criterios democráticos muy claros. Preocupación por la posibilidad de involución del PSOE hacia un modelo de organización más propio de los antiguos partidos “de cuadros” que de los partidos socialdemócratas, en los que ponían a los afiliados como el elemento central de acción.
El modelo de los partidos socialdemócratas hasta la Segunda Guerra Mundial era un modelo caracterizado por criterios de representación delegada, entre otras cosas porque la población que integraba estos partidos solía tener niveles de educación académicos elementales, con poco conocimiento de política y porque su vida estaba atenazada por sus condiciones de trabajo que apenas les permitía tener tiempo para ocuparse de otras tareas. De ahí que en esta época tales partidos tendieran “a profesionalizar” a algunos de sus afiliados en el ejercicio de las tareas de representación, con una ocupación cotidiana y exclusiva a los asuntos públicos, pero ese ya no es el caso de las sociedades de nuestros días, en las que los partidos de tradición socialdemócrata cuentan con una afiliación cada vez más cualificada, de profesionales de trayectoria propia y definida y muy preparada, que puede, y suele, acceder a múltiples fuentes de información. Afiliados que no pueden entender ni asumir que algunos de sus líderes les digan que “ellos” están más capacitados para tomar las decisiones que las “bases”, y que, por lo tanto, no procede consultarlos sobre asuntos importantes. Argumento insólito, que muchos afiliados –en bastantes ocasiones, más cualificados y preparados que determinados dirigentes, algo que ahonda todavía más en esta degradación de la política− no pueden aceptar, a lo cual se une el hecho de que las sociedades de nuestro tiempo están impregnadas de una cultura democrática y participativa –sobre todo, entre las nuevas generaciones−, que tiende a abrirse paso en múltiples esferas de la vida social, desde las familias, las comunidades de vecinos, las escuelas, las universidades y casi toda la vida cotidiana.

Por eso, cualquier partido socialdemócrata que intente romper con esta tradición no sólo se aparta de su historia y de las tendencias actuales, sino que en su intento –expreso o latente− de reconvertirse en algo más parecido a un partido “de cuadros”− en el que unos pocos toman las decisiones por los más, y en el que los factores determinantes del poder son los grupos económicos de presión y los entramados de comunicación−, es un partido que está destinado inevitablemente a desvitalizarse, a fragmentarse y a perder el aliento y el apoyo de los ciudadanos. En definitiva, un partido que se meta en esa senda estará destinado a entrar en declive y a encontrarse cada vez más solo y debilitado, si da la espalda o ignora lo que sus afiliados y militantes quieren, desean y piensan. Directamente, y no mediante intérpretes. Por eso, desde hace algún tiempo algunos venimos reclamando un debate serio y riguroso sobre el modelo de partido que corresponde a nuestro tiempo histórico, como un avance más en la lógica de evolución que en su día se abrió con el surgimiento de los partidos de masas, frente a los anteriores partidos elitistas “de cuadros”, propios de otra etapa y de otras culturas políticas ya superadas, basado sustancialmente en líderes territoriales y barones poderosos, acompañados todo lo más de un círculo de forofos y seguidores bien encuadrados, de poco contenido ideológico.

En “La Democracia incompleta” y en otros lugares, Tezanos y tantos afines a él consideramos interesante avanzar hacia un nuevo modelo de “partido democrático de participación”, que sintetice, a la vez, todo lo positivo de la tradición socialdemócrata y que incorpore los nuevos avances y aspiraciones en democracia y participación ciudadana, confiando en la recuperación de la credibilidad y en la convicción por la política contribuyendo en esta tendencia.

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