Por Sol Sánchez
A más de mil quinientos kilómetros, observo una fotografía a través de: “El Faro de Hellín”
El alumbrado de la Navidad ya se ha encendido en el pueblo. La instantánea me muestra la Plaza de la Iglesia.
Como un torbellino en el tiempo, corro por los años noventa, ochenta, setenta. Y… ¡Allí estoy!
En la misma puerta del Ayuntamiento. Frente a la mágica calle de nuestro Rabal, en todo su esplendor. Con los Hellineros de hoy y los de ayer.
Un aroma a magdalenas recién hechas, me seduce. Subo por la antigua, calle Macanaz, hacia la Bañona. Me cruzo con Rafael, “El Sacristán”. Camina junto a la Monecilla. Miro a Pepín el barbero, en su destreza con la navaja. Lo mismo que a Sánchez el de la Imprenta, mi padre, en sus trabajos diarios.
El sabor a la magdalena, aún caliente en mi boca, me recuerda que debo bajar de nuevo a mi querido Rabal, en busca de una tienda en la que poder comprar hilos para la labor de la escuela.
Abro la puerta de Mondéjar.
¡Que empiece la gran fiesta que une al pasado con el presente! Entre agujas. Botones y alfileres.
Entre paredes cubiertas de cajas de cartón en color gris, en cuyas tapaderas destacaban las diversas muestras de botones. Dentro bolsas que los separaban por tamaños.
Botones de nácar, metal, plástico. Botones de madera.
Entre hilos de colores. Hilos para bordar y coser. Hilos para ganchillo.
Es una auténtica fascinación, elegir entre sus cartas de infinitas tonalidades.
Tenemos que bordar flores, hojas, adornos y jugar con los matices de colores.
Se pueden pasar horas eligiéndolos, en las cajoneras que se abrían bajo el mostrador, lleno de madejas, perfectamente ordenadas.
Cómo olvidarnos de la primera vez que sacábamos la hebra para comenzar la costura.
Enhebrar la aguja que pasaría una y otra vez por los diminutos orificios de la tela blanca inmaculada. Descartando los nudos. Dando vida a una hermosa labor para fin de curso.
Tardes en las que íbamos a comprar y nos tocaba esperar el turno.
Hermoso regalo la espera, en la que podíamos ver las manos perfeccionistas en cuestión de
labores, como eran las de las señoras mayores de aquellos años setenta y ochenta que se dedicaban a realizar colchas con lanas sobrantes, tapetes, manteles. ¡Exquisitas obras de arte!
Eran momentos en los que las clientas se unían en conversaciones sobre ese tema, o otros cualquieras del pueblo, incluido el tiempo, intimando con los secretos de la vida, entre encajes, bastidores y rosas de satén.
Ripoll… Entre paraguas, chaquetas y corbatas.
Se acercaba el día del padre, o la madre. Con los pocos ahorros llegábamos hasta el comercio, depositando las monedas sobre el cristal del mostrador.
El chico las contaba y decía a su manera:
-Puedes comprar una corbata, un paraguas….-
Y nos pedía que lo acompañásemos a la parte de arriba. Zona en la que reposaban decenas de paraguas plegables, minis, con estuche. Paraguas brillantes esperando ser rescatados y mojarse bajo la lluvia del invierno en la gran Villa de Hellín.
Ripoll… Lugar en el que sesteaban las corbatas, lisas y estampadas. Corbatas de seda, de lana y cachemir.
Ripoll… Entre sábanas, batines y toallas.
Era la época, en los que nuestras madres se empeñaban en prepararnos el ajuar.
Y allí nos desplegaban los juegos de cama de franela, raso. Poliéster y algodón. Promesas de futuros inciertos. De amores por descubrir. De vidas por definir.
Sábanas que en cada casa, se escondían en lo alto de los armarios, a la espera…
Ripoll… Entre combinaciones, carteras, gorros y pañuelos.
Me llevaba de la mano, mi abuela. En busca de combinaciones y fajas.
Recuerdo las fajas pantalón y las enteras, sin ninguna sensualidad, que además era un sufrimiento para las mujeres llevarlas.
¿En qué cajón no había una de esas fajas?
Ripoll… Entre expositores de madera con casilleros y mostradores vitrina, que se abrían y cerraban cada día.
Cajones llenos de anécdotas y paciencias.
Entre tienda y trastienda. Referencias de una historia, del paso de los años. Precios en pesetas. Trozos de vida en regalos de materia. Tijeras, imperdibles, carretes. Encajes y
pasamanerías. Guitarras…
Ripoll… Mensajes que a cada uno nos llegan, envueltos en códigos secretos, enviados desde los fragmentos de un pasado escondido, relegado, aparcado, perdido. Prisionero o mendigo de los caprichos del tiempo.
Una interpretación. Un lugar al que en nuestra memoria estructuramos y que a la vez nos configura.
Favorecidos y víctimas de un tiempo que pasó y que ahora detallamos.
Ripoll… Entre bastones y sombreros. Guantes y cadenas de bolsillo. Boinas que enmascaran la vida en esa cita con lo añejo, para volver a darle cuerda al reloj de los momentos.
Unas campanadas desde la Parroquia que me despiertan, para decirme:
-¡Hellín es el Alma del tiempo!-
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