Conchi Catalán
Cuando decimos o escuchamos: “Yo, no soy racista, pero…” es porque en el fondo, queramos o no, existe un racismo latente, que consciente o inconscientemente hace que excluyamos de nuestro entorno a personas, porque las consideramos inferiores a nosotros por múltiples motivos, la mayoría de las veces infundados.
Muchas veces, esas actitudes excluyentes, están apoyadas en sobreentendidos o tópicos que hemos normalizado a través del tiempo o que se nos han inculcado desde algunos medios de comunicación o desde ciertas ideologías políticas, a través de las cuales se demoniza a los inmigrantes, se les culpabiliza de la mayoría de las fechorías que se cometen, los ponemos bajo sospecha y los miramos siempre desde un escalón superior, argumentando tranquilamente “que no somos iguales” …
Resulta bastante contradictorio escuchar: “No soy racista” a la vez que se ponen reparos a tener como vecinos a personas inmigrantes (especialmente magrebíes o subsaharianos), a llevar a los hijos a colegios donde haya “moros” o gitanos, a disuadirles de que tengan amistad con ellos o a sospechar que su presencia en nuestro país nos va a quitar trabajo y oportunidades…Cuando muchas veces son ellos los que sacan adelante el trabajo duro, como ocurre en el campo.
La discriminación racial y étnica niega derechos sociales, políticos y económicos a las personas que pertenecen a un cierto grupo social con la justificación de que “son inferiores”. Esta forma de sentir, no es premeditada ni intencionada, en la mayoría de los casos, simplemente es el fruto de una interiorización de prejuicios normalizados a lo largo de la vida y recibidos de generación en generación, por tanto, nadie nace racista, se aprende a serlo.
En muchos casos, el racismo puede confundirse con actitudes clasistas o incluso de aporofobia, es decir, de rechazo al pobre, no queremos “mezclarnos”, con inmigrantes musulmanes, ni con gitanos, pero si el musulmán es un adinerado de Catar o Bahrein, no nos importa ser sus amigos…
Si preguntamos en general a la gente, si consideran que hay racismo en la sociedad, seguramente nos dirán que no y es verdad que, concretamente los españoles, hoy somos una sociedad mucho más tolerante e inclusiva que hace unos años, aunque hay todavía muchos “microrracismos” como miradas, gestos, actitudes o comportamientos en cierto modo despreciativos, que sin darnos cuenta, los hemos convertido en cotidianos y resultan muy dañinos y evidencian la discriminación hacia un colectivo determinado.
Un fenómeno muy peligroso al que nos enfrentamos en este sentido, es el discurso xenófobo y racista de partidos de extrema derecha a nivel europeo y del que España no está libre, aunque parece que afortunadamente encontramos un rechazo a dicho discurso en amplios sectores de la población española.
En definitiva, estos racismos, como tantas y tantas cosas “SE CURAN CON LA EDUCACIÓN”.
La escuela debe ser un espacio seguro y libre de expresiones de racismo, un espacio inclusivo, donde nadie se sienta agredido por su cultura, procedencia, color de piel, religión o cualquier otro aspecto.
También las escuelas – y por supuesto la familia- deben ser espacios muy importantes en la transmisión de valores como la tolerancia, el respeto o el diálogo… Los niños, desde muy pequeños van adquiriendo prejuicios raciales de la mano de sus referentes (padres, familiares, amigos, vecinos…) de tal manera que, sobre los 10 /11 años, muchos ya han asentado ciertas creencias en este sentido, por lo que a partir de este momento es mucho más complicado poder eliminar tales prejuicios y mejorar su comprensión cultural. Por todo ello, la educación para la diversidad es vital. En este sentido, las actuaciones de los padres, evitando comentarios o actitudes racistas frente a personas de otras culturas, creencias o países, serán clave para naturalizar y acostumbrar a los pequeños a la convivencia sana en un mundo tan diverso.
Otro aspecto, que me gustaría resaltar, es la política de escolarización llevada a cabo por la administración, que está consiguiendo, en mi opinión, todo lo contrario, a lo que deben ser objetivos de integración, formando verdaderos “Guetos” en determinadas zonas de las ciudades (como ocurre en la nuestra) donde todos los niños de etnia gitana se concentran, casi por completo en un colegio y los niños magrebíes en otro, cerrando así las posibilidades de una verdadera integración. ¿No sería mejor distribuir al alumnado de manera más equitativa entre todos los colegios de la ciudad en lugar de confinarlo?… Y ahí lo dejo.
Me gustaría terminar con unas palabras del europarlamentario Esteban González Pons:
“El racismo es la pandemia más antigua que sufre la Humanidad, llevamos siglos sufriendo esta pandemia y aún no ha llegado el día en que hayamos decidido someter definitivamente a cuarentena a los infectados por racismo e invertir lo que sea necesario en diseñar una vacuna”.
“Solo cuando toda iglesia, toda mezquita, toda sinagoga, sea mi iglesia, mi mezquita y mi sinagoga habremos curado el racismo”.
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