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Soy imperfecta…

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Soy imperfecta…

Sol Sánchez

El verano es una época que me llena de recuerdos.

¿Os pasa?

Supongo que serán los olores, el tiempo que paso en contacto con la naturaleza, no lo sé…

Y aunque soy más de invierno, reconozco que me apasionan estas noches de luna llena que me parecen un regalo.

¿Quién no las recuerda?

Cuántas noches de mi adolescencia escuchando música en solitario con su presencia sobre mí iluminándolo todo.

Y otras noches mucho más íntimas compartiendo un tiempo inolvidable y llenando de mariposas nuestro corazón…

Y qué decir de esos días en los que fuimos niños y jugábamos en las calles y las huertas hasta las diez de la noche.

¡Me sentía parte de la naturaleza!

Creo que los niños de antaño tuvimos la oportunidad de vivir con libertad nuestra parte “medio salvaje”.

Éramos lo más parecido a “Mowgli, el niño de la selva”.

A día de hoy me gusta la hora de la siesta, pero sin siesta.

Ese momento después de comer en el que busco una sombra al aire libre, cierro los ojos y los recuerdos me persiguen y yo los dejo entrar.

Hay un recuerdo concreto del verano que se me repite con frecuencia; la paz que me transmitía estar cerca de las mujeres que cosían.

Recuerdo las tardes de julio y agosto, y supongo que sería alguna mujer de mi familia, no lo sé con exactitud, pero me veo en una casa grande y junto a unos amplios ventanales…, ella, en un ambiente sereno, cálido, lleno de plantas y de una evocadora paz.

Ella, con una gasa blanca sobre sus piernas y a su lado un cesto a veces de mimbre, y otras una lata de galletas repleta de hilos y alfileres.

Generalmente con unas gafas, por las que siempre miraban por encima, y deleitándose con la labor en un profundo silencio, o con la radio de fondo.

Para mí era un ambiente lleno de placidez, aunque también sé que tengo una manera muy idílica de verlo todo.

Imagino que la procesión podría ir por dentro en una sociedad en la que las mujeres no elegían…

Pero quizá, esos instantes si eran de su elección.

Y allí pasaban las tardes consigo mismas, entre sus pensamientos, y yo observando la imagen y llenándome interiormente de algo muy especial.

También me viene a la memoria aquellas horas en el colegio en las que nos obligaban a confeccionar alguna labor: un paño, una mantelería, una bolsa de pan…

Horas aprendiendo a hacer dobladillos, punto de cruz, cadeneta, etc, etc.

Y me sucedía lo mismo: me colmaba de bienestar, de tranquilidad.

Me gustaba ese ambiente de meditación.

Recuerdo que la maestra siempre me reñía porque mi labor por la parte de atrás era un verdadero desastre: nudos mal hechos, hilos colgando, pespuntes que saltaban de una parte a otra.

Jamás consiguió nadie enmendarme.

¡¡Aquellas regañinas con tan mala uva me hacían sentirme tan culpable!!

Alguna vez, me ha aparecido alguna de esas servilletas que mi madre guardaba en sus cajones y siempre busco esos acabados tan míos que tanto me definen y me arrancan una sonrisa.

Lo cierto es, que con el tiempo me he dado cuenta de que la vida es eso: una labor en la que cada día vamos dando algún punto que la embellece, y otros la estropea.

La vida, por unas cosas o por otras, es hacer dobladillos sin parar.

Es tener que dar puntos atrás y retroceder, y otras veces encajar la cadeneta con ímpetu.

Incluso deshacer y volver a empezar.

Hay hilos que no queremos que se suelten y los ajustamos con todas nuestras fuerzas, aun sabiendo que, si se tienen que soltar, tarde o temprano se soltarán (ea).

Con los años mi parte de atrás sigue siendo un auténtico desastre, nadie ha conseguido enmendarme, quizá porque siempre me ha acompañado esa parte rebelde mía de “niña de la selva” pero no me importa demasiado, porque sé que no soy perfecta, que estoy llena de imperfecciones, de nudos, de hilos que cuelgan, de puntadas que van a su aire y que conforman lo que soy: humana.

Reconozco que hay cosas que jamás podré hacer como me gustaría, pero lo intento.

Pero hay otra cosa en la que coincido con aquellos días: sigo mojando mi labor de vida con lágrimas, a veces de alegría y otras de tristeza.

Y es que vivir es una fuente de aprendizaje.

La vida es nuestra mejor maestra.

Y ha tenido que pasar el tiempo para darme cuenta de ello.

Pero si algo sé, es que, una parte de mi labor siempre será imperfecta.

Os deseo una feliz entrada a este nuevo verano y que vuestras “puntadas” de vida sean las mejores.

Pero que sean como sean, os definan y os pertenezcan y os sintáis orgullosos y orgullosas de ellas. Un beso.

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