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¡Socorrooo…, la reválida!

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¡Socorrooo…, la reválida!

Antonio García

Puede que un año de éstos, cuando más descuidados estemos algún gobierno tenga un buen parto y de a luz un plan de educación lo suficientemente robusto para hacerse mayor. Aunque de ocurrir eso, tengo mis dudas de que sea dentro de éste siglo. La cosa está en que, para parir un plan de enseñanza rebosante de salud, nuestros políticos deben ser inseminados por una potente cultura, una gran sabiduría y un incondicional y sincero amor a la sociedad que gestionan. Dejarse de tontear con engañosos y depravados flirteos ideológico-partidistas y enamorarse hasta los tuétanos del pueblo y su educación, dispensándole amor eterno, hasta que la muerte los separe.

¿Cuántos planes de educación llevamos desde el estreno de la democracia? Los conté una vez, pero hoy no me apetece. Los planes de educación en España parecen como las prostitutas. Los políticos se relacionan con ellos sin el menor compromiso, sin el menor apego duradero, sin la menor ternura. Sin responsabilidad, sin vocación de permanencia. O más bien es que, ustedes perdonen, nuestro Parlamento parece una casa de meretrices, aunque eso sí, muy bien pagadas.

Pues en esas estamos cuando, tras dejarle a Rajoy seguir con su culo en la Moncloa por un tiempo más, entran en escena nuevos desacuerdos y rifirrafes en cuanto a los métodos a emplear para “deseducar” a las nuevas generaciones. Que realmente es lo que importa, y en lo que casi todos estamos de acuerdo. Siempre se ha dicho que la “deseducación” es el pilar básico de cualquier sociedad que quiera avanzar… hacia el fracaso. Y el comportamiento de nuestros gobernantes al respecto es de lo más consecuente y admirable. Es como la nueva tortilla, que van a ver cual la “deconstruye” mejor.

Pues en este batiburrillo hay dos puntos básicos que llevan a mal traer los acuerdos educativos, a saber: las reválidas y los deberes en casa. Ambos estaban incluidos en la Lomce –Ley Orgánica para la mejora de la calidad educativa-, que era el último modelo diseñado por el equipo de sastres gubernamentales. Y claro, fuera un poco mejor o un poco peor que las anteriores (caso improbable éste último) había que derribarla. Sí o sí. ¿Por qué? Porque la había hecho un gobierno con una ideología determinada, y como es sabido y acostumbrado, hay ciertas cosas que hace un gobierno, el que sea, que no valen para el otro. Punto. No le den más vueltas. Si algún día esto cambia, España no será España.

La reválida es un examen -o exámenes- que pone a prueba los conocimientos adquiridos durante un período educativo. Se planteaba una al final de la ESO, que pilla al nene con quince o dieciséis años, y otra al final del Bachillerato, a los dieciocho.

El único comentario que voy a hacer es que un servidor –y millones de servidores más- a los dieciséis o diecisiete años nos habíamos chupado ya dos reválidas. Una en cuarto de bachiller (14-15 añicos) y otra al terminar sexto. Y lo curioso, lo sorprendente del caso, es que ninguno de aquellos mozuelos necesitamos la asistencia de psicólogos ni psicoanalistas que nos ayudaran a salir del trauma. ¡Y había que aprobarlas para pasar! Naturalmente, unos aprobaban y otros suspendían, cosa corriente en toda tierra de garbanzos.

La pregunta que me hago es que, si al final de una etapa de formación, como es el Bachillerato, a uno le dan un título, ¿qué significa dicho título? ¿Qué has pasado por la escuela e instituto durante una serie de años, o que has aprovechado ese tiempo en adquirir los conocimientos precisos? Y para darte el título, ¿tan escandaloso es que se te exijan unos saberes y se compruebe si los tienes?

Yo recuerdo terminar el curso correspondiente un… cinco de junio, por ejemplo, y nos daban veinte días para preparar la reválida, es decir, para pegarnos la pijá a repasar lo fundamental de todos los cursos hechos, pues a saber qué nos iba a salir en los exámenes. Después vacaciones, y después, si era necesario, ahí estaban los exámenes de septiembre. Y les voy a revelar un secreto: si uno quería estudiar, estudiaba. Y si no, pues no estudiaba. ¿A que ustedes no se lo imaginaban?

También nos hemos declarado en huelga –hijos, padres, Ceapas, Concapas y Sincapas- por los “deberes” en casa. ¡Quién lo iba a decir! ¡En un país que quiere progresar hacer que los chavales trabajen en casa y se habitúen al orden, el esfuerzo, la responabilidad…! ¡No hijo, no! Pobres criaturas. No importa que esos trabajos en el domicilio se amolden a la edad del niño o jovencito, no. Lo que es injusto, es injusto. Para los chicos, porque el trabajo es siempre una maldición, y para los padres, porque ocuparse de que sus hijos trabajen es una penitencia.

¡Ah! Y desde luego, los hombres del mañana solo tienen que estar capacitados para desarrollar una profesión muy específica. No necesitan más conocimientos. Ni siquiera para ser políticos. Bueno, en este último caso no necesitan ninguno, con saber leer y escribir medianamente y las cuatro reglas aritméticas, van sobraos. Lo de la cultura es una antigualla de lo más facha y cavernaria, me atrevería a decir que hasta franquista. Y con el pesado e inútil lastre de las humanidades y el amor a la cultura, nunca habrá forma de que España se ponga a la cabeza.

Las opiniones y comentarios sobre todo esto, háganlos ustedes, porque en estos momentos yo solo tengo ganas de llorar. ¡Snif…!

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