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¿Protegemos o sobreprotegemos a los hijos?

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¿Protegemos o sobreprotegemos a los hijos?

   Conchi Catalán

 

Ni que decir tiene que el ser padres nos cambia la vida.

La maternidad o paternidad, es un hecho tan especial, que no podemos compararlo con ninguna otra experiencia vital.

Cuando somos padres, nuestro objetivo principal es la protección de nuestros hijos.

Ese instinto de protección que sentimos, es natural e innato y tan imprescindible, que, sin él, la raza humana no habría sobrevivido dado lo inmensamente frágiles e indefensos que somos cuando llegamos al mundo…

Todas las horas del día y de la noche estamos pendientes de nuestros pequeños desde que nacen: a media noche nos despertamos para comprobar que respiran, pendientes de que no pasen frío o calor, de alimentarles, de asearles, de cubrir, en fin, todas sus necesidades tanto físicas como afectivas.

Esta implicación emocional tan intensa en la vida de los hijos, es normal cuando son pequeños, lo que pasa es que cuando crecen, nos cuesta trabajo asumir que el “cordón umbilical” hay que ir cortándolo poco a poco, precisamente por su propio bien, pues de no ser así, en vez de protegerles, que es lo que necesitan, estaríamos sobreprotegiéndoles y esto, por el contrario, les va a generar cantidad de dificultades en su desarrollo psicológico y en su adaptación social.

Por propia experiencia, he podido constatar, que los niños de hoy en día tienen menos autonomía que las generaciones pasadas. Hablando con maestras de educación Infantil y guarderías, las opiniones coinciden al afirmar que se encuentran con un gran número de niños que a los 3 / 4 años, todavía no han acabado de conseguir funciones motoras básicas o de motricidad fina y en Primaria y Secundaria les cuesta horrores asumir responsabilidades, que a esta edad ya se tendrían que haber asumido.

Prepararles la mochila, recoger su habitación, vestirlos, bañarlos, darles de comer o sentarse por sistema a hacer los deberes con ellos, … llega un momento en el que nuestros hijos están preparados para hacer por sí mismos cada cosa, y, sin embargo, a menudo, porque es más rápido, por comodidad o porque pensamos que no lo van a hacer bien, seguimos haciéndolo por ellos…

Hemos de tener claro que hay un tiempo natural en el que, aunque ya sepan hacerlo solos, de vez en cuando nos piden que los ayudemos o lo hagamos por ellos. No se trata de ser inflexibles y negarles nuestra ayuda si la piden de forma ocasional; pero, si por sistema, nos encargamos de hacer las cosas por ellos, no estaremos respetando su ritmo de desarrollo y estaremos interfiriendo en su proceso madurativo.

Cuántas veces hemos escuchado en la escuela al niño justificar que no ha traído algo a clase porque “es que a mi madre se le ha olvidado metérmelo en la mochila”, o encontrarnos a cualquier hora de la mañana al padre, a la madre o incluso al abuelo, a traer el trabajo que el niño se olvidó en casa y tenía que presentar o a traerle el bocadillo porque se lo dejó encima de la mesa…Y qué decir de los grupos WhatsApp de madres, donde se transmiten los deberes que llevan los niños, los exámenes o las actividades previstas, favoreciendo así que los chicos se despreocupen de prestar atención en clase porque como después “mamá lo va a tener todo controlado…”

Desde luego, con la mejor de las intenciones, los padres impiden así, que los niños aprendan a enfrentarse a las dificultades propias de su edad, a asumir responsabilidades y a esforzarse por hacer bien sus tareas.

Resolverles cualquier dificultad que se les presente sin permitir que ellos desarrollen sus propias estrategias o experimenten las consecuencias de sus decisiones “es una fórmula perfecta para enseñarles a ser irresponsables e inseguros”.

Querer evitar que nuestros hijos sufran o lo pasen mal, es algo muy natural – no vamos a negarlo- Pero evitarles los obstáculos que se les van presentando, solucionando por ellos las situaciones, es negarles la experiencia de crecer a su ritmo, de saber desenvolverse, de valorar el esfuerzo y de aprender de los errores…

Porque proteger significa dejar que los niños se equivoquen (aunque lo pasen mal), pero que sientan que sus padres están ahí para ayudarles y apoyarles, lo cual les generará seguridad y confianza en sí mismos.

Proteger es, enseñar al niño a solucionar el problema él mismo, con sus propios recursos, dándole sugerencias que le ayuden a ello.

El niño necesita probar, saborear sus éxitos, tratar de mejorar y alcanzar metas difíciles, competir, superar sus fracasos, y poder entender los sentimientos de los demás. Hay que prepararle para que pueda participar en la sociedad y para ello no hay que disminuirle la realidad cotidiana, hay que permitirle que descubra el significado de los triunfos, de las decepciones, de los gozos y de los desconsuelos, propios y ajenos.”

La sobreprotección, por el contrario, hará que sean chicos inseguros, con dificultad en la toma de decisiones o en sus relaciones sociales, con baja autoestima, miedos infundados y a menudo tengan problemas de ansiedad…

Evitarles dificultades solucionándoles sus propios problemas o responsabilidades, cuando ellos mismos los podrían solucionar, hace que los niños a corto plazo se sientan bien y aliviados, pero es un alivio temporal, que, a la larga, les va a hacer mucho más vulnerables ante cualquier contratiempo que la vida les depare.

Por consiguiente, podemos decir, sin temor a equivocarnos, que “EL SOBREPROTEGER DESPROTEGE”.

Desde el principio de este escrito, estoy hablando del modelo educativo sobreprotector en el ámbito familiar, pero ¿qué pasa con el ámbito escolar?…

Las nuevas leyes educativas, cada vez más laxas ante el esfuerzo y el trabajo del alumnado, anteponen el bienestar, el evitar frustraciones, “el aprender jugando” …etc, a la valoración del trabajo bien hecho, de la reflexión, del esfuerzo y la responsabilidad…

Dice la pedagoga sueca Inger Enkvist que “El infantilismo en la educación (prolongación de la niñez), en vez de preparar al alumno para enfrentar las exigencias de la vida adulta, se le invita a estar jugando, a sentirse satisfecho de sí mismo y cada vez menos capaz de soportar una posible observación crítica sobre su trabajo”.

El bajar los niveles de exigencia o el conseguir resultados positivos sin esfuerzo, también es una forma de sobreprotección que a la larga traerá sus consecuencias.

En definitiva, esta manera de criar y educar nos encamina a una sociedad “Blandiblub” en la que el ser humano es cada vez más vulnerable porque no le estamos protegiendo con las herramientas necesarias para hacer frente a los retos que la vida le va a ir planteando, porque realmente, la vida no les va a regalar nada sin esfuerzo.

 

“Cualquier ayuda innecesaria es un obstáculo para el desarrollo”. (María de Montessori)

 

 

                                                                                                                              

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