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Los siervos de la gleba

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Los siervos de la gleba

 

Por Antonio García

Siempre he opinada que el pasado, la Historia, no está para juzgarla, sino para conocerla y aprender de ella. Pero también ocurre que, con nuestra mentalidad moderna, cuando tenemos conocimiento de situaciones que se dieron hace cientos o miles de años, lanzamos sobre ellas una crítica despiadada creyendo que hemos llegado a las condiciones actuales por arte de birli-birloque, sin entender el lento, lentísimo proceso de desarrollo, cambio y evolución de la humanidad, en todos los sentidos, si bien últimamente acelerado en algunos aspectos de tal forma que da vértigo.

En las primeras civilizaciones “avanzadas” el sistema de producción fue la esclavitud. Era lo normal. Así se entendía y así estaba asentado el sistema social y económico. El esclavo no tenía ningún derecho, ni siquiera el de la vida. Su dueño poseía el derecho sobre su vida y su muerte. Tampoco les estaba permitido tener familia y si una esclava paría un hijo, éste podía ser vendido lo mismo que un animal. Realmente estamos hablando de formas de vida infrahumanas. En pocas palabras, no se les consideraba personas y, por tanto, no gozaban de ninguno de los reconocimientos debidos al ciudadano normal. Esta era, por decirlo brevemente, una “situación normal” en aquellos tiempos.

En el extremo opuesto nos encontramos con el “hombre libre”, pero ese cambio no pudo darse de la noche a la mañana, por más que ahora nos hubiese gustado o pensemos que debería haber sido así. No hubiera sido posible la abolición brusca de la esclavitud. Por un lado, habría provocado perturbaciones desastrosas, al hallarse tan asentado en la sociedad dicho sistema. Es más, no habría sido eficaz. Pero es que además, los esclavos, al carecer de medios de subsistencia independientes, hubieran tenido que optar por morir de hambre o volver a su situación anterior al lado de sus antiguos amos, donde al menos tenía cobijo, comida y protección.

El cambio, digamos el paso intermedio entre el esclavo y el hombre libre fue el de “los siervos de la gleba”.

Al final del Imperio Romano, y por influencia del cristianismo, a los esclavos se les reconoció el derecho al matrimonio. Aunque no era todavía el derecho al matrimonio del hombre libre. Si el amo lo deseaba, podía separar a los cónyuges y venderlos. Pero con la intervención de la Iglesia Católica en la Europa medieval, se conoció, por primera vez en la Historia un continente sin esclavitud, aunque no estábamos aún en el actual régimen de derechos.

El “siervo de la gleba” se integraba en el sistema feudal. En su origen latino, esta palabra, “gleba”, significa terrón que se levanta con el arado. Tierra de cultivo.

Los siervos de la gleba estaban “adscritos” a la tierra. Y si el propietario vendía la finca, el siervo iba con ella, pasando a depender del nuevo señor. Pero gozaba de mayores consideraciones. El amo, convertido en señor, ya no tenía facultad plena sobre la vida ni sobre la persona del siervo. Gozaba del derecho de contraer matrimonio y formar una familia. De lo que sembraban y cosechaban, una parte les pertenecía. Incluso a veces labraban a sus expensas, con la obligación de entregarle parte de los frutos al señor. O pagarles ciertos tributos y prestarle determinados servicios. El señor les protegía, pero ellos estaban comprometidos a participar en cualquier acción guerrera que el señor emprendiese. También existía la opción de hacerse voluntariamente siervo de la gleba, pues en aquellos tiempos de convulsiones y pobreza, podía hacerse necesario huir del hambre, del peligro, o verse en la imposibilidad de pagar deudas… ó cualquier otro motivo de desesperación.

La condición de siervo de la gleba era hereditaria. De manera que los hijos permanecían de igual manera atados a esta servidumbre. Solo podían casarse con sus iguales, y si un no siervo se casaba con alguno de ellos, adquiría la misma condición de éste último.

Pero no todos fueron males en la servidumbre de la gleba, pues, por condescendencia de los señores, por abandono de éstos o por otras causas, los siervos pasaron en ocasiones a censatarios, y de aquí dieron el salto definitivo en su emancipación, al transformarse en propietarios de la tierra. La extinción de la servidumbre personal se producía por concesión del señor o por pacto, que atenuaba en grado mayor o menor el estado de siervo. Socialmente, la desaparición de esta servidumbre territorial comienza en España dos centurias antes que en Francia, y no termina en realidad hasta que Rusia, en 1861, declaró la emancipación de la servidumbre. Explico todo esto a raíz de la conversación que hace unos días tuve con un amigo. Me dijo: <<nada ha cambiado, solo la forma de manejarnos>>. Hablábamos de las actuales “clases” sociales: los poderosos –los amos o señores-, una clase media venida a menos y el resto de la población, los esclavos. Salvando pues las distancias, y de una forma u otra, siguen –o seguimos- existiendo en nuestros días, y así será siempre, los siervos de la gleba. Es decir, la servidumbre.

Quizás mi amigo estaba equivocado en sus apreciaciones. ¿O tal vez no? Lo dejo a la opinión de ustedes, queridos lectores.

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