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Las marcas del calendario

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Las marcas del calendario

El Espectador

Desde hace unos días no dejo de leer a través de los diferentes medios de comunicación voces, en algunas ocasiones aireadas, hacia cierta actitud que consideran equivocada al peculiar proteccionismo que se intenta colocar a las personas que han cumplido los 65 años, incluso a nivel de gobernantes como la medida impuesta por el alcalde de la capital de Argentina, Buenos Aires, un tal Horacio Rodríguez, por la cual estas personas mayores para salir a la calle, para ir al supermercado, pasear a su mascota o ir simplemente a una entidad bancaria para resolver una cuestión económica, tendrán que solicitar un permiso en el Ayuntamiento.
Si se empeñan en romper el confinamiento, a pesar de los consejos te den personalmente o a través de la línea telefónica municipal, “los viejos” reciben un certificado, que será necesario mostrar a cualquier agente de la autoridad que te lo solicite, y que tendrá una validez de 24 horas.

Así, entre estas voces que se muestran contrarias a esta medida he encontrado, varias, y que casualidad casi todas son de mujeres, por ejemplo la de la gerontóloga, Anna Freixás Farré, en un artículo publicado en el diario EL PAIS y titulado No, por nuestro bien, no, escribe: ¿Que resulta que las vejeces somos población de riesgo y si pillamos el virus lo tenemos más difícil que otras personas?, lo sabemos. Vale que haya una emergencia nacional que impida a la gente salir a la calle, a toda. Vale que solo se pueda salir a tal asunto, a tales horas, pero tú, yo y el otro, tengan la edad que tengan. No aceptamos que por nuestro propio bien nos limite nadie, ni nada. Se puede aconsejar, informar acerca de las consecuencias pero de ninguna manera recortar nuestra libertad”.

Más adelante continúa: “Estoy bastante sorprendida al constatar que algunas viejas algo mayores que yo- que afortunadamente también lo soy- parecen sentirse contentas y orgullosas de que sus hijos e hijas demuestren su preocupación por ellas y les impidan hacer determinada cosas: mi hija me lo tiene prohibido, mi hijo no quiere que salga. Alto ahí. Bien está que nuestra prole opine y diga, pero la decisión, la libertad es exclusivamente nuestra”.

Otra mujer, la periodista argentina, Norma Morandine, publica en el mismo diario, otro artículo que titula lacónicamente Mayores que inicia así: Envejecemos, pero no nos hacemos mayores, sentenció el filosofo surcoreano Byul Chun Han, cuya lectura actualiza el virus coronado que al desacelerar el tiempo del rendimiento nos devolvió su aroma y al obligarnos al confinamiento nos permitió hablar al silencio, condición fundamental para el pensamiento. Como estoy entre los que no aceptamos las marcas del calendario y seguimos activos laboral e intelectualmente, solo ahora, cuando el planeta se ha confinado para protegernos, nos convertimos de golpe en mayores, sin poder contraponer ni derechos ni dignidad”.

Tras una larga exposición, donde habla de los Derechos Humanos para la protección de la dignidad de la personas, los estudios demográficos que advierten del envejecimiento de la población, concluye con estas atinadas palabras: “no se trata de eludir ni dejar de acatar recomendaciones de confinamiento sino de atraer la mirada sobre un colectivo, definido antes como problema jerarquizado socialmente como abuelos, sin que se reconozca el derecho a seguir en la vida con los otros en igualdad y como cada uno elija vivir con libertad, independiente de la edad”.

Hay muchas más opiniones dignas de ser reflejadas en este comentario realizado simplemente para romper una lanza a favor de un colectivo que desde los diferentes gobiernos está siendo maltratado y minimizado, pero nuestro espacio para plasmarlas es limitado, por eso vamos a terminar con las palabras de la socióloga, otra mujer, Pilar Escario, en su artículo publicado en EL PAIS el pasado jueves, La vejez estaba ahí, que cierra con estas palabras: “La vejez nos tocará a todos y esta pandemia debe servirnos de aprendizaje. Para valorar la vejez y dedicar más esfuerzos a protegerla y cuidarla. Para apreciar que mucho de lo que tenemos se lo debemos a los que hoy son ancianos, a su trabajo, sus esfuerzos y su inteligencia. Recordemos a Rita Levi-Moltalcini, que vivió 103 años, cuando decía: Mi cuerpo se arruga, pero no mi mente”.

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