Por Sol Sánchez
Jose Manuel Sánchez
Hay una raya en Hellín, que separa el pasado del presente. Esa línea, para mí, está en el Rabal.
Décadas atrás, fuimos muchos los que vivimos una época diferente, mucho más rural. Crecimos entre artesanos. Fuimos testigos de su buen hacer en trabajos llenos de detalles manuales, de tiempo y cariño.
Nos basta con cerrar los ojos y dejar que los recuerdos nos trasladen al Hellín del ayer. A sus emisoras de radio, prensa, comercios y personas que en el pueblo, habitaron.
Llamamos “viejo” a aquello que ha cumplido años, que va quedando en desuso, incluso en el olvido.
Pero lo viejo, tiene experiencia y duende. Lo viejo es la huella necesaria e imprescindible. Es la senda de lo nuevo, de los incipientes proyectos, de los sueños.
Hellín, tuvo uno de los oficios artesanos que más han llamado mi atención: Impresor.
Crecí con olor a tinta y a papel, imprimiéndose en mi alma, el deleite de la creatividad.
Durante años, tuve como referente de vida a un hombre que me parecía un Geppeto de los cuentos: Sánchez el de La Imprenta. Mi padre.
Enamorado de su trabajo. Apasionado de las letras. Entregado a su pueblo, ofreciéndole el laborioso trabajo de la composición. Recordatorios, tarjetas de boda, de visita. Carteles, revistas, trípticos… Todos hemos formado en alguna ocasión, parte de esa labor.
El local de la Imprenta en la Cuesta de los Caños, antigua calle Macanaz, albergó la vida, el alma y los días de un impresor emprendedor lleno de ideas e ilusiones. Amante de las tradiciones hellineras, de su Virgen del Rosario, de sus amigos y vecinos.
Su tiempo fue corto pero intenso.
En breve, las puertas de un local que quedó cerrado en la penumbra del desconsuelo, se volverán a abrir.
Un nuevo grupo político que nace, brindará la posibilidad del arte y la cultura en la Vieja Imprenta.
El ayer, se mezclará con el hoy. La pintura, tapará las grietas y las humedades. Una nueva decoración será la tarjeta de presentación.
Pero no habrá nada, que pueda conseguir que desaparezcan los duendes que danzan entre letras de plomo y tinta de colores.
La historia se mantiene en el aroma de los recuerdos. En la brisa de lo que existió y juega a estar presente.
La mirada de Sánchez, inquieta y penetrante, por encima de las gafas, permanecerá sobre los tejados de la historia, unida a otros amigos del barrio que nos dejaron: El Sacristán, Pepín el barbero. El sastre, Montoya, La Monecilla, La Bañona y muchos más.
Ellos serán siempre lo “viejo” que da paso a lo nuevo, envuelto en un velo de sensibilidades.
Mi bienvenida al nuevo: “Centro Cívico Ateneo. La Vieja Imprenta”.
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