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La tolerancia intolerante

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La tolerancia intolerante

Antonio García

Nunca como en los últimos tiempos se ha hablado tanto de “tolerancia”, por lo que nos conviene saber lo que tal término y actitud significan: <<respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás, cuando son diferentes o contrarias a las propias>>. Y ustedes me disculpen, pero era necesario aclarar el concepto. Como también es necesario aclarar, aunque parezca una perogrullada, que ser tolerante no conlleva estar faltos de opinión propia, juicio, capacidad de análisis y opinión ante los actos, ideas y creencias de los demás. Y ser libres para manifestarlo. Ser tolerante, pues, no significa la aceptación incondicional y “acrítica” de todo lo que se nos ponga por delante. Porque ello supondría ser como tarugos de madera seca, sucedáneos de la plastilina o veletas que giran según la dirección en la que sople el viento.

Así pues, el término fundamental es “respeto”. O sea, consideración hacia los demás. Pero permítanme que añada algo: yo respeto a las personas, pero no tengo porqué profesar respeto a todas sus ideas o actos, porque ello implicaría que debería tener miramiento, consideración y deferencia a todas las barbaridades y tropelías que cualquiera sea capaz de cometer. Y como ustedes comprenderán, el asunto no va por ahí, porque hay muchas cosas que no tolero, aunque las tenga que soportar.

Ahora bien, ¿cómo he de manifestar mis desacuerdos, mi oposición, mi no conformidad? Civilizadamente, educadamente. Mediante la palabra y los argumentos. A través del debate y la lógica fundamentada. Es decir, a través de la razón. Mediante mi facultad de discurrir, con argumentos que apoyen mis puntos de vista. Nunca utilizando la violencia, salvo casos muy extremos y excepcionales y siempre en defensa propia o de la comunidad.

Dicho todo esto, hoy les quiero presentar a un personaje llamado Herbert Marcuse, nacido en Berlín en las postrimerías del siglo XIX y despachado de este mundo en 1979. Filósofo y sociólogo judío, fue pieza clave en la llamada Escuela de Frankfurt. Institución ésta -inspirada en las ideas del teórico marxista italiano Antonio Gramsci y creada en 1923-, de las más nefastas y dañinas para la marcha de la sociedad occidental. Pero esa es otra historia.

El señor Marcuse escribió un ensayo titulado “Tolerancia Represiva”, que podemos considerar el origen de lo que actualmente llamamos lo “políticamente correcto”. Es decir, la dictadura del pensamiento que condena con el martillo del rechazo, la vergüenza e incluso la multa o la cárcel a todo aquel que se atreve a cuestionar los nuevos “dogmas”. ¿Y cuáles son los nuevos dogmas? Los impuestos a base de lavado de cerebro y violencia por el marxismo cultural, del que la Escuela de Frankfurt fue promotor ideológico y aplicado difusor. Hoy el marxismo cultural es pandemia. Es decir, una enfermedad epidémica que se extiende a todo el mundo occidental y que, sin pausa, está destruyendo nuestra civilización con una eficacia sobresaliente. Gramsci decía que los obreros no se levantaban en revolución porque estaban impregnados de la cultura tradicional occidental en todas sus formas y síntomas. Así pues, el propósito del marxismo cultural era destruir todo lo que hasta entonces había sido la civilización occidental: la cultura, la Ley Natural, los roles masculino y femenino, la creencia en Dios, la familia, todo lo pro europeo, todo lo pro cristiano, la historia basada en la superioridad de una civilización y la historia fundamentada en la religión cristiana. Por eso bien dejó dicho: << La única manera que tenemos de hacernos con el poder como comunistas, no es lo que hizo Marx. Nosotros debemos infiltrar la sociedad, la Iglesia, la Comunidad Educativa, e ir lentamente transformando y ridiculizando las tradiciones que se han sostenido históricamente, esto a fin de ir destruyéndolas y así ir formando la sociedad que nosotros los comunistas queremos>>.

Max Horkheimer, en su “Teoría Crítica” afirmaba que la manera de destruir la civilización occidental era el ataque sistemático a todos sus valores asociados. Y su compañero de camada, George Luckacs, primer director de la fatídica escuela decía: <<Vi la destrucción revolucionaria de la sociedad como la única solución para las contradicciones culturales de la época… Tal voladura mundial de valores no puede ocurrir sin la aniquilación de los antiguos valores y la creación de otros nuevos por los revolucionarios>>.

¿Lo van entendiendo, mis sufridos lectores? Pues ahora aterricemos en la arena, la española misma sin ir más lejos, y veamos quienes son los grandes predicadores de la tolerancia, y los más escrupulosos en su aplicación. Díganme, si han caído en la cuenta de ello, quienes son los “reventadores” oficiales de cualquier acto que vaya en contra de las “tolerantes izquierdas”. Quiénes son los más asiduos promotores de los llamados “escraches”. Quienes atacan y secuestran autobuses. Quienes queman contenedores, rompen escaparates, agreden a quien ose llevar una bandera española o simplemente sus colores en la ropa. Quiénes se burlan e insultan -hasta en actos públicos autorizados- con las más irreverentes, asquerosas y burdas representaciones, de las creencias y símbolos religiosos cristianos. Quienes revientan conferencias o impiden su celebración. Quienes profanan iglesias. Quienes promueven manifestaciones y algaradas cuando no les gusta el resultado salido de las urnas. Quienes derriban cruces… Quienes insultan, amedrentan y amenazan a los que libremente expresan su opinión contra cierta ideología y los decretos y leyes paridos por ella…

De todo hay en la viña del Señor, pero, ¿quiénes, muy mayoritariamente, son los promotores y hacedores de todo esto? Es decir, que los que tachan de fascistas, antidemocráticos, anticonstitucionales y opresores a quienes no han roto un banco público en su vida, ni reventado un solo mitin de cualquier contrincante, son los que nos dan lecciones de tolerancia. Eso sí, de la manera más intolerante posible.

Vivir para ver…

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