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La epopeya del gallo

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La epopeya del gallo

Antonio García

Sabemos lo complicadas que son las ciencias que tratan de la mente humana, y lo difícil que resulta entrar en el magín de cualquiera, diseccionar su comportamiento, desentrañar sus neuras, y entender por qué a un fulano cualquiera pueda privarle el jamón a la vez que confiesa no soportar los garbosos andares del cerdo. O que un individuo sea monaguillo de Misa diaria y está afiliado a Unidas Podemos. No hay cosa más enmarañada que el caletre del homo sapiens.

Junto a lo dicho, hay personas que deslumbran por su clarividencia, por sus especiales dotes cognitivas. Y que si bien no andan duchas en las técnicas del psicoanálisis, las terapias grupales y esas chorradas, son expertas –por puro don natural- en el conocimiento del alma animal. En concreto, la de las gallinas.

Su nombre es Fani, conocida ya en medio mundo y parte del extranjero. Fani es una “conversa” que como ustedes saben, trabajaba en una carnicería hasta que un día tuvo una revelación y se cayó del burro. Se transformó. Abrió los ojos y, con ardor y denuedo, tras reclutar tres prosélitos incondicionales, se dedicó a fundar “Almas veganas”. Sus objetivos son claros y entendibles hasta por el más zote de los humanos: un “santuario animal” que defiende el “veganismo interseccional” y el “feminismo antiespecifista”… Claro, ¿no?

Su enorme sensibilidad la llevó a entregar su vida y su hacienda a las gallinas, animalas estas flagrantemente discriminadas, vilmente atropelladas, ninguneadas y desprovistas de su dignidad por los gallos, que son de lo más machista que hay en la creación, después de los hombres. Y como estos, violentos por naturaleza. O sea, genéticamente violentos y maltratadores. ¿Y saben por qué? ¡Porque no paran de violar a las gallinas! Qué desconsiderados, qué descorteses, qué maleducados, qué… ¡pero qué animales que son!

De manera que Fani y su grupo de rescatadores, tomaron la decisión marcada por el destino: separar a las gallinas de los gallos. ¡Que se chinchen estos abusadores heteropatriarcales! ¿Es que no sabe nadie, solo esta bendita mujer, que las gallinas son y sienten como nosotros? Pues está claro, ¿verdad? Como ella dice con toda la razón, <<las gallinas han sido violadas sin su consentimiento>>. ¡Los bestias de los gallos aún no se han enterado que <<no es no>>!

Pero es que agárrense, los insensibles de los granjeros avícolas, y el resto de la gente, aún no están acostumbrados, como dice ella con verdad inequívoca, a que les digan que los huevos “son” de las gallinas. ¡Alguien tenía que decirlo de una vez! Los ponen ellas. Y se los estamos robando. ¿Cómo la Fiscalía del Estado no ha actuado de oficio, de una puñetera vez, ante semejante latrocinio?

Naturalmente, desarrollar una labor así conlleva muchos gastos. Y parece ser que se ayudan vendiendo ropa de fabricación propia, ecológica (hasta se dice que se lavan las manos antes de ponerse a tejer) en la que se advierten lemas “anarcoveganistas”, “feministas antiespecifistas” y “antiespecifistas antifascistas”. Yo no sé porqué, pero tenía la mosca detrás de la oreja… Hace algún tiempo que sospechaba que los gallos son fascistas, y por fin he encontrado la confirmación en este trabalenguas. También es verdad que los pobres plumíferos intentaron manifestarse, reclamando sus derechos de pernada, pero rápidamente fueron disueltos por las fuerzas antidisturbios-veganistas. Y además me lo veo venir: cuando las gallinas quieran tener pollitos, por pura vocación femenina, tendrán que acudir a la fecundación “in vitro”.

En fin, amigos, que enterarme de todo esto me ha traído cargos de conciencia. Me pregunto si a partir de ahora seré capaz de comerme un plato de patatas fritas… sin un huevo al lado, o encima. O si tendré valor para engullirme una buena tortilla española sin derramar una lágrima. Y todo por que Fani dice: <<Comer los huevos de gallina es robárselos y financiar la esclavitud animal>>. ¿Qué persona con un mínimo de conciencia puede quedar indiferente? Me consuela un poco el pensar que, gracias a la labor de Almas veganas en pro de la castidad gallinácea, solo podremos comer pollos capones. Lo que supondrá que los rebajen de precio.

Sin embargo, algo no me cuadra en todo esto. Porque, a ver, ¿les habrán consultado a las gallinas si están de acuerdo en mantener la virginidad? ¿Tendrán datos fiables sobre la ausencia del impulso sexual de estas pobres hembras? Porque ya sabemos de esa burda expresión popular que dice “eres más p… que las gallinas”. O sea, que me estoy haciendo un lío. ¿Por qué se preocupan tanto de las gallinas y les amargan la vida a los gallos? ¿Les parecerá justo? ¿Tienen derecho a condenar a los gallos al celibato, que siempre debe suponer una opción libre?

Me he tomado la molestia de consultar a expertos psicólogos y sociólogos del “Gallus gallus domesticus”, que incluye al gallo, la gallina y el pollo (el que aún no ha hecho la mili) y sus respuestas me confunden. Dicen que poseen un sistema social con un orden jerárquico. Que en el corral hay un macho dominante sobre todos los demás. Que las gallinas (empoderadas ellas) tienen un orden jerárquico independiente y no entran en los rifirrafes de los machos. Pero que las gallinas se sienten a salvo bajo la dominancia de un gallo, y que si muere el dominante, pues el poder lo asume el siguiente en el orden jerárquico. Las gallinas solo se defenderán por la fuerza si se encuentran alejadas del gallo protector. O sea, dos cosas me quedan claras, que necesitan un gallo y que les gusta el ñiqui-ñaque. Por lo que al final, creo que lo que hacen las “antiespecifistas antifascistas” es joder a las gallinas y a los gallos.

En fin, que no se con qué opción quedarme, aunque como hombre me siento impelido a ponerme del lado de los gallos. Y además, ¡qué leches! ¡Lo acabo de decidir!: yo no renuncio a las patatas fritas con huevo ni a la tortilla española así me lo mande un juez.

Y para ello, es necesaria la conservación de la especie, únicamente posible con la coyunda gallo-gallina. Punto

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