Conchi Catalán
Echando una ojeada a las noticias, hace unos meses, me llamó la atención un artículo del periódico El Mundo titulado: “La IA y el fin del “Homo sapiens”. Entre otras muchas cosas se decía que “Nuestra era como especie más inteligente de este planeta parece tener los días contados”.
¿Será esto posible? ¿Podrá la Inteligencia Artificial sustituir a la inteligencia humana? …
En 1979, el psicólogo norteamericano Howard Gardner, formuló su teoría de las Inteligencias Múltiples, donde se afirmaba que todas las personas tenemos ocho inteligencias y no una sola como hasta entonces se pensaba. Decía que, en cada ser humano sobresalían unas más que otras, pero que todas estaban dentro de nuestra esencia y así permitían a hombres y mujeres destacar en diferentes áreas de la vida.
Las identificó nombrándolas:
Inteligencia Lingüística, Lógico-Matemática, Musical, Inteligencia espacial, Corporal-Kinestésica, Intrapersonal, Interpersonal y Naturalista-pictórica.
Muchos años después, preguntado Gardner, si consideraba la posibilidad de que existiera una Inteligencia Digital fue taxativo: “lo hemos estudiado en profundidad y la respuesta es negativa; no cumple con los ocho criterios fundamentales que hemos establecido para poder decir que se trata de una inteligencia”. (Fabián García Pastor)
Hoy, la realidad parece tambalear afirmaciones de personas tan fiables, cuando miramos a nuestro alrededor y vemos hasta qué punto la IA va ganando terreno al ser humano.
No se puede negar, bajo ningún concepto, el alivio que nos aportan las máquinas en el trabajo doméstico, industrial, científico, burocrático, financiero, educativo y en tantos y tantos campos de la vida, sin embargo, creo modestamente, que la inteligencia INTERPERSONAL y la INTRAPERSONAL de Gardner, nunca podrán ser sustituidas por un robot.
Últimamente, los medios de comunicación nos muestran multitud de ejemplos del voraz desarrollo de la IA y de sus retos y aplicaciones, como la creación de robots que ayudan en las tareas de la cocina, que barren el suelo, que vigilan que las luces de la casa no se queden encendidas…Pero lo que es verdaderamente escalofriante, es la propuesta de la norteamericana Nancy Jecker, experta en bioética, que defiende de manera entusiasta el papel de los robots (cito textualmente) “como acompañantes perfectos para los millones de ciudadanos del mundo, que en las últimas etapas de sus vidas, viven solos. Estos robots, les harán compañía en los momentos de soledad, para conversar, para crear lazos de amistad o para tener sexo…”
Otros ejemplos, son las mascotas robots como el perro “Koda” desarrollado con inteligencia artificial capaz de interactuar con sus dueños y con movimientos y actitudes muy similares a un perro real.
Otro tanto podemos decir del robot que dirigió la orquesta en un concierto en Seúl o aquel otro, que pintó un cuadro de Rembrandt, “con un ‘software’ y una impresora 3D consiguiendo una imitación casi perfecta del artista barroco más importante de los Países Bajos”.
Estos son solo algunos ejemplos que nos demuestran hasta qué punto son inevitables los avances en tecnología, pero hay una frontera que, en mi opinión, la IA jamás podrá cruzar y es la relativa a las emociones…
En el caso de los “robots acompañantes”, por muchas tareas que estos desarrollen en favor de los mayores (ya que son capaces de mantener conversaciones, leer la prensa, informar del tiempo, avisarles de la toma de un medicamento…etc) nunca podrán transmitir el calor y el cariño de una conversación espontánea entre dos personas, el abrazo cálido y cercano de un ser querido, la fuerza de un apretón de manos, la empatía ante un sentimiento de tristeza o de alegría, la calidez de un beso o la espontaneidad de una sonrisa…por mucho que la tecnología se empeñe.
El perro robot, jamás podrá transmitir el afecto, la alegría, la fidelidad y la incondicionalidad que nos dan nuestras mascotas de carne y hueso. Solo el aspecto de “lata electrónica” ya dice mucho. Como juguete o como realizador de órdenes es impresionante, pero de ahí a desarrollar ese “feedback” emocional que surge entre el perro y su dueño hay una gran distancia.
En cuanto al arte, ocurre otro tanto. La música, la pintura, la literatura, el teatro…Todo puede programarse en base a algoritmos, pero lo que no se ha conseguido, ni creo que se consiga, es programar el alma del artista, el sentimiento, la emoción innata en el ser humano, la capacidad de improvisación, la creatividad y en definitiva la personalidad del creador y sus vivencias más íntimas…
El artista, es el que transmite ese valor único a la obra y, por tanto, eso no lo podrá aportar nunca la IA.
En cualquier caso, el debate está servido y los conflictos éticos también.
Volviendo al punto de partida de este artículo, pienso que, el impacto de las tecnologías robóticas está haciendo realidad lo que hasta hace nada era pura ciencia ficción. Nos encontramos con vehículos autónomos, drones no tripulados, robots que pintan cuadros, escriben canciones, nos hacen las tareas domésticas o “nos cuidan” … imitando sin paliativos la inteligencia humana y aunque, los expertos y creadores de IA, tratan de introducir una emocionalidad artificial cada vez más acentuada a sus avances, creo que todavía hay un camino no asimilado por esta ecuación tecnológica, y que espero que la IA no lo supere, que es la dimensión afectiva. Hasta ahora, una máquina puede conducir un coche, puede jugar al ajedrez y ganar, puede barrer la casa y escribir un libro, pero no puede amar.
Las máquinas nacen para facilitarnos la vida, no para sustituirnos por ellas…
Lo que distingue al ser humano del robot es precisamente su inteligencia emocional. Si en aras del progreso nos cargamos esto. ¿Qué nos queda?…
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