Antonio García
Mi actividad en las redes sociales se resume a Facebook. No conozco ninguna otra, ni ganas que tengo ni puñetera falta que me hace. Y aún ésta que suelo frecuentar, últimamente me agobia. Se lo preocupadísimos que nos tiene a todos el puñetero “bicho” que anda suelto por ahí causando estragos. Y con sobrada razón. Y también comparto con todos el deseo de estar informados. Pero he de confesar (mea culpa) que la sobreabundancia de publicaciones en la red que frecuento (en las demás no lo sé), convirtiendo en cuasi monotema la pandemia y sus derivados, a veces me angustia y hasta me deprime. Por importante que sea, por preocupados que nos tenga, por graves e indeseables que estén siendo las consecuencias, si unimos al encierro forzoso la constante fijación en el bicho y las repetidas trifulcas políticas que –con razón- está provocando, puede que salgamos locos.
Así que, para que al menos se olviden durante unos minutos del “malaleche”, me voy a ir por los cerros de Úbeda y les voy a contar una pequeña anécdota enmarcada dentro del sabroso y riquísimo campo de las “creencias populares”. Vamos a hablar de <<la cigüeña>>.
Este precioso animal volador es un encanto. Es grandullona pero de porte elegante. Y como saben es un ave migratoria que en sus traslados recorre enormes distancias entre Europa y África. El continente negro es en donde pasa el invierno. Sobre ella nacieron unos cuantos mitos populares, siendo el más conocido el de atribuirle la misión de llevar niños recién nacidos a casa de sus padres. Esta peregrina ocurrencia parece que se originó en los Países Nórdicos -aunque otros creen que de origen alemán u holandés- ante la necesidad de ofrecer a los niños pequeños una explicación por la aparición de un nuevo miembro en la familia. Con lo sencillo que es contarles la verdad y la naturalidad con que la aceptan. Pero en fin, la gente mayor ya me entiende.
La cigüeña es un animal longevo, puede vivir tanto como el hombre y posee una excelente memoria: cada año regresa a la misma chimenea o la torre donde anida.
Pero ¿por qué los antiguos eligieron a la cigüeña, para contar a los peques ese milagro de una nueva vida en casa? Por sus virtudes. Si, si, como lo oyen. Para empezar, es monógama, fiel a su pareja durante toda la vida. Un macho de cigüeña jamás le dirá a su parienta lo de voy a sacar la basura, para luego volver al amanecer. Durante años preparan su nido con gran dedicación y esmero. Entre los dos, macho y hembra.
Pero hay más -¡ojo, modernidad!-, cuidan de sus padres cuando estos no pueden valerse por achaques de la edad. Fernando de Rojas se hace eco de ello en su famosa obra La Celestina cuando dice: <<Las cigüeñas mantienen otro tanto tiempo a sus padres viejos en el nido, cuando ellos les dieron cebo siendo pollitos>>. Y nuestro gran Lope de Vega se expresa así: <<Ya la piadosa cigüeña / sus viejos padres acoge, / ya del silencio la grulla / quiere dar ejemplo al hombre>>.
Cervantes se hizo eco de una curiosa noticia según la cual estas aves migratorias conocerían la forma de purgar el vientre mediante las lavativas: <<De las bestias han recibido muchos advertimientos los hombres, y aprendido muchas cosas de importancia, como son: de las cigüeñas, el cristel (enema)>>.
Además de la misión de transportar al bebé, se dijo que la cigüeña tiene el poder de fecundar a la mujer con la mirada.
En la antigua Roma, impresionados por el amor filial de estas aves dieron el nombre de “lex cyconaria” a la disposición legal que obligaba a los hijos a amparar a los padres ancianos (Ciconarya de “ciconia”, cigüeña en latín). La cigüeña estuvo dedicada a la diosa Juno, esposa de Júpiter, en cuyo templo romano había gran cantidad de ellas. A su cuidado estaba la protección de la mujer, el matrimonio, los alumbramientos y los recién nacidos, por lo que el pueblo vio en ellas unas emisarias de la diosa. Se entiende pues, que a animal tan “humano” se le encargara la misión de entregar a la nueva criatura. El gran escritor escandinavo de cuentos, Hans Christian
Andersen, del siglo XIX, contribuyó a dar a conocer esta poética mentira por todo el mundo.
Es vista con simpatía desde antaño, y se asegura de ella que en la casa donde anida no se pelean los esposos. Se dice que si vuela hacia la derecha trae buena suerte, pero si lo hace hacia la izquierda no barrunta nada bueno. Soñar con cigüeñas en verano indica que debemos prevenirnos contra un robo. Si el sueño es en invierno, preludia tempestad. En una antigua región alemana se creía que beber su sangre dotaba de una fuerza descomunal. Sangre que en griego se llama “pelargos”, de donde acaso deriva esa papilla con que crecieron los niños de la generación de posguerra: el Pelargón. ¿Lo recuerdan?
¿Y lo de París? Cuenta la leyenda que las cigüeñas anidaron en el tejado de una casa durante mucho tiempo, hasta que emigraron a una región cercana a París. Al volver a su nido, la familia que ahí vivía tuvo un bebé. Fue así como nació el mito: se pensaba que habían sido las cigüeñas las que había traído al bebé colgando del pico para dejarlo en la casa. En fin, cosa de los mitos. Hoy día todo el mundo sabe que los niños no vienen de París, sino de EstardosUnidos.
Bueno amigos, espero haberles entretenido un ratico. Cuídense.
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