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El Valle, las mentiras, el odio y la memoria (I)

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El Valle, las mentiras, el odio y la memoria (I)

Antonio García

Dice un adagio popular: “repite mil veces una mentira y se convertirá en verdad”. En puridad sabemos que esto no es así: una mentira es mentira por más que se repita. Lo que pasa es que al cabo de insistir, el rebaño la acepta como verdad sin el menor sentido crítico y sin preocuparse de averiguar cuál es la realidad que esa mentira encubre. Esto va por usted, doña Carmen Calvo, pues por más Doctora en Derecho Constitucional que sea y más alto que llegue su cargo político, usted sabe que las mentes y los corazones se le pueden ofuscar al más pintado y habitar continuamente en la falacia, que es un engaño, fraude o mentira con que se intenta dañar a alguien. La raíz y causa de esta distorsión suelen ser las ideologías perniciosas, como la suya. Le aconsejo pues que a su edad, y si es usted inteligente, se lo haga mirar. Y si se cura, ya verá con qué paz vive los años que le queden, que Dios quiera sean muchos.

Hoy enderezo por el “mito” o “fábula” creada por la izquierda de este país respecto al Valle de los Caídos. Ya sabe lo que le tengo dicho, que colaboraré con usted cuanto pueda con el fin de despertar en su mente el interés por la verdad y ayudarle en su insigne tarea de la Memoria Democrática esa, en la que tanto empeño pone. Y no se apure ni acompleje, conozco gente dedicada a la docencia que tampoco tiene ni la más puta idea de la verdadera historia del impresionante monumento arquitectónico situado en el valle de Cuelgamuros y, lo que es peor, ni quieren saberla. Esto último quizá se deba a que temen encontrarse con una realidad histórica que desmontaría su tinglado ideológico. Y seamos sinceros, eso jode.

Quizás este humilde artículo le ayude a abandonar esa obcecación destructora, ese empeño maníaco-compulsivo que tienen las zurdas -y que supera lo enfermizo- con la Basílica y la cruz del Valle de los Caídos.

Todo mi interés, que lo sepa, es que no sigan con esa pretendida basura para indocumentados e imbéciles que tan tiránicamente quieren imponer por Ley.

Veamos pues, y esté atenta, señora Calvo: dicen los de su peña que se construyó como mausoleo –sepulcro magnífico y suntuoso- de un dictador. Repiten hasta la saciedad que es un monumento a los vencedores. Insisten machaconamente en que lo construyeron esclavos y trabajadores –“presos políticos”- forzados. Y cuentan, sin ningún pudor, los miles de muertos que provocaron los trabajos en la obra. Pues verá, ministra mía, todo es absolutamente mentira. Pero de tal tamaño, que no resiste el mínimo análisis histórico y documental.

El valle de los Caídos se construyó con la finalidad de recordar a los muertos de los dos bandos y el drama de la guerra civil. Fue un lugar de reconciliación, como dicen expresamente los Decretos fundacionales del Valle de los Caídos firmados por Franco, y en especial el Decreto por el que se constituye la Fundación de la Santa Cruz del Valle de los Caídos. Le convendría leérselos ya que, gracias a Dios, existen los archivos. Fíjese, que el New York Times, nada sospechoso de franquista, dio la noticia de su finalización, el 3 de abril de 1959, refiriéndose a la inauguración del Monumento: <<El general Franco ofreció el ramo de olivo de la paz a los millones de españoles que entre 1936 y 1939 lucharon al lado del Gobierno republicano vencido>>.

No fue, en consecuencia, un monumento a la victoria sino a la paz. Cita textual –de Franco- del Decreto de 23 de Agosto de 1957: <<Ha de ser el Monumento a todos los caídos, sobre cuyo sacrificio triunfen los brazos pacificadores de la Cruz>>. Dijo Zapatero que debía “convertirse” en un monumento a todos los caídos… ¡Pero si lo ha sido siempre, mamarracho!

Franco jamás pensó en ser enterrado allí. No dio instrucciones a nadie en ese sentido. Fue el Rey Juan Carlos I quien tomó la decisión, y nadie más.

¿Esclavos? ¿Presos políticos? ¡A otro perro con ese hueso, señores de la zurda! En el monumento hubo dos tipos de trabajadores: libre y presos. Las obras fueron contratadas por partes a distintas empresas, tales como Huarte, Molán, Banús, San Román, etc., siendo contratadas libremente las brigadas de obreros por las propias empresas constructoras. Los presos que allí intervinieron –la mayoría con delitos de sangre cometidos en la retaguardia republicana-, lo hicieron voluntariamente. Es más,

tenían que solicitarlo. Uno de los tópicos más repetidos es el de los <<presos políticos>> que habrían ido a parar al Valle por el simple hecho de haber pertenecido a un sindicato o partido político, pero la mayor parte de los investigados debían sus condenas a delitos de sangre cometidos en la retaguardia republicana. Allí hubo asesinos de los que masacraron a los presos del <<tren de la muerte>>, o <<de Jaén>>, en 1936. Entre ellos el obispo de esa diócesis, don Manuel Basulto, beatificado en 2013, su hermana Teresa, y las monjas de la Caridad, que formaban parte de aquella expedición acabada en genocidio: más de 200 personas, fusiladas por las milicias republicanas en el Pozo del Tío Raimundo.

¿Ventajas? La redención de penas: comenzaron con dos días de “rebaja” por cada día trabajado, y más adelante, hasta seis. En ese cómputo de redención se les contabilizaban las horas extras, los destajos, los domingos y fiestas de guardar y las bajas por enfermedad. Los trabajos comenzaron en 1940 y concluyeron en 1958, y se inauguró oficialmente el 1 de abril de 1959. Se levantó según el proyecto de Pedro Muguruza, que trabajó de 1940 a 1950, año en que fue sucedido por Diego Méndez, quien dirigió las obras hasta su conclusión. Pues bien, durante ese tiempo, solo durante siete años trabajaron en él los presos solicitantes, de 1943 a 1950, en que los últimos fueron indultados. Pero hay que añadir que muchos de ellos, una vez redimidas sus penas, se “reengancharon” voluntariamente y siguieron en las obras hasta el final. No estarían tan mal, ¿verdad?

Por cierto, ¿sabe cuántos obreros murieron durante esta colosal obra?: 18. Está sobradamente documentado. Y algunos de ellos por enfermedades previas como silicosis, por haber sido trabajadores mineros.

Bueno, doña Carmen, se me acaba el espacio. Pero volveré porque aún me quedan muchas cosas que contarle.

(Continuará)

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