Por Antonio García
Tras cuarenta y siete años de cautiverio <<junto a los ríos de Babilonia>>, un gran personaje de la antigüedad les devuelve a su Sión natal: Ciro el Grande, que tomó el trono de Persia en el año 559 a. C. Veinte años después los persas caen sobre Babilonia y la conquistan, heredando el imperio babilónico en el que se incluía Jerusalén. Pero este genial guerrero tenía una nueva visión de cómo gobernar. En vez de construir su reinado sobre matanzas y deportaciones, ofrecía tolerancia religiosa a cambio de la hegemonía política para unir a los pueblos en un único imperio. Promulgó un decreto que sorprendió a los judíos: <<El Señor, el Dios del cielo, me ha dado todos los reinos de la tierra y él me ha encargado que le edifique una Casa en Jerusalén, de Judá. Si alguno de vosotros pertenece a ese pueblo ¡que el Señor, su Dios, lo acompañe y que suba…!>>. No sólo estaba enviando a los exiliados de Judá de regreso a su patria, sino que además les devolvía Jerusalén y les ofrecía reconstruir el Templo. Nombró gobernador de Jerusalén a Zorobabel y les devolvió los vasos Sagrados. Zorobabel condujo a 42.360 exiliados de regreso a Jerusalén, en la provincia de Judá.
En marzo del año 515, los sacerdotes consagraron el segundo Templo (aunque mucho más modesto que el original), en medio del júbilo general. El pueblo de Judá pudo volver a celebrar la Pascua judía, interrumpida desde el exilio.
Pero debemos dar un nuevo salto en la historia para llegar a nuestro objetivo en el espacio de un artículo.
Y así llegamos a Herodes I, más conocido como Herodes el Grande. Vivió y reinó bajo la dominación romana y fue rey de Judea, Galilea, Samaria e Idumea, hasta el año 4 a. C. en calidad de vasallo de Roma. Este ambicioso monarca fue el que ordenó la “matanza de los inocentes” que nos relata el Evangelio de San Mateo. Le sucedió su hijo Herodes Antipas, o Herodes el Tetrarca, protagonista en la muerte de Juan el Bautista y Jesús de Nazaret.
Herodes el Grande demolió el segundo templo y construyó en su lugar una de las maravillas del mundo. Mil sacerdotes fueron formados como constructores, se talaron bosques de cedro del Líbano, se cortaron grandes sillares en las canteras cercanas a Jerusalén de reluciente color amarillo, casi blanco… El Santo de los Santos estaba acabado en dos años. Amplió la explanada del monte Moria, creando una plataforma de 12.000 metros cuadrados, para lo que hubieron de levantarse imponentes muros perimetrales de contención. El Muro de las Lamentaciones, o Muro Occidental, forma parte de ellos y es, hoy día, el lugar más sagrado del judaísmo.
Éste fue el Templo que conoció Jesús y que el general romano Tito -más tarde emperador- destruyó en el año 70, junto a la mayor parte de Jerusalén. Hecho que marcó el inicio del exilio judío. Jamás se volvió a levantar un nuevo templo. Los avatares de aquellas tierras y del pueblo hebreo ya no lo permitieron. Todavía se puede contemplar en Roma el Arco de Tito, erigido para conmemorar aquel triunfo.
Y llega el momento de un nuevo salto hacia delante. Casi seiscientos años más y entra en escena un nuevo protagonista: Mahoma y el Islam. No voy a entrar en lo que ya relaté en recientes artículos anteriores, pero si a contar una anécdota que viene al caso.
Los seguidores de Mahoma creían que, una noche, mientras el profeta dormía junto a la Kaaba, tuvo una visión en la cual el arcángel Gabriel le despertaba y juntos emprendían un viaje nocturno, cabalgando sobre Buraq, un corcel alado con rostro humano, hasta la >>Mezquita lejana>> que no tenía nombre. Allí, Mahoma se reunió con sus <<padres>> (Adán y Abraham) y sus <<hermanos>> Moisés, José y Jesús, antes de ascender al cielo en una escalera. Aunque en realidad no se hace mención ni de Jerusalén ni del Templo, los musulmanes acabarían creyendo que la <<mezquita lejana>> era el monte Moria. Mahoma había fundado su primera mezquita en Medina, pero adoptó el Templo de Jerusalén como la primera “alquibla”, la dirección de la oración (que hoy es La Meca). Y todo esto tuvo importantes consecuencias.
Tras la muerte de Mahoma en el año 632, la expansión del Islam fue fulminante. De manera que no tardaron los ejércitos musulmanes en llegar a Jerusalén y conquistarla. No había terminado el siglo VII, cuando ya se hallaban construidas la Mezquita de Al-Aqsa y la Cúpula de la Roca. Es el tercer lugar de peregrinación musulmana en importancia tras la Meca y Medina. Hoy son estas construcciones las que dominan el paisaje del monte Moria y Jerusalén, la patria original del judaísmo y el cristianismo.
Pues bien, dicho todo lo dicho en estos dos artículos, solo me queda, queridos lectores, una recomendación que hacerles: ahora van y se lo cuentan a la UNESCO, que como ya dije, dictamina que <<no hay ninguna conexión judía con Jerusalén y el Monte del Templo>>, calificando la explanada únicamente como la mezquita de Al-Aqsa, “lugar único del Islam”.
Con lo cual, si tenía algunas dudas, ya me han quedado totalmente disipadas. La ONU y su criatura, la UNESCO, están compuestas por impresentables ignorantes teledirigidos, y la ONU y su criatura quieren islamizar el mundo y destruir todo vestigio de civilización judeo-cristiana.
Arrieros somos.
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