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El espejismo democrático

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El espejismo democrático


Antonio García

Todo sistema orgánico tiene sus depredadores. La democracia también. En el seno de cualquier sociedad humana existen aquellos que roban, saquean y destrozan. Animales humanos que necesitan cazar y matar a otros de “su misma especie” para subsistir. Nos encontramos ante el mayor depredador de la naturaleza: el hombre. Sabemos que la democracia es el menos malo de los sistemas políticos inventados por el ser humano, o como decía Winston Churchill, <<la democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre, con excepción de todos los demás>>. A veces he dicho que todo ser humano tiene que creer en algo para poder vivir. Y así, muchos hombres tienen por diosa a la Democracia como ser supremo. Son los adoradores de ídolos con pies de barro. Desde el momento en que el ser humano es frágil, imperfecto y limitado, toda obra salida de sus manos y su mente ha de serlo.

Nuestra endiosada democracia, tan en boca de políticos de oficio y políticos de afición, es un ídolo con pies de barro o, dicho de otra manera, es un edificio cimentado sobre arena. En numerosas ocasiones no hay nada más falso que aquello que más se ensalza con machacona insistencia. Sin embargo, el verdadero arte consiste en hacernos creer que vivimos en una democracia perfecta, adulta, madura. Que después de casi cuarenta y dos años de vida constitucional, las libertades, garantías y derechos recogidos en la Carta Magna están definitivamente asentados. Pero solo se trata de un espejismo. La democracia española se ha convertido en pura apariencia, ilusión, fantasía. Y engaño.

No puede existir una democracia sana si no existen hombres y mujeres que, accediendo al poder de forma limpia y legítima, gobiernen el país de manera honrada, inteligente y eficaz, por mucha Constitución de que haya sido dotado. Y si no existe un pueblo verdaderamente demócrata.

En el convulso siglo XIX, en tiempos de María Cristina, regente de España y madre de la que sería la reina Isabel II, apareció una doctrina que se llamó, precisamente, “doctrinarismo”. Teoría política que tenía mucho de síntesis entre Conservación y Revolución. Su máxima aspiración consistía en encontrar un sistema capaz de armonizar la libertad con el orden. Sus pensadores más caracterizados fueron Joaquín Francisco Pacheco y Juan Donoso Cortés. Lo que legitima a un gobierno es una suma de cualidades. La doctrina de la <<capacidad>>. Para Pacheco, el gobierno es ejercicio de la <<voluntad>>: su esencia está en el Poder. Pero no basta con la voluntad. Es precisa la <<capacidad>>. Es decir, contar con los mejor preparados. Ahora bien, la voluntad y la capacidad tienen opciones a lo bueno y a lo malo. Por tanto, voluntad y capacidad no son garantía suficiente, pues estas cualidades extraordinarias lo mismo pueden emplearse para hacer el bien que para hacer el mal. Por lo que se hace necesario introducir un nuevo factor: el <<elemento ético>>. En cuyo caso, el baremo que hay que aplicar a los gobernantes es más bien el <<moral>>. En otras palabras, deben gobernar <<los buenos>>. Pacheco establece además dos niveles en el plano de los ciudadanos activos: los simplemente <<buenos>> y los <<mejores>>. Así opinaba Platón, 400 años antes de Cristo.

Donoso opinaba que el gobierno debería ser ejercicio de la inteligencia. Lo que también trasladaba al electorado: <<Solo deben elegir los inteligentes y solo deben ser elegidos los <<más inteligentes>>.

Voluntad de servicio al pueblo. Capacidad, condiciones personales y formación suficiente para el oficio. Principios éticos y morales. Así pues, ¿quién debería gobernar?: los “buenos”, y de entre los buenos, los “mejores”. ¿Es eso lo que tenemos en España? ¿O más bien nos gobiernan los que quieren destruirnos como nación? Como nación, como individuos, como familia. Como sociedad.

Y ahora el pueblo. Volvemos al siglo XIX, del que todos deberíamos de saber, aprender…, y escarmentar. Amadeo de Saboya reinó en España poco más de dos años, entre 1870 y 1873. Angustiosos, diría yo. Inestabilidad política, enfrentamientos continuos en las Cortes, incapacidad de los ¡seis! gabinetes que se sucedieron para solucionar los problemas de la nación… Don Amadeo renunció a la corona, y en su carta de despedida dejó una frase inmensa: <<El peor enemigo de España son los españoles>>. Cuando trataron de buscar soluciones era ya demasiado tarde, pero esa es otra historia. ¿Ustedes qué opinan? ¿Tienen vigencia aquellas palabras de don Amadeo? Por mi parte, presiento que sí.

Decía alguien que la riqueza de un país no reside en el Producto Interior Bruto, sino en la cultura de sus ciudadanos.

No habrá democracia hasta que los ciudadanos en pleno no seamos demócratas. No en nuestra mente, no en el discurso, sino en esencia. En nuestro país es proverbial la habilidad del navajazo. Y la intolerancia. Resulta deprimente ver bien a menudo cómo cierta clase política y grupos de exaltados y fanáticos, manejados e incitados, irrumpen con violencia en actos donde libre, legal y legítimamente otros que piensan diferente exponen sus ideas y programas. No quiero poner ejemplos –que desgraciadamente abundan- pues les supongo bien informados. Solo diré, por lo que llevo tiempo observando que la violencia, el fanatismo y la destrucción suelen venir siempre del mismo lado.

Y la pregunta que me angustia: si la mayoría de españoles somos realmente demócratas, si conscientemente asumimos en nuestro interior las cualidades de la democracia, y si somos conscientes de nuestro poder como “pueblo soberano”, ¿cómo es posible que hayamos llegado a donde estamos, con un gobierno totalitario, corrupto, traidor a la patria, carente de moral y destructivo como el que tenemos? ¿Cómo es posible tanta escoria en las Instituciones que rigen el país? Y ¿cómo es posible la democracia si se ataca al disidente de las versiones oficiales?

Urge que busquemos a los buenos, y entre los buenos, a los mejores. Porque al enemigo lo tenemos dentro. Entre nosotros.

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