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De héroes y villanos

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De héroes y villanos

Antonio García

No habría papel ni tinta suficiente en el mundo para consignar por escrito la infinidad de “pequeñas historias” que todavía alimentan la fe en la humanidad. Gracias a Internet, donde todavía cabe una gran dosis de libertad de información nos enteramos de muchas de ellas. Pequeñas historias que saltan a la fama desde el reducido círculo de las relaciones personales y profesionales por la grandeza de sus protagonistas. Mujeres y hombre que de la noche a la mañana se hacen famosos por el simple hecho de ser coherentes con sus principios, su honradez, su determinación por la justicia, y que nunca aparecieron reflejados en papel cuché, en las portadas de los periódicos o en las reseñas de los telediarios. Seres humanos anónimos, ajenos al famoseo cuyo único propósito vital es el cumplimiento de su deber y la fidelidad a las normas deontológicas de su profesión, a pesar de los poderes que urden sus tramas satánicas contra esos principios. Nada más… y nada menos. Esta que les voy a contar es una de esas historias, que nos llega de un país hermano del otro lado del Atlántico: Argentina.

El 2 de abril de 2017 una joven de 19 años llegó al servicio de guardia del hospital Pedro Moguillansky de la ciudad de Cipolletti -en la provincia de Río Negro-, con 39 grados de fiebre. Preocupante calentura producida por una dosis excesiva de píldoras abortivas –nueve pastillas de Oxaprost- que le habían sido facilitadas, ilegalmente, por un grupo abortista llamado La Revuelta. Alegaba violación. Pero aun así, el aborto no se había producido ni presentaba señal alguna de que estuviera produciéndose. No había sangrado vaginal ni contracciones de parto ni cuello uterino dilatado. Y el niño estaba vivo. La atendió el doctor Leandro Rodríguez Lastra, a la sazón jefe del servicio de Ginecología. El médico pronto se dio cuenta del peligro de una septicemia mortal para la mujer, por lo que su inmediata prioridad era estabilizarla y curarla de la tremenda infección que la invadía. Yo no soy médico, pero esto es lo lógico, ¿verdad? El embarazo estaba de 23 semanas y, de haberle provocado el aborto, con toda probabilidad la mujer y el bebé hubiesen muerto. Una vez que la chica se encontraba fuera de riesgo tras un arduo tratamiento, tanto el equipo de profesionales del hospital, como la dirección del mismo y el Ministerio de Salud de Río Negro analizaron la situación. Lo mejor para la madre –porque ya era madre de un bebé en gestación- y el propio bebé era continuar el embarazo hasta la semana 35. Así se lo propusieron a la joven y ella aceptó. El niño nació sano y fue dado en adopción. El médico les salvó la vida a ambos.

Preciosa historia, ¿verdad? Pues bien, este maravilloso episodio del buen hacer de un hombre comprometido con su vocación (con todo su equipo del hospital y el mismísimo Ministerio), le llevó a los tribunales. A él, a Rodríguez Lastra. ¿Presentó la madre la demanda? No. Lo hizo una tal Marta Milesi, nada más y nada menos que diputada provincial y empecinada militante abortista. Ella decidió aprovechar la ocasión, utilizar el caso con fines políticos y presentar demanda.

En Argentina, la Ley solo contemplaba la posibilidad de abortar en caso de violación de minusválidos metales o serio peligro para la vida de la madre. Pero aquí no existía tal proceso judicial de aborto, pues no se daban las prescripciones del Protocolo de Aborto No Punible. Además, de acuerdo al reglamento, el aborto debería ser realizado por un médico y no de manera clandestina, como así lo instigó y procuró el criminal grupo abortista. Por si faltaba algo, el embarazo ya había rebasado sobradamente el plazo establecido para llevarlo a cabo y el niño el peso máximo reglamentado. Y para más abundancia, ante un cuadro infeccioso que ponía en grave riesgo la salud de la madre.

De cara al juicio, el testimonio de la mujer fue confuso e incongruente. En su declaración, dudó, fue monosilábica y aseguró que el médico le mintió pero no precisó en qué. La defensa fue impecable. Fueron demostradas: la clandestinidad previa, que había un riesgo para la salud, que la decisión no fue exclusivamente del doctor, que intervino el Ministerio de Salud, que hubo un aval a todas las decisiones a través de un equipo médico y que no se trataba de un aborto en curso. Pero el juez no quiso ver el caso. Y no falló esta causa: sentenció sobre la discusión ideológico-política del aborto. Y sin embargo, el imputado fue el único que cumplió con la ley. Pero aquí hubo presiones políticas y quedó patente el poder de la diputada. Su declaración en el juicio fue una proclama política que tanto el juez como el fiscal toleraron.

Y como dijo otro médico: <<Tenemos una joven “presuntamente” violada. Nunca se demostró la violación>>.

Me queda poco espacio y he de terminar, aunque habría mucho que contar sobre esta farsa de juicio. Toda América se ha hecho eco del caso y el doctor Rodríguez Lastra se ha convertido en un héroe, en un icono de la verdadera medicina, de la ética médica frente al poder. Después de la denuncia, todos los ginecólogos y obstetras de Cipolletti se declararon objetores de conciencia.

Pero si ustedes se han dado cuenta, nadie actuó contra quienes son la verdadera amenaza, los que cometieron delitos y causaron la tragedia: el violador, que sigue impune y sin denuncia y que estará contentísimo con los movimientos feministas, que prefieren condenar a un niño, a un médico y a una mujer. La organización feminista que puso en riesgo la vida de la joven y el personal estatal que promovió la práctica clandestina. Todo para que siga adelante la implantación de la más perversa ideología de todos los tiempos, con la colaboración de políticos y jueces corruptos.

El veredicto: <<incumplimiento de los deberes de funcionario público>>. Deberes que en este caso, habrían consistido en matar a un bebé de 23 semanas. El castigo: un año y dos meses de prisión y dos años y cuatro meses de inhabilitación

Me despido con estas palabras del doctor Leandro Rodríguez Lastra ante el juez: <<Señor juez, yo soy un médico. Y mi trabajo consiste en curar, a veces; aliviar a menudo; acompañar siempre. Pero matar, nunca>>.

No le valió. Pero él asegura que volvería a actuar de la misma manera.

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