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¡Buen camino llevamos, colegas!

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¡Buen camino llevamos, colegas!

Antonio García

El pasado martes leí en el diario La verdad de Murcia una noticia que, si bien no me pilló de nuevas, no por ello dejó de inquietarme y entristecerme. Los atentados a los más elementales principios de autoridad y respeto están al cabo de la calle, instalados en la sociedad moderna con la misma naturalidad con que se adoptan las mascotas domésticas o el cambio de color de un semáforo. Tanto las conductas mencionadas de autoridad y respeto, como el orden y la disciplina, parecen pasados de moda e interpretados como pesados lastres a nuestra sacrosanta libertad –errado concepto de libertad-. Pero lo más preocupante de todo es cuando estas “nuevas tendencias” empiezan a manifestarse a la más tierna edad. Dice un refrán popular que desde pequeñico se cría el arbolico, y no hay verdad más grande.

Reza el titular de la noticia: <<El Defensor del Profesorado denuncia el desprecio a las normas en las aulas, a la vez que aumenta la adicción a los teléfonos móviles>>. ¿Alguna duda sobre ello, queridos lectores? ¿Verdad que esto no tiene nada de novedoso? Pero… ¿se palpa por algún lado la preocupación social?

Una niña de 17 años de primero de bachillerato, saca el móvil en plena clase. La profesora se lo retira. La chica se levanta de la silla, echa los hombros hacia atrás en actitud desafiante y se enfrenta descaradamente a la profesora exigiéndole la devolución del artilugio. Silencio expectante en el aula. Ante la actitud de la mocosa, la profesora le dice que la acompañe a Jefatura de Estudios. Desde allí llama a la madre, que en un principio parece atender a razones, mientras la chulapa persiste en su actitud violenta y desafiante. Terminó escapándose del centro. Pero al parecer, lo peor llegó al día siguiente, cuando la madre se presentó en el Instituto. La profesora, prudente, solo declara que supuso una gran decepción. Ustedes ya entienden. La audaz e intrépida mozuela fue expulsada una semana del centro, como sanción.

Pero que nadie se eche las manos a la cabeza, esta es solo una anécdota entre tantas, repartidas por todo el país, y no de las más graves.

Don Clemente Hernández, presidente del sindicato de docentes ANPE de la región de Murcia nos da una pista: <<algunos alumnos y determinados padres llevan a la escuela el menosprecio a la autoridad aprendido en un ambiente social donde la arrogancia, el desafío a las normas, el agravio a los símbolos instituidos o la desobediencia a la ley emergen como distintivos de modernidad y progreso>>. Totalmente de acuerdo. Y lo explica tan bien, que no tengo más remedio que reproducir de nuevo sus palabras: <<…la pérdida de autoridad que la sociedad atribuía tradicionalmente al profesor; el desprecio a las normas en el actual clima de permisividad; la anteposición de los derechos a las responsabilidades; la sustitución de valores como la disciplina, el respeto y la tolerancia por otros que surgen con ciertos atractivos en el contexto de nuevos códigos sociales, además de la falta de motivación personal y de expectativas académicas y laborales de determinados alumnos, sobre todo en Secundaria. Y, en consecuencia, el escaso compromiso con el esfuerzo en el trabajo. También las nuevas condiciones laborales que, en muchos casos, obligan a los padres a delegar o a desentenderse de la responsabilidad educadora de la familia>>.

Parece ser que los alumnos más conflictivos tienen entre 12 y 16 años, pero en Primaria son los padres los que originan los episodios de acoso, intimidaciones, denuncias y ciberacoso en un 68% de los casos. Y no les cuento las cifras sacadas de las estadísticas por falta de espacio, pero son verdaderamente preocupantes: insultos, acoso, agresiones físicas, daños en propiedades o pertenencias de los profesores, hostigamiento a través de las redes… incluso amenazas de muerte. Por parte de los niños y por parte de los padres. Y lo que ya está fuera de toda razón son los casos en que determinados profesores sufren el trato hostil o vejatorio ¡por parte de sus mismos compañeros o de superiores del centro!

Trasládese este ejemplo de la docencia y la actitud y disposición familiar, cunas de toda educación, al cualquier otra institución y campo de la actividad humana.

Pues bien, dicho todo esto, ¿ahora qué? ¿Quién le pone el cascabel al gato? La disyuntiva es clara: ¿va todo bien, queridos ciudadanos? ¿Seguimos “progresando” como hasta ahora?, ó, ¿debemos hacer algo? Una vez leí que alguien dijo: <<el progreso de un país no está en su PIB, sino en su cultura>>. La frase parece bonita, pero ¿sabría ese alguien en qué saco caería? Y otra pregunta: ¿de quién es la culpa de todo esto? Yo tengo la respuesta: o no es de nadie o es del cha-cha-chá. Punto.

Educación, respeto, disciplina, deber, responsabilidad… son conceptos arcaicos, inútiles, retrógrados y si me apuran, hasta fascistas, que no tienen nada que ver con el “estado de bienestar”, la deuda exterior o la caja de las pensiones.

Para lo apurado que va el país, muchos dirán que todos esos “valores” y “cualidades” son un lujo. Pero yo creo que son un lujo al que no podemos renunciar de ninguna de las maneras, si tenemos la decencia, la honradez y la valentía de plantearnos en serio cuáles deben ser las virtudes de una sociedad que realmente quiera avanzar. Porque además, será la única manera de que todos sepamos hacia dónde queremos caminar. Hoy por hoy, la mayoría creo que no lo sabe. Y sálvese quien pueda.

Y lo más chungo de todo: muchos de esos bravos “desadaptados” terminan ocupando cargos políticos, algunos de relevancia. Ejemplos tenemos.

Pa mearse.

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