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Algo se muere en el alma

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Algo se muere en el alma

(Manolo el de la Cabaña)

Por Sol Sánchez 

Algo se muere en el alma cuando un amigo se va. Que cierta que es esta frase.
Hoy la he sentido así al enterarme de tu marcha, Manolo. He mirado a mi alma y me he dado cuenta de que está llena de jirones por las pérdidas de personas queridas como tú.

Te has ido en un día especial para los hellineros: Feria.

Y mañana el negro del cielo se vestirá de luces por los fuegos artificiales, y muchos en ellos, veremos escrito tu nombre.

Hay civilizaciones que celebran con una fiesta la pérdida de sus seres queridos. Festejan que hayan vivido y haber tenido la oportunidad de disfrutarlos. Y cierto es, que es una gran suerte la vida, y por corto que nos parezca el trayecto, en muchas ocasiones me he dicho a mí misma lo importante que es vivir, tan solo por amar, escuchar una voz y sentir una caricia.

Nada hará que vuelvas. Absolutamente nada. Por eso, no quiero despedirme de ti con lágrimas, sí con orgullo al comprobar la fortuna que has tenido: has vivido una vida intensa. Ninguna fotografía podría ser mejor que esta con la que represento este escrito. En ella se ve la unida y gran familia que creaste.

Tienes unos hijos maravillosos, nobles, de gran corazón. Una mujer a la que adoro y admiro por su lealtad y saber estar. Personas de las que debes sentirte muy orgulloso al igual que ellos de ti junto a tus nietas y nieto.

Has vivido en el regazo de un pueblo: tu pueblo.

Dudo que haya alguien que no te conozca. Fuiste y serás siempre una institución.
Tuviste, por tu trabajo, una entrega y complicidad con tus paisanos. Gente que te quería, Manolo. Que te queremos.
Te jubilaste y fuiste feliz. Hiciste lo que te dio la gana: disfrutar de tu familia y ese retiro que es vuestro campo.

¿Sabes? Muchas veces de las que te veía caminando por las carreteras que te conducían hasta allí, en esas caminatas tuyas, me quedaba pensativa y me decía a mí misma: Manolo debe tener un profundo mundo interior. Es una reflexión que me despiertan las personas que pasan muchas horas consigo mismas y la Naturaleza. Horas en las que se encuentra el sentido de la vida y se aprende a dar importancia a lo que verdaderamente la tiene. Horas de paz.

Estoy convencida de que aprendiste a leer en las nubes, en los cambios de estación, en el viento, en las hojas, en tus cultivos y en tu corazón.

Me siento dichosa porque tuve la suerte de mantener contigo una corta pero intensa conversación sobre esas cosas, el verano pasado, mientras que asabas carne en la barbacoa. Me entendiste y te entendí. Supimos de lo que hablábamos.
De parar el coche ante ti un día en el que te vi después de muchos años, y simplemente fue para darte un abrazo, recordarte que era hija de Sánchez, (todavía veo tu cara de sorpresa) y más cuando comprobaste que lo único que quería era darte las gracias por ser tan amable con nosotros los más pequeñajos, cada vez que íbamos con nuestros padres a tu bar.

En este preciso momento, lo que sé, es que te has ido sin más. La manera que la mayoría deseamos para ese viaje. Has sido afortunado…

Te vas y yo, no te despido con lágrimas, lo hago agradeciendo a la vida que hayas pasado por aquí, y orgullosa de tener un paisano como TÚ.

No estoy en este momento debajo de nuestro trozo de cielo hellinero, pero sé con toda certeza, que mañana por la noche, las luces dibujaran tu nombre (cerraré los ojos para imaginarlo) y recuerda siempre que has hecho una senda al andar por esta vida en la que por SIEMPRE se mantendrá tu huella.

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