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Cuestiones de Dios y cuestiones de los hombres

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Cuestiones de Dios y cuestiones de los hombres

Antonio García

No viene a cuento explicar quién y por qué, pero hace poco un ínclito de la política dijo: <<La Iglesia, como dice aquel, que se dedique a las cuestiones de Dios, que los de la tierra ya nos ocupamos de las cuestiones de la tierra>>. Y es que me viene al pelo por un tema que quiero comentar.

Lo primero que llama la atención es que, algunos personajes parecen no haberse enterado todavía del papel que juega Dios en la vida de los hombres, si es que creen en Dios, claro. Porque si no creen, no tenga más que decirles. Si Dios no existe, no hay interferencias que valgan, ni choques de competencias entre Dios y los humanos.

Aunque solo sea de oídas, todo el mundo sabe que Dios se hizo hombre en la Persona de Jesucristo y vino a la tierra para darnos un “repase”, enseñarnos el camino hacia la Eternidad y salvarnos del pecado, estableciendo una última y definitiva alianza entre el Padre y nosotros. Y de ahí arrancó la Iglesia, encargada de transmitir su mensaje y velar por la integridad del mismo.

La religión, la fe –sin fe no existe verdadera religión-, no es un compartimento estanco en nuestra estructura personal, no es un aditamento, un añadido. No es un quita y pon o algo para usar solo en los momentos y lugares apropiados y convenientes. Ni siquiera es una práctica puntual para días concretos y señalados.

La fe en Dios implica a la totalidad del ser humano. Ser cristiano es un estilo de vida. Es una manera de ser, de estar en el mundo, una forma de pensar, de actuar, de comportarnos ante nosotros mismos y los demás. Es un “todo” que nos configura, nos constituye, nos identifica como personas. Es la esencia de nuestra cosmovisión, la clave para interpretar la existencia. Podríamos decir que el hombre no “tiene” una religión, el hombre “es” religión desde los albores de la humanidad. Y todo ello, aún con la carga de los muchos errores humanos.

Si esto es así, si la religión nos aporta unos valores que nos sostienen, que nos configuran como personas, que guían nuestra conducta, si de ella obtenemos las pautas de comportamiento allá donde estemos y hagamos lo que hagamos, ¿cómo vamos a desentendernos de las cosas de este mundo? Si estamos en el mundo, tenemos que ser lo que somos. Íntegramente.

Pues sí, la Iglesia también está para intentar arreglar las cosas de este mundo. Y por eso está tan perseguida. Si no, ¿de qué?, ¿por qué? Lo que ocurre es que lo hace de otra manera que los políticos y los gobiernos. Porque las palabras de Jesús, que la Iglesia guarda y transmite, van dirigidas al corazón del hombre, no a su cuenta corriente, a sus oportunidades de empleo o vivienda, a qué ideología y partido político toca votar o si hemos de vivir en república o monarquía. Y lo lógico es que si uno está imbuido, permeado, empapado de religión, o sea, de fe en Dios, si cree firmemente en lo que cree, ¿cómo no va a “ser él mismo”, esté en política o se dedique a cantar sevillanas? Jesús sabe que la única forma de transformar el mundo es transformando al hombre. Y no hay otra. A ver, díganme cómo se puede lograr un mundo justo, si no somos primero justos todos nosotros. De corazón. Cómo conseguir un mundo solidario si somos individualistas y egoístas. Cómo traer la paz si somos violentos, odiamos, malqueremos. Cómo redistribuir riqueza si el ansia de bienes materiales nos hace avaros y nos esclaviza. ¡Pero qué mundo es éste en que hasta los gobiernos promueven la muerte de los más indefensos! ¿Y la Iglesia debe permanecer ajena? ¡Pero si el mejor “manual de instrucciones” para hacer política y enaltecer la sociedad es el Evangelio!

Jesús no vino a formar gobiernos terrenales ni a crear instituciones estatales, pero enseñó a los hombres cómo hacer esas cosas con verdadera justicia. Porque es “aquí”, en este mundo donde ganamos o perdemos la eternidad junto a Él. ¿Qué la Iglesia no se meta en las cuestiones de la tierra? ¿Acaso a una madre no le atañen las cosas de sus hijos? ¿Qué clase de madre sería?

La Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, en su copiosísima Doctrina Social da las claves, pero es la sociedad civil la que ha de llevarla a la práctica. ¡Esa es la cuestión!

<<Uno de la multitud le dijo: Maestro, dile a mi hermano que reparta la herencia conmigo. Él le respondió: ¡Hombre!, ¿quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?…>> ¿Qué Jesús se desentendió? No. La clave está en lo que añadió: <<Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes>>. Los hombres dictan las llamadas Leyes positivas, es decir, las creadas por la autoridad humana, pero mal vamos si esos legisladores no llevan la Ley Divina en sus mentes y corazones.

Dios nos creó libres, pero repito, ¿cómo se va a desentenderse un Padre de las cosas de sus hijos? ¿No parece más natural que les guíe y aconseje? No hay nada en la vida de los hombres que le sea ajeno a Dios. Y la política atañe los hombres. Si, tenemos la capacidad de actuar libremente en el mundo. Pero no nos olvidemos de que esas actuaciones lleven la impronta del Mensaje que Jesús nos dejó.

Y si un prelado cualquiera, desde su punto de vista particular o personal opina algo –no doctrinal- rebatible sobre política terrenal, rebátasele con respeto y argumentos. Pero resulta groseramente desafortunado decir que la Iglesia se dedique solo a las cuestiones de Dios. Como Si el Creador fuese ajeno a lo que Él mimo ha creado.

Se atribuye a San Agustín la frase: <<Ama y haz lo que quieras>>. Ante cualquier duda, ante cualquier dilema, tú asegúrate de hacerlo por amor y estarás haciendo lo correcto. Incluso en el gobierno de lo temporal. Pero, ¿quién nos puede enseñar a amar?

Solo Aquel que es fuente inagotable Amor.

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