Tras las intervenciones de Manuel Sagredo, Emilio Sánchez, Alberto García y el sacerdote Matías Marín, llegaban las palabras de Manuel Torrecillas, el gran protagonista de la noche, que había conseguido, con el anuncio de la presentación de su nueva obra literaria, la novela La azafata, que muchas personas acudieran al salón de actos del Museo de la Semana Santa de Hellín (MUSS), deseosas de compartir otros momentos de solidaridad y concordia y quizás así olvidarse de la triste realidad que nos envuelve por lo que ocurre en algunas partes del mundo.
Aquí llegaban, por fin, las palabras de Manuel Torrecillas que se iniciaban así:
“He terminado de escribir La azafata y, como siempre, sé que durante un tiempo sentiré una gran nostalgia por los personajes de la novela, especialmente por Lara, su padre Federico y el entrañable Doménico. Personajes que ya no me pertenecen al haber cobrado vida propia, pero su ausencia, al haber compartido tanto con ellos, me deja una sensación de vacío que solo el tiempo o quizás una nueva historia podrá llenar”.
“Cada libro, continuó, es un viaje que refleja la vida misma, llena de turbulencias, pero también de momentos de calma y claridad. He alcanzado mi sueño de convertirme en escritor —bueno o malo, eso vosotros lo veréis—; sin embargo, en el proyecto he aprendido que la verdadera meta no es un destino fijo, sino el camino que recorremos cada día y, en especial, el que he transitado mientras escribía esta novela”.
Más adelante, Manuel Torrecillas acentuaba sobre su paso por la vida:
“La vida me ha llevado por caminos inesperados, algunas veces como una caricia, otras ásperos y difíciles de transitar. Con el paso del tiempo he comprendido que este viaje no debe ser ni una carga ni un castigo, sino una oportunidad constante de aprendizaje. Cada obstáculo, cada alegría, cada error han sido una lección que me ha ayudado a moldear el carácter que hoy me define. He aprendido, sobre todo, el valor del perdón, no solo a los demás, sino también y quizás más importante, a mí mismo”.
Asimismo, definía la presencia del amor en su novela en sus múltiples facetas como “frágil, poderoso y transformador”, mientras que la felicidad no era una estación fija a la que simplemente llegamos algún día, sino un tren en constante movimiento al que deberíamos subir todos con valentía y sin miedo y que debemos abrazar con el corazón abierto, pues no se trataba de un destino final, sino de disfrutar el recorrido, apreciar cada parada y confiar en que, aunque el camino era incierto, la alegría se debe en atrevernos a viajar.
Manuel Torrecillas llegaba al capítulo de las gratitudes con palabras llenas de emoción:
“Cierro los ojos y pienso en Charo, mi mujer que ya se fue; mi madre, mi padre, mis hermanos, mis hijos, mis nietos y todos aquellos que, de una forma u otra, han dejado una huella en mi historia. Algunos seguirán conmigo hasta el final, otros ya son recuerdos, pero todos forman parte de este viaje”.
Con estas palabras terminaba esta primera intervención:
“No sé qué me espera antes de llegar al final, pero ya no tengo incertidumbre. Al repasar mi vida —desde mi infancia hasta la madurez—, he comprendido que la historia se repite, que las caídas, los fracasos y las desilusiones han sido cíclicos. Pero también sé que dentro de mí siempre ha existido una fuerza inquebrantable, un espíritu que, a pesar de todo, ha sabido levantarse una y otra vez”.
Antes de dejar el micrófono reiteró su agradecimiento a todas las personas que habían acudido a su llamada y su esperanza de que todos se llevaran un ejemplar de su novela a través de Cáritas para así disfrutar de la lectura y contribuir con una noble causa.
Tras estas palabras de Manuel Torrecillas, se pasaba el turno de intervención a Mari Carmen Martínez, presidenta de Cáritas Interparroquiales de Hellín, que agradeció el gesto del empresario al donar el dinero recogido con la venta de libros para los niños de Guatemala.
La sorpresa
Y llegaba la sorpresa, según la presentadora del acto, Charo López, con la presencia en el escenario del presidente del Hellín Club de Fútbol, Javier del Pueblo, acompañado de un grupo de jugadores y jugadoras de los equipos infantiles, que le entregaron el carné de socio número uno y la nueva camiseta azul del Hellín.
A continuación, el presidente del equipo dijo que no podía ni el club ni él dejar de agradecer a Manuel Torrecillas todo lo que había hecho por el deporte hellinero y, en especial, por el fútbol, y por ello le entregaba una placa conmemorativa.
Ante esta avalancha de agradecimientos, el protagonista no tuvo más remedio que volver a coger el micrófono y regalar otras palabras a los asistentes:
“La verdad que han sido 70 o 75 los años al lado del Hellín, pero nunca, nunca, aunque me lo han pedido, he querido ser presidente. Antes, porque Charo, mi mujer, que en gloria esté, no me dejaba. Fíjense que una vez que me vio muy caliente en este sentido, me aseguró que al volver a la casa me encontraría la maleta en la calle con la ropa de invierno y verano y… marcha.
Nunca he querido ser presidente, en serio, no ha sido por nada, más bien por miedo, por defraudar a la gente. Siempre he estado de segundo o de tercero. Es algo tan grande para mí ser presidente que no me he atrevido. Nada más”.