El Faro de Hellín

El Tío Toby

Bajo el volcán

  Juan Bravo Castillo

A todos los shandianos

Tengo en casa una tortuga que hace tiempo que cumplió los treinta años. Siempre la misma cara, siempre intentando buscar la libertad (lo que seguramente significaría la muerte para el pobre quelonio); siempre ávida para lanzarse sobre la pitanza en cuanto despunta el primer rayo de sol; siempre buena y bondadosa; jamás enferma, salvo algún que otro empacho.

Desde que supe que era macho, la llamo Toby; nadie lo sabe, pero yo la llamo así, y a ella le encanta. Conmigo siempre se ha mostrado un tanto arisca, lo contrario que con mi mujer, quien asegura hablar con ella, comunicarse, y hasta verla sonreír. Con los años, uno termina creyendo hasta en la Santísima Trinidad.

¿Que por qué la llamo Toby? No es fácil de dar una respuesta convincente. Ahora bien, de lo que estoy plenamente seguro es de que mis amigos Luis Beltrán, el doctor Carbayo y Ramón Bello responderían sin pestañear; y también algunos de mis alumnos y alumnas. Y es que pocos personajes de ficción en la historia de la literatura tienen la gracia del tío Toby en todos los sentidos del término, hasta el punto de que podría dedicarle más de un centenar de páginas.

Lean Tristram Shandy del clérigo irlandés Laurence Sterne, y entre sus páginas verán evolucionar a tan atrayente personaje, como mi pobre tortuga, junto a su inseparable ayudante, el cabo Trim (otro invento de una pieza), su sobrino Tristram (sobre el que pesa el duro estigma del nombre), su hermano Walter Shandy (un manantial de sabiduría rabelesiana), el pastor Yorick (un bendito, como Toby) y la viuda Wadman, empeñada en seducir al veterano soldado, pese al temor de que su herida en la ingle le haya afectado a esa parte adorable de su cuerpo.

Lean Tristram Shandy y sabrán lo que es una novela stricto sensu; una novela en el pleno sentido de la palabra (hay quien la considera el Quijote británico, cuya deuda reconoce Sterne; aunque, yo me atrevería a considerarla una de las obras más geniales de la literatura de todos los tiempos, por encima, incluso, de Ulysses de Joyce). Y que conste que, de estar vivo, compartiría gustoso mi criterio Javier Marías, que consagró casi dos años de su juventud a realizar una magistral traducción al castellano, que figura en Alfaguara. Cuando uno lee este genial libro (por inacabado que esté), siente que, como los grandes caldos, se enseñorean de tu sensibilidad. El tándem Toby / Trim es uno de los grandes logros literarios de la literatura universal.

Herido de gravedad en la ingle, en el sitio de Namur, el tío Toby regresa a su hogar acompañado por su inseparable cabo Trim -personaje a quien le gustaba oírse leer casi tanto como oírse hablar-. Una vez instalado, deja pasar los días en una inacabable convalecencia, explicando, o más bien, tratando de explicar, a sus amigos, vecinos y conocidos, las circunstancias que concurrieron para sufrir tan dolorosa herida. Pero, en vista de la multitud de detalles, y la imposibilidad de hacerlo con la precisión que él quisiera, primero adquiere un gran mapa de las fortificaciones de la ciudad y de la ciudadela de Namur, y sus alrededores, pero, como tampoco le resulta suficiente, por fin se le ocurre la magnífica idea de construir, en un viejo campo de bolos, la exacta reproducción del escenario de la batalla, con la que, por fin, puede explicar, con todo lujo de detalles, cómo resultó herido. Y así, poco a poco, Trim, con la ayuda de un legón y una pala, va edificando, en miniatura, la ciudad de Namur, con su bastión; y es tal la satisfacción que sienten que, concluida la obra, una mañana, embutidos en sus respectivos uniformes de gala, desfilan por sus calles, silbando el Lillabulero, ajenos al mundo y sus sevicias, y, a los ataques de la viuda Wadman, enamorada hasta la médula del tío Tobby y de su hobby-horse.

El contraste entre el guerrero y el santo resulta perfectamente apreciable cuando, una noche, después de soportar durante la cena el suplicio del zumbido de una mosca en torno a su nariz, concluida ésta, se levanta y, furioso, la atrapa. Entonces, en el momento en que todos esperan que le dé su merecido, Toby, recobrando la calma, abre el postigo y dice: “Vete, pobre infeliz, corre, vuela, ¿por qué habría de hacerte daño? Estoy seguro de que este mundo es lo bastante ancho para que podamos vivir tú y yo”. Ante ese gesto de tolerancia, Tristram, su sobrino y narrador, no puede menos de levantarse, él también, de su silla, y, postrado ante él, da rienda suelta a su admiración: “¡Que la paz sea siempre contigo!, tú que nunca envidiaste el bienestar ajeno, ni ofendiste las opiniones ajenas; tú que no hablaste mal de nadie ni le quitaste a nadie el pan. Caballerosamente, siempre secundado por el fiel Trim, vagaste en torno al pequeño círculo de tus placeres, sin molestar a criatura alguna en tu camino. Para las desdichas ajenas siempre tuviste una lágrima; para las necesidades ajenas siempre tuviste un chelín.

Habida cuenta de la enorme riqueza del libro – semejante, insisto, al Quijote -, lamento no haber dedicado los mejores años de mi vida al estudio de los grandes valores exaltados por Sterne. Muy otra habría sido la literatura española actual, de haber seguido la estela abierta por este divino irlandés.