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Una vida de amor intenso

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Una vida de amor intenso

Antonio García

Esta es la historia de un héroe, que tuvo que sufrir las consecuencias de vivir en un mundo de villanos: Jérôme Jean Louis Marie Lejeune. Nace en 1926 en la ciudad francesa de Montrouge. A los 13 años ya siente la vocación por la medicina y quiere convertirse en médico de campaña y dedicarse a los pobres y humildes. Tras la II Guerra Mundial, conservando su temprana vocación y ya con casi veinte años y vital entusiasmo, se entrega de lleno a los estudios de medicina.

En Junio de 1951 defiende con brillantez su tesis doctoral, y ese mismo día, uno de sus profesores le propone colaborar en los estudios sobre el “mongolismo”, enfermedad que afectaba a uno de cada seiscientos cincuenta niños. Jérôme acepta y, a partir de entonces, su destino queda marcado de por vida. Es llamado el padre de la genética moderna, por el sorprendente y portentoso descubrimiento que hizo sobre el Síndrome de Down. También diagnosticó el primer caso del llamado síndrome Cri du Chat (grito del gato). Para darnos una idea de su valía científica y humana, basta enumerar algunos puntos de su inigualable currículo:

En 1952 comenzó a trabajar en el Centro Nacional para la Investigación Científica del que, unos años después, llegó a ser director. En 1958, a los treinta y dos años, descubre la primera anomalía cromosómica en el hombre: la “Trisomía 21” o Síndrome de Down. Así como otras patologías cromosómicas, abriendo la vía a la citogenética y la genética moderna. En 1964 es nombrado primer Profesor de Genética Fundamental en la Facultad de Medicina de la Universidad de París. Al año siguiente se le nombra jefe del servicio de genética en el hospital Necker-Enfants Malades de la capital francesa. En 1974 es elegido como miembro de la Academia Pontificia de las Ciencias. Unos años más tarde, miembro de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Y en 1983 se le incorpora a la Academia Nacional de Medicina. Doctor Honoris Causa y miembro laureado de la Universidad de Navarra, de la de Ciencias de Suecia, de la norteamericana de Humanidades y Ciencias de Boston, o la Real Sociedad de Medicina de Londres.

En 1994, se le nombra presidente vitalicio de la Academia Pontificia para la Vida.

¿Y para qué seguir? Solo añadiré que este brillantísimo científico de reconocido –y merecido- prestigio mundial, fue consejero y uno de los promotores de la asociación «Laissez-les vivre», una de las primeras organizaciones PROVIDA de Francia, y presidente de «Secours aux futures mères», organización dedicada a ayudar a embarazadas que se encuentran en situaciones difíciles.

No es extraño pues, que fuese propuesto -y firme candidato a lograrlo- para el Premio Nóbel de Medicina. Y sin embargo… La bajeza y la miseria humana se cebaron con él:

En agosto de 1969, la Sociedad Norteamericana de Genética concede a Jérôme el «William Allen Memorial Award», la más alta distinción que pueda otorgarse a un genetista. Sin embargo, en San Francisco, donde se lo van a entregar, Jérôme percibe una corriente, sobre todo en el estamento médico norteamericano, que preconiza la supresión mediante el aborto de los enfermos por nacer.

Después de la concesión del premio, pronuncia una conferencia ante sus colegas. <<La naturaleza corporal de los hombres se halla contenida por completo en el mensaje cromosómico, desde el primer momento de la concepción. Ese mensaje hace del nuevo ser un hombre, no un simio, ni un oso, sino un hombre cuyas cualidades físicas se encuentran incluidas ya por completo en las informaciones dadas a sus primeras células. A esas virtualidades, que estarán al servicio de su vida intelectual y espiritual, nada se añadirá: todo está ahí>>. Y concluye con nitidez: <<la tentación de suprimir mediante el aborto a esos pequeños hombres enfermos va contra la ley moral, cuyo fundamento legal queda confirmado por la genética. Esta moral no es una ley arbitraria>>. <<El embrión es un hombre>>… Ni siquiera un aplauso en el auditorio. Se produce un silencio hostil o molesto entre esos hombres que son la élite de su profesión. Jérôme los ha atacado de frente. Y fue más allá, pues llevó la causa pro vida a las Naciones Unidas. Se refirió a la Organización Mundial de la Salud

diciendo: “he aquí una institución para la salud que se ha transformado en una institución para la muerte”. Esa misma tarde escribe a su mujer y a su hija diciendo: “Hoy me he jugado mi Premio Nobel”. Y así fue, cayó en desgracia ante el mundo y la comunidad científica y el premio no le fue concebido. Fue acusado de querer imponer su fe católica en el ámbito de la ciencia. No faltaron miembros de la Iglesia que lo rechazaran. Le cortaron los fondos para sus investigaciones. De repente se convirtió en un censurado…

Su reto fue claro: que algún día pudiera ser curable la Trisomía 21 o Síndrome de Down. <<Encontraremos una solución, es imposible no encontrar una. El esfuerzo intelectual necesario es mucho menor que el requerido para llevar al hombre a la luna>>.

Aunque sus aportaciones como científico fueron enormes, lo que más llama la atención es su calidad como ser humano. Pero el imperio de Satán no duerme. Uno de los mayores científicos del siglo y padre de la genética moderna es menospreciado por los suyos por defender la vida desde el momento de la concepción. Con honradez, valentía y generosidad, y apoyado en la ciencia. Y amó a los niños con Síndrome de Down hasta el extremo.

El Viernes Santo de 1994, ya en su lecho de muerte sus hijos le preguntaron qué quería legar a sus enfermos, y esta fue su respuesta: <<No tengo gran cosa, ya lo sabéis. Pero les he dado mi vida. Y mi vida era todo lo que tenía>>. <<Hijos míos, si puedo dejaros un mensaje, este es el más importante de todos: estamos en manos de Dios. Yo mismo lo he comprobado varias veces>>. El Domingo de Resurrección entregó su alma al Altísimo.

Como parte de su legado, creó una fundación para tratar el Síndrome de Down y otras alteraciones genéticas mentales que ha atendido a miles de personas con esta alteración, dándoles tratamiento físico y psicológico, orientándolos para tener una calidad de vida mayor y para que aprovechen las capacidades que SÍ tienen.

Seguro estoy que estás junto al Padre, Jérôme Lejeune. Ruega por nosotros

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