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Un pésame políticamente correcto

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Un pésame políticamente correcto

Por Antonio García

El lunes por la noche estuve viendo el debate televisivo (ménage a catre) de los amantes del poder. Bueno, el último bloque no lo vi, estaba hasta la coronilla y, consciente de la inutilidad de estos espectáculos televisivos, me acosté. Pero no se preocupen, no lo voy a comentar. Aunque hubo cosas que, por ejemplo… ¡No!, no caeré en la tentación. Se lo dejo a los analistas profesionales que ya se han explayado lo suficiente. Y lo que les queda.

Pero sí que voy a comentar el tierno y solidario inicio que todos protagonizaron, antes de entrar en faena: el pésame a la ciudad de Orlando, en Florida, y repudio por los atentados en la discoteca gay Pulse, donde cincuenta personas fueron asesinadas y cincuenta y tres heridas por un loco que se merece cualquier calificativo vituperable.

¡Que bien quedaron los cuatro! ¡Qué imagen de humana solidaridad! ¡Que beatitud en esas cuatro caras de algodón, que pronto se convirtieron en mazacotes de hormigón armado!

Pues sí, yo también lamento y repudio ese vil y execrable asesinato. Como creo que hará, habrá hecho ya cualquier bien nacido. Eran seres humanos.

Pero no se por qué, estos pésames y condolencias salidas de las bocas de los políticos ante cámaras y periodistas, siempre me dejan un saborcillo agridulce, como un “no se qué” sospechoso, desconfiado. Un cierto recelo, una especie de mosqueo indefinido que no termina de convencerme de su total sinceridad. Y no es que piense que sean insensibles, ni mucho menos. Pero… ¡creo que ya se dónde está el pero!

Y es que verán, el mundo está patas arriba y una parte significativa de ese mundo me afecta especialmente, sin querer decir que el resto de partes me la traiga al fresco. Cualquier atentado contra la vida o, simplemente, contra la dignidad de las personas me subleva. Pero el silencio clamoroso, escandaloso diría sobre esa parte que me afecta más de cerca, es de “juzgado de guardia”.

Los señores debatidotes del lunes por la noche, o bien debían haberse callado, o ya puestos a lamentar injusticias asesinas deberían de haber recordado lo siguiente:

En nuestros días, más de cien millones de cristianos son perseguidos por causa de sus creencias religiosas, de su fe.

En Abril, ciento cuarenta estudiantes cristianos fueron brutalmente asesinados por terroristas en Kenia. De una tacada.

En Marzo, fueron asesinados en Pakistán setenta y dos cristianos, muchos de ellos niños.

En 2015, más de siete mil cristianos fueron asesinados en el mundo por seguir a Cristo.

Cada mes sale a una media de trescientos treinta y dos cristianos muertos a manos del odio y el fanatismo homicida. Más de diez al día.

Sin olvidar al país comunista Corea del Norte, que encabeza el ranking de persecución, encarcelamiento y matanza de cristianos.

Y esto es solo una muestra, pues no pretendo hacer un artículo escabroso, truculento y morboso sobre torturas, crucifixiones, degüellos, violaciones, lapidaciones y demás lindezas, incluyendo las cientos de miles de personas que se ven forzadas a abandonar su país, su hogar, su trabajo, sus amigos y familia por la persecución implacable que se ejerce sobre ellos.

Pero claro, hay una gran diferencia. Mejor dicho, varias. Para empezar, sin que el orden de los factores altere el resultado, es que todos esos que he mencionado son cristianos, o sea, algo así como los parias en la India. Una especie condenada a la extinción, a tenor de los planes mundialistas. En Oriente, se desprecia su vida. En Occidente, se desprecia su fe, y se les somete a ninguneo, befa y mofa, además de la obligación que se les trata de imponer de estarse calladitos ante las nuevas consignas y leyes impuestas por la corrección política, que considera hasta delito las opiniones en contra de las nuevas “fuerzas vivas” que ya nos gobiernan. Hasta son un estorbo para la nueva democracia.

Y es que hoy, para obtener alguna consideración mediática y política, y la reprobación pública de su muerte o tortura, o es usted gay, o periodista satírico de izquierdas, o inmigrante musulmán.

Pero claro, si, como según manifestó el portavoz de la Casa Blanca en una conferencia de prensa en Febrero pasado, la masacre de cristianos no es genocidio para la Administración Obama, pues no lo es para nadie. Si Pablo Iglesias –nene de moda y rompepatrias- felicita al Ramadán mientras se burla de la Navidad católica y cobra de Irán su salario de la Tuerca, pues oiga, es que el progreso va por ahí. Y si Carmena les suelta 150.000 euros a los moros para su festival “Noches del Ramadán”, mientras rebaja la partida a la Semana Santa y elimina el patrocinio de belenes, pues es que las cosas deben ser así. Y si el lobby gay le quiere tapar la boca al cardenal Cañizares, o a cualesquiera que opine en contra, pues miel sobre hojuelas. Pero es que además, muchos le echan la culpa del atentado de Orlando a la Iglesia Católica, por ser tan homófoba, racista, etc., olvidando que los asesinos suelen ser fanáticos musulmanes. Me lo expliquen.

Ya digo, si quiere usted que le nombren compungidamente en la cabecera de los debates políticos, o que todo el mundo se solidarice con aquello de “yo también soy… Fulano de Tal”, hágase gay, periodista irreverente o ramadánico protegido, antes de que le maten. Y a los millones de cristianos perseguidos en Oriente y Occidente, que les vayan dando… Ellos se lo han buscado, por antidemócratas.

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