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Remitente: La Corte de la Reina

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Remitente: La Corte de la Reina

Destinatario: Los políticos hellineros

Sol Sánchez

Una mañana de otoño a Correos llegó una carta para el Ayuntamiento de Hellín. Uno de los carteros agarró el sobre en sus manos y decidió llevarlo caminando desde el edificio de Correos. Los lugares por los que pasaba, el aire se teñía de sentimientos fraternales. Subió la escalinata que lo llevaba hasta el despacho del señor Alcalde para entregársela, pero éste no estaba en ese momento.

La carta le fue depositada en sus manos a la secretaría Dolores Iniesta Quintana. En el mismo momento en el que el cartero se marchó, Dolores miró el remite escrito en el sobre: “La Corte de la Reina de Hellín”, ponía. Dolores sonrió extrañada, pensando que se trataba de una broma; Hellín no tenía Reina, es más, jamás la había tenido, y mucho menos “corte”. Seguro que era alguien a quién se le había ocurrido pasar el tiempo con alguna mofa, aunque tenía una manera romántica de hacerlo. Dejó el sobre encima de la mesa y se puso a contestar correos electrónicos cuando un olor a tierra mojada por la lluvia del otoño mezclada con la fragancia de los jazmines la embargó.

-¿De dónde proviene este olor tan maravilloso? Miró a través de los ventanales que daban a la Plaza de la Iglesia. El cielo estaba azul, sin una nube. Cerca no había ningún jazmín. Ella era una mujer sensible e intuitiva, por eso cerró los ojos para seguir el rastro del olor que la condujo hasta el sobre. Cogiéndolo de nuevo lo llevó hasta su nariz respirando profundamente aquella fragancia auténtica y natural que la transportó a algunos lugares de su infancia. Se dio cuenta que el sobre tenía un tacto aterciopelado, parecía seda de la más cara…, aquel papel no era corriente.

-¡Qué extraño! -Pensó otra vez. Pues sí que habían llevado lejos la broma.

Volvió a sus tareas, cuando de pronto un hilillo musical sonó en sus oídos. No era música de instrumentos conocidos, de ninguna canción de moda, ni otras que había escuchado de tribus lejanas…, aquella música era de noches de luna llena cuando el amor despuntaba en el horizonte y las mozuelas azarosas esperaban a sus caballeros dejándoles en las ventanas una señal.

¡La piel se le alteró! ¡El corazón se le aceleró! Nada había bebido esa mañana que no fuese su café con leche y una tostada. Algo misterioso estaba sucediendo.

De pronto observó cómo una nota se desprendía del sobre y caía en un vuelo sutil hasta el suelo como si se tratase de una elegante mariposa.

Corrió hasta ella para leer los que sus letras de color plata decían:

-Reúne a una persona de cada partido político y a un ciudadano de a pie. Deben estar en el despacho del Alcalde a las siete en punto de esta tarde.

Ramón García / EFDH. Ramón García / EFDH.

Escuchó entrar a su despacho a Ramón, Alcalde de Hellin, por lo que decidió entregarle la misiva lo antes posible y contarle.

Ramón lanzó la carta sobre la mesa del escritorio soltando una leve sonrisa por lo que Dolores le estaba contando:

-¡Jajaja… debe tratarse de una broma, que ni siquiera voy a leer! Vamos Dolores… ¿olor a tierra mojada por la lluvia del otoño mezclada con jazmines? ¿Música de noches de luna?

Pensó que Dolores estaba afectada por algún problema personal, pero… ¿hasta ese punto de delirio? Ella era una mujer responsable con un alto grado de empatía, pero…

La carta quedó sobre la mesa, Dolores volvió aturdida a su sitio de trabajo y Ramón pasó el día entre correos electrónicos y llamadas de teléfono.

Eran las siete de la tarde cuando la campana de la Parroquia sonó veinticuatro veces seguidas. Ramón se dio cuenta de que algo iba mal.

En ese momento la puerta del despacho se abrió dando paso a los representantes de cada partido; Manuel Serena (PP), María Jesús López (Ciudadanos), Beatriz Jiménez (IU) y Charo Limiñana Molina como representación de los hellineros de a pie, que esa mañana había ido al Ayuntamiento para entregar unos papeles. Dolores los convocó sin saber muy bien a qué irían. Simplemente su corazón de hellinera le indicó lo que debía hacer, dejándole un poso de tranquilidad cuando esa misma noche se adentró en su cama junto a su nieta para contarle la historia.

Ramón se extrañó por aquella visita inesperada, no tenía ni idea de lo que estaba pasando cuando Manuel Serena le preguntó, ¿por qué los había llamado?

Las campanas de la Parroquia volvieron a sonar, esta vez lo hacían a gran velocidad, no era un día festivo y tocaban como una llamada de fiesta. Ramón abrió la puerta del balcón cuando comprobó que en la plaza había miles de golondrinas. Estaban por todas partes, sobre los barrotes del balcón, en los tejados, suspendidas en el aire… los demás se quedaron boquiabiertos. Fue entonces cuando un grupo de doce aves se adentraron en el despacho. Con total elegancia se posaron sobre la barra de la cortina. Una de ellas voló hasta la mesa, agarró el sobre en su pico y lo depositó en las manos de Ramón. Este sin poder dar crédito a lo que estaba viendo, miró el remitente:

“La Corte de la Reina de Hellín”.

-¿Pero esto de qué va?

Los allí presentes no se lo podían creer, cada uno a su manera, pensaba que se trataba de una cámara oculta. Pero al mirar a las golondrinas veían que eran reales.

Ramón leyó en voz alta las letras de la carta. Las golondrinas eran la Corte Real de la Esencia Hellinera. Moribunda en su lecho, decepcionada por los hellineros había decidido marcharse para siempre del lugar en el que había permanecido durante siglos. Prefería la muerte a la humillación. Prefería desaparecer a la indiferencia de sus propios hijos que tanto daño le causaba. Las golondrinas, que siempre fueron sus más fieles guardianas, decidieron actuar por su cuenta, poniéndose en contacto con los dirigentes, hijos de Hellin, a sabiendas que pensarían que se trataba de un embrujo… ¡¡Era su última oportunidad!!

En la misiva se les informaba que durante cinco noches brillaría la luna llena bajo el cielo hellinero y cada uno de ellos a partir de las doce campanadas tendría que pasear por las solitarias callejuelas del Casco Antiguo.

La decisión tenían que aceptarla por unanimidad esa misma tarde. Ramón dejó la carta sobre la mesa que nada más desprenderse de sus dedos, se convirtió en decenas de mariposas de colores. Las golondrinas se unieron a ellas en una danza de los tiempos. Cada uno de los aletazos levantaba olores a Semana Santa, Navidad, al Día de la Cruz, a las rosas de la Rosaleda, a San Rafael, a La Virgen del Rosario, a Carnaval, a la Ofrenda de flores.

Al finalizar se marcharon.

Allí se quedaron atónitos y extasiados de tradiciones Manuel, María Jesús, Beatriz, Charo y Ramón. Todos lo habían visto, vivido, sentido… por muchas vueltas que le dieran, lo que parecía una alucinación había sucedido de verdad.

Ramón se sentó sobre su sillón. Por primera vez se sentía aliado desde lo más profundo al resto de políticos. Presentía una fuerza que superaba cualquier interés terrenal. Necesitaba unirse a ellos para encontrar el sentido a lo ocurrido. Les pidió enardecidamente cumplir la petición de las golondrinas, e invitó a Manuel Serena a ser el primero en dar ese paseo.

Manuel Serena / EFDH. Manuel Serena / EFDH.

Eran casi las doce. Manuel no pudo negarse, tampoco quería. Presentía que lo que estaba sucediendo era algo surrealista. Pero el jamás se había negado a nada que estuviera impregnado de un brillo especial. Su abuela materna le había transmitido mundos de encantamiento a través de su sonrisa, y aunque él no lo mostraba en público…, en muchos momentos difíciles en esos sueños creía.

Se adentró por el Arco del Salvador, momento en el que notó que las estrellas tenían un brillo especial. Las callejuelas estaban solitarias, las luces de las farolas se apagaron, los tejados y el suelo se cubrieron de un manto de luz de la luna. No guiaba sus pasos, eran sus pasos los que a él lo guiaban. Una embriagadora melancolía se apoderó de su alma. Recordó a su padre, hombre honesto, prudente, culto, amante de su pueblo al que dirigió con respeto y honor. Anheló los días en los que fue un niño, a los seres queridos que lo acompañaron…, recordó sus juegos, ilusiones, su primer libro… sin dejar de caminar se adentró en el recinto del Rosario. La brisa mecía la copa de los árboles y una estrella fugaz le marcó su destino: el borde del mirador sobre el viejo Hellín. Contempló la belleza esplendorosa de un reino. Escuchó el latido de su Reina, la Esencia Hellinera. Tuvo la certeza de que en ninguno de los libros que a lo largo de su vida había leído, en ninguno, encontró lugares más bellos que ese Hellín al que miraba y presentía tan dentro.

Comprendió el sentido de lo que habían escrito las golondrinas en aquella carta: Hellín moría. Era el final de una larga agonía. A Manuel le resbalaron las lágrimas por el rostro. El presentimiento de la pérdida le dolía en las entrañas. Recordó las batallas que él mismo había librado en el vientre hellinero. Se sentía fuerte y a la vez vulnerable. Su estandarte era la nobleza, la familia, los amigos y tuvo en ese momento la capacidad de reconocer esa mirada de Hellín que le dejaba ver la importancia que tienen los primeros y pequeños momentos vividos, junto a las personas que quieres y en el lugar que más amas. Todo estaba conectado: el canto del gallo con el brillo de los gusanos de luz. La sombra de los olivos con el rumor de las acequias. Las tardes de baraja con el betún del zapatero. Las estrías de la madera con el repiqueteo de un tambor. Los sentimientos con los afectos. ¡Todo estaba conectado! Comprendió que no deseaba guiar a una Villa sin alma, dejar perder las emociones al pisar sus calles. Entendió que con esa Reina se marcharía el séquito de golondrinas y jamás volvería a tener Hellín sus danzas. Y sin sus danzas ya no nacería la poesía y desaparecerían los poetas.

En su programa iría como uno de los puntos prioritarios: Salvar a la Reina Hellinera.

María Jesús López / EFDH. María Jesús López / EFDH.

A la noche siguiente fue María Jesús, la que al escuchar las doce campanadas busco con su mirada a la luna. Caminó por la Cuesta de los Caños guiada por los pasos de Nazarenos, por los testimonios de los escritores locales, por los barcos sin proa y el sabor de los caramelos. Se dirigió hasta la Cuesta de San Rafael, lugar de tradiciones, cuesta tan interesante como hermosa, plagada de emblemas de vida hellinera.

María Jesús llegó a la Ermita de San Rafael sentándose junto a sus muros. Observando el maravillo cielo que parecía acariciar al pueblo con el silencio, en el que las estrellas parecían notas musicales. Ella sabía de guerras y luchas. Sabía de victorias, de construir fortalezas, de poner a prueba su valentía las veces que hicieran falta. Acotaba los límites para conseguir sus sueños.

Entendió al Alma de Hellín, se sintió unida a ella. Le pareció que lo que estaba viviendo en ese mismo momento, era una realidad afectiva e impactante. Al igual que sus compañeros, había sido elegida para capitanear una misión más allá de sus razonamientos. Ante sus ojos y sus percepciones se dio cuenta de que todo estaba conectado: el guante del Nazareno con el espejo de los charcos. El aroma de algodón dulce de la Feria con las hojas de los calendarios. Los viejos barrios con los pinos del parque. ¡Todo estaba conectado!

Con el brillo de la afectividad en sus ojos, decidió luchar con uñas y dientes para devolver la identidad al lugar en el que se encontraba. Se convertiría en el paladín de las causas que huelen a imposible pero que valen la pena. El primer punto de su programa sería: Salvar a la Villa de Hellín.

La tercera noche fue Beatriz la que estaba sentada en las escaleras de la Parroquia, cuando las campanas, fieles aliadas con la Reina Hellinera, anunciaron la medianoche.

Beatriz Jiménez / EFDH. Beatriz Jiménez / EFDH.

Beatriz emprendió su rumbo. Todo el día estuvo pensando que se dirigiría al Callejón del Beso. Llevaba las manos sobre su vientre, lugar en el que latía un corazón nuevo, hijo del Hellín encantado en el que ella tanto creía. No sabemos si fue por arte de un encantamiento pero sobre el estrecho callejón comenzaron a volar libélulas, aparecieron juglares en las esquinas y mujeres ancianas en las puertas bordando con hilos de oro… y algunos ancianos bailaban danzas de cultura, de Noches de San Juan, Noches de difuntos. Aparecieron los sapos de las acequias, los búhos de los bosques lejanos, los grillos y las mariposas cercanas. De los baúles escondidos en las cámaras, se escaparon fotografías amarillentas con los rostros de los antepasados. Fotos que cosidas con la aguja de los años y unidas por los hilos de la ausencia engalanaron callejuelas, cuestas y bajadas, rincones, puertas y ventanas que hablaban de verbenas por San Rafael, por la Virgen del Rosario. Beatriz creía estar viviendo en un sueño, aunque sabía que mágico era su pueblo, sus raíces, sus cuevas, sus laberintos, sus iglesias, sus misterios. Entendió que todo estaba conectado: Los cuentos con las leyendas. Los conjuros con la magia. Los Santos con los hilos del esparto. Las luces con las sombras. La danza de las golondrinas con los presagios, con los amaneceres y atardeceres. El rostro del Cristo de Medinaceli con las lágrimas de la Dolorosa. ¡Todo estaba conectado! Volvería a casa y redactaría su programa: El primer deber era rescatar del olvido al Alma Hellinera, por todos los antepasados y descendientes del pueblo.

Era la cuarta noche, Ramón esperaba en su despacho que las campanas dieran el aviso. Observando tras los cristales la bella silueta de la Parroquia, salió del Ayuntamiento y se adentró por el callejón de la sacristía. Sintió algo especial. No sabía muy bien, pero encontró la frontera que unía las dos partes de su ciudad: la moderna, la que crecía imparable, la fuerte…, y la frágil, la antigua, la que llevaba escrito en sus sombras: una muerte anunciada.

Sacó un pañuelo de papel del bolsillo de su pantalón y se secó el sudor que le resbalaba por la frente. Las luces se apagaron. El silencio lo abrumaba. Recordó la campana del Vía Crucis que tantas veces había presidido recorriendo esa zona. Recordó la fe de los hellineros caminando cabizbajos en sus pensamientos. Fe a un pueblo. Fe a unas raíces. Fe a su Reina.

Arropado por la sensación de una cercana compañía llegó a lo más alto de la Villa; las ruinas del Castillo. Se rozó la mano con la chumbera, la de siempre, la que resistía a los fuertes vientos y a las sequías. La misma que siendo un niño le dejaba las manos llenas de pinchos, cada vez que subía allí para jugar a ser el mejor espadachín junto a sus amigos de la infancia. Miró una puerta que recordaba siempre abierta para lo que necesitara, ahora estaba cerrada y resquebrajada. Allí, tiempo atrás una mujer hellinera de edad avanzada le daba un vaso de agua, le quitaba los pinchos y les regalaba higos chumbos pelados a toda la pandilla. Ramón se conmovió por tan entrañables recuerdos. De una zancada se posicionó sobre el castillo. El aire rozó su cara y por unos instantes se creyó el Soberano ante las altas montañas del mundo. Algo llamó su atención. Con cuidado saltó hasta una piedra sobre la que había una corona de esparto decorada con pequeñas florecillas silvestres. La cogió.

¡¡Qué bonita es!! -pensó, sin dejar de mirar a la luna resplandeciente. Al volver su vista sobre la corona, creyó escuchar:

-Todas las ciudades y pueblos conservan intacto su corazón. Sé que en las últimas décadas los cambios han sido vertiginosos, que acumulo muchos años, pero…, no deseo que mi corazón acabe en ruinas. Tenemos un pasado brillante. Llevo mi más hermoso vestido cubierto de antigüedad. Estás sobre el castillo almohade y la profunda historia de nuestros días. Guardo en muchos rincones y mis callejones ciegos, secretos de labradores, aristócratas, judíos y musulmanes. Buscad en los alrededores y hallareis riqueza de mis memorias. Tengo millones de cosas por contar. Cada uno de vosotros sois una parte intrínseca de mí. Jamás os dejaré caer en el vacío, por favor, apiadaos de mi Alma. Coronad mi espíritu con esa corona, con la promesa de que renaceré y permaneceré en los días futuros.

Ramón nervioso dejó la corona sobre la piedra y se sentó junto a ella. Pensó en ese futuro en el que convertido en un anciano sus nietos se acercarían a él para preguntarle:

-Abuelo, nos han dicho en el cole que fuiste Alcalde de esta ciudad y que junto al resto de políticos, salvasteis de las cenizas a la Reina Hellinera.

Ramón sonrió al comprobar que todo está conectado: el pasado con el presente y el futuro. Los infortunios con los hallazgos, las derrotas con las victorias. Las plegarias con las agujas de los pinos. La mano de la mujer hellinera que de niño le quitó los pinchos…, a un sentido de pertenencia. Era la mano que a todo hellinero pasó el lenguaje de nuestros ancestros en historias de amor. ¡Todo estaba conectado! Ramón admitió que había cosas perdidas para siempre, pero otras se podían reconquistar. Habría que rendir tributo. En el programa del partido destacaría un punto importante: Salvar a la Reina de Hellín.

Quedaba la última noche y en ella tocaba Charo Limiñana la vetusta puerta de la Parroquia con sus manos, dejándole un beso con sus labios, cuando las doce sonaron.

No entendía los motivos por los que estaba formando parte de aquella petición. El porqué era una elegida. No creía tener potestad para cambiar las cosas. Se adentró en las entrañas del pueblo, para ella era muy fácil. No era la primera vez que lo hacía, ni tampoco sería la última mientras respirara. El corazón de Hellín era el lugar en el que se cobijaba en muchas ocasiones, especialmente la noche de Jueves Santo. Para Charo, igual que para la gran mayoría de hellineros, era un culto a sus antepasados, una medicina para sus almas. Sus tambores cobraban vida en esas calles, bajo esos tejados hipnotizados de tradición. Era el hechizo de un sonido retumbando en la Tierra que se desplazaba hasta el Cielo. El Casco Antiguo de Hellín era su destino, su historia, el oxigeno de los días. Era su instinto, su memoria, era su reparación, el ensamblaje de generaciones enteras y sus connotaciones particulares cuya llave eran sonidos, sabores, encuentros y detalles.

Llegó hasta el Calvario y se sentó sobre la muralla que caía sobre el cementerio. Presintió el transcurrir del tiempo, los cambios, las incertidumbres…, presintió el abandono. Lo que estaba sucediéndoles podía ser producto de un hechizo, de una fuerza sobrenatural…, pero estaba causando efecto, porque frente al cementerio…, presintió que en Hellín el adiós no era para siempre. Mientras que el Casco Antiguo latiera…, latirían los miles y miles de corazones que por él pasaron. Sobre Hellín, en las nubes se esculpían sus rostros. Por eso Hellín no debía aprender el significado de “derrota”, sino todo lo contrario seguiría “conquistando” vida, para que sus descendientes caminaran sobre ella y no la conocieran a través de una leyenda.

Charo transmitía a sus hijos con su saber hacer y delicadeza, las recetas que su madre le enseñó aprendidas de su abuela. Las empanadillas, mojetes, y otras recetas hablaban por sí solas, representaban y definían una historia, habían nacido para difundirse en los años y en las distintas generaciones.

Charo representaba a los miles de hellineros que en Hellín habían nacido, crecido y forjado su personalidad. Que aman las celebraciones que desvelan sus raíces. Que creen firmemente en el Continente (Casco Antiguo) y en el Contenido (Semana Santa, tradiciones) y que saben que lo uno va unido a lo otro.

Charo se marchó por el mismo recorrido de calles por las que había subido hasta el Calvario.

Reconoció que debía luchar por su pueblo, que no bastaba con ser una ciudadana pasiva. Que había que trabajar cada día por hacerlo crecer, por conservar, por invertir, por confiar…, que su voz era importante como la de cada hellinero y que se subiría al barco que SALVARA A LA REINA DE HELLÍN. Porque al igual que las golondrinas, los ciudadanos también somos el Cortejo de nuestra Reina Hellinera.

Si crees que un cuento puede convertirse en una realidad….COMPARTE.

 

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